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Concordia » Diario Del Sur Digital
Fecha: 29/01/2025 02:53
Sheinbaum se mantiene al margen del conflicto entre el magnate y Petro y apela al aprendizaje de López Obrador para evitar el choque directo; Lula recurre a una vía diplomática, pero deja claro su enfado por las condiciones de los viajes de retorno. Todos los elementos que México había previsto para el peor escenario en el arranque de la Administración de Donald Trump estaban ahí. Las primeras deportaciones, el anuncio de una guerra arancelaria, las burlas y provocaciones en redes sociales. Esta vez, sin embargo, fue Colombia y no el Gobierno mexicano el país que acabó protagonizando el primer conflicto diplomático entre Estados Unidos y Latinoamérica por la crisis migratoria en la era Trump. El presidente Gustavo Petro plantó cara a las presiones de Washington y entró en el combate cuerpo a cuerpo, pero poco después se vio obligado a recular y aceptar los términos de su rival para evitar una confrontación mayor. Las tensiones diplomáticas duraron menos de 24 horas, aunque fueron una demostración de fuerza y una advertencia de lo que puede venir en la segunda presidencia del político republicano. También el Gobierno de Brasil, otro gigante latinoamericano, manifestó sin matices su enfado. No obstante, fiel a su tradición, priorizó la diplomacia para expresar su disconformidad con la Administración de Trump por unas deportaciones en condiciones que considera indignas. El Ministerio de Exteriores brasileño convocó este lunes al diplomático de mayor rango de la embajada de Estados Unidos en Brasilia para pedirle que no se repita un incidente como el sufrido por 88 inmigrantes indocumentados brasileños repatriados el fin de semana. En la misma línea, el choque entre Petro y el magnate republicano reafirmó la estrategia de las autoridades mexicanas ―no sólo a partir de lo sucedido este fin de semana, sino también por las experiencias adquiridas durante el mandato de Andrés Manuel López Obrador―, convencidas ahora más que nunca que tienen que evitar un encontronazo con Trump a toda costa y apostar por una salida negociada al desafío que plantea el mandatario estadounidense. “Lo importante, lo dije desde el primer día, es actuar siempre con la cabeza fría, defendiendo la soberanía de cada país y el respeto entre las naciones y los pueblos”, afirmó este lunes Claudia Sheinbaum. La presidenta optó por mantenerse al margen del breve conflicto diplomático para no ponerse entre la espada y la pared. En un extremo estaba Petro, uno de sus principales aliados en la región, pero en el otro estaba Estados Unidos, por mucho su relación más importante y compleja. “Con América Latina siempre nuestra solidaridad, nuestro apoyo”, afirmó en su última conferencia de prensa, pero también tuvo palabras para su principal socio comercial. “La relación con Estados Unidos es especial”, dijo. “Estamos obligados a tener una buena relación”, agregó. Luiz Inácio Lula da Silva optó por una estrategia similar. La devolución de 88 brasileños en un vuelo fletado por las autoridades estadounidenses en el que tuvieron que “viajar esposados de pies y manos en un avión estadounidense en mal estado con el aire acondicionado averiado” irritó enormemente al presidente, que inmediatamente movilizó a varios ministros. La reunión entre la representante de Brasil y el encargado de negocios estadounidense fue positiva y se centró en evitar que los incidentes se repitan en aras de los intereses de ambos países, según un portavoz de la cancillería brasileña. El encuentro se celebró al día siguiente de que el Gobierno de Brasil reclamara al de Trump, en una nota, “un tratamiento digno, respetuoso y humano” para los inmigrantes brasileños sin papeles que deporta. La polémica situación de los repatriados trascendió el viernes durante una escala en Manaos, en la Amazonia. Lula ordenó que les retiraran las esposas y envió un avión de la Fuerza Aérea brasileña a recogerlos y llevarlos a su destino final, Belo Horizonte. “Tuvimos una reacción muy sobria. No queremos provocar al Gobierno americano”, declaró el lunes por la mañana el ministro de Justicia brasileño, Ricardo Lewandowski, en un encuentro con empresarios. Trump entraña un reto complejo en el plano diplomático. México ha sido testigo de cómo castiga a quienes agachan la cabeza y pecan de debilidad, pero también cómo es implacable contra quienes muerden el anzuelo de sus provocaciones. Tras una curva de aprendizaje de varios meses, no exenta de malentendidos ni tropiezos, Sheinbaum ha dado muestras de que puede mantener ese equilibrio en sus discursos y enviar la señal hacia el interior de que puede mantener la interlocución con la Casa Blanca sin sacrificar su dignidad. Petro fue menos cauteloso y pagó las consecuencias. El presidente de Estados Unidos, siempre propenso a poner contra las cuerdas a sus contrincantes, aprovechó una oportunidad excepcional para poner a prueba sus amenazas a un precio relativamente bajo y mandar el mensaje al resto del mundo de que va en serio. Es un patrón de negociación que dejó patente desde su primer mandato. Trump parte de una posición maximalista en cada negociación, con exigencias exageradas, para obligar a ceder a su contraparte y acaben haciendo lo que él espera de ellos. “A diferencia de hace ocho años, cuando Trump todavía era un enigma, su regreso estuvo muchísimo más anticipado”, decía Miguel Basáñez, embajador de México entre 2015 y 2016, en una entrevista con este diario. “Lo primero que hemos visto es más de lo mismo”. Es una película que México, el blanco predilecto de Trump, ha visto una y otra vez. A finales de mayo de 2019, Trump anunció un arancel del 5% como castigo por la inmigración irregular, con la intención de incrementarlo gradualmente hasta el 25%. El Gobierno de López Obrador, que hasta ese entonces había impulsado una política migratoria de puertas abiertas, reconoció que su primer impulso, “lo natural”, era apostar por el “ojo por ojo” y las medidas espejo. “Recuerde que no me falta valor, que no soy cobarde”, espetó el entonces presidente mexicano, quien calificó la situación como un “asunto penoso”. Pero había mucho en riesgo. López Obrador envió a su secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, para negociar una salida con Trump. México exploró otras alternativas, convocó a una cumbre aliados de Estados Unidos dispuestos a cerrar filas con su causa, pero al final aceptó dar un giro radical a la gestión migratoria y desplegó a la Guardia Nacional para convertir a la frontera sur en el nuevo muro del republicano y detener a miles de inmigrantes. Pero para la primera semana de junio hubo un acuerdo y los aranceles no llegaron. La solución no fue ajena a los cuestionamientos, no sólo de índole moral, sino también por la estrategia en la respuesta. “El error que cometió la Administración de Andrés Manuel López Obrador fue atender un tuit donde se nos amenazó con que si no parábamos la migración centroamericana, iban a aumentar los aranceles”, reseñaba Ildefonso Guajardo, exsecretario de Economía, a este periódico. “Alimentamos una tendencia a hacer amenazas cruzadas”. El contrargumento es que, probablemente, no había mucho más margen de acción para las autoridades mexicanas y que, en ese punto, no había realmente precedentes de un ataque similar de parte de Trump. A final de cuentas, las autoridades mexicanas no quisieron o no pudieron buscar otra salida. A pesar de que las presiones se mantuvieron, las tensiones no volvieron a alcanzar otro pico similar hasta que Trump dejó la presidencia en enero de 2021. “Se llegó a un acuerdo entre ambos Gobiernos y eso es bueno”, dijo Sheinbaum tras el choque entre Trump y Petro. “Es lo que nosotros hemos buscado en la relación con Estados Unidos: el diálogo, el respeto; siempre con nuestros principios de defensa de nuestra soberanía, de defensa de las y los mexicanos en el exterior, de garantizar los derechos humanos de quien llega repatriado a nuestro país”, agregó la mandataria, sobre su propio reto con el nuevo Gobierno de Estados Unidos. “Fue una tortura desde que salimos de Luisiana” Sandra de Souza, una brasileña deportada con su marido y dos hijos, habló a la prensa, nada más aterrizar en Belo Horizonte, de la enorme tensión vivida durante el vuelo: “Un infierno, una tortura desde que salimos de Luisiana. Estaba claro que el avión tenía algún problema. Una falta de compromiso con los seres humanos. Nos moríamos de miedo de morir”, dijo en unas declaraciones recogidas por el portal G-1. El Gobierno de Lula ya avisó desde el momento del incidente que pediría explicaciones a Washington sobre lo ocurrido en el vuelo en cuestión. Un portavoz de la Cancillería detalla que en lo que va de año, Brasil ha recibido dos vuelos con deportados. La media anual fue de unos 15 vuelos entre 2022 y 2024. Con estas premisas, Itamaraty ha convocado al encargado de negocios, Gabriel Escobar, dado que el puesto de embajador está vacante por el cambio de Administración en Washington. Ahora el Gobierno quiere centrarse en que los deportados recomiencen sus vidas en Brasil. Las quejas de Lula y su Ejecutivo tuvieron amplia repercusión durante el fin de semana en Brasil, pero fueron recibidas, al menos públicamente, con indiferencia por parte del recién estrenado Gobierno de Trump. Tanto el presidente brasileño como su homóloga mexicana tendrán el jueves de reiterar su posición en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) convocada con urgencia por la mandataria hondureña, Xiomara Castro, para tratar las deportaciones, publicó El País.
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