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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 30/01/2025 04:50
Los ecologistas piden a gritos que los gobiernos gasten hasta el 25% de nuestro PIB, ahogando el crecimiento en nombre del cambio climático (Foto: AP/Michel Euler) En todo el mundo, las finanzas públicas están al límite de su capacidad. El crecimiento por habitante sigue disminuyendo, mientras aumentan los costos de las pensiones, la educación, la asistencia médica y la defensa. Estas prioridades urgentes podrían requerir fácilmente entre un 3% y un 6% adicional del Producto Interno Bruto (PIB). Sin embargo, los ecologistas piden a gritos que los gobiernos gasten hasta el 25% de nuestro PIB, ahogando el crecimiento en nombre del cambio climático. Si el Armagedón climático fuera inminente, tendrían razón. La verdad es mucho más prosaica. Recientemente, se han publicado dos importantes estimaciones científicas del costo total global del cambio climático. No se trata de estudios individuales, que pueden variar (y los más costosos reciben abundante cobertura en la prensa). Se trata más bien de meta-estudios basados en la totalidad de la literatura revisada por pares. Uno de ellos es obra de uno de los economistas del clima más citados, Richard Tol; el otro, del único economista del clima que ha ganado el premio Nobel, William Nordhaus. Los estudios sugieren que un aumento de la temperatura de 3°C a finales de siglo, ligeramente pesimista si nos basamos en las tendencias actuales, tendrá un costo global equivalente a entre el 1,9% y el 3,1% del PIB mundial. Para ponerlo en contexto, la ONU calcula que a finales de siglo la persona promedio será un 450% más rica de lo que es hoy. Debido al cambio climático, se sentirá solo un 435-440% más rico que hoy. ¿Por qué es esto tan diferente de la impresión que hemos recibido en los medios de comunicación? Las campañas alarmistas y los periodistas crédulos no tienen en cuenta el simple hecho de que las personas son extraordinariamente adaptables y afrontan la mayoría de los problemas climáticos a bajo costo. Por ejemplo, los alimentos: los defensores del clima advierten que moriremos de hambre, pero los estudios demuestran que en lugar de un aumento del 51% en la disponibilidad de alimentos para 2100, si no hubiera cambio climático, vamos en camino de lograr solo un aumento de 49%. O las catástrofes meteorológicas: mataron a medio millón de personas al año en los años veinte, mientras que en la última década se registraron menos de 9.000 víctimas mortales cada año. La reducción del 97,5% de la mortalidad se debe a que las personas son más resilientes cuando son más ricas y pueden acceder a mejor tecnología. Los activistas climáticos extremistas y los políticos de extrema izquierda revelan su verdadera cara cuando presionan a favor del “decrecimiento” para reducir las emisiones. Empeorar la situación de la gente y revertir los avances contra la pobreza extrema sería un trágico error que dificultaría la resolución de todos nuestros demás problemas. Los políticos más responsables solo quieren conseguir cero emisiones netas de carbono para 2050. Pero este enfoque aún implica frenar el crecimiento en nombre del cambio climático, obligando a empresas y particulares a utilizar energías verdes menos eficientes en lugar de combustibles fósiles. Los costos totales serían enormes, entre 15 y 37 billones de dólares anuales a lo largo del siglo, equivalentes al 15-37% del PIB global actual. Dado que los países más ricos de la OCDE asumirán la mayor parte de esta factura, el costo será equivalente a que cada persona del mundo rico pague más de 10.000 dólares al año. No solo será políticamente imposible, sino que el beneficio será muy inferior al 1% del PIB a lo largo del siglo. El costo real de una política climática ineficiente es que distrae recursos y atención de otras prioridades. Europa ofrece una lección abyecta. Hace veinticinco años, la Unión Europea proclamó que, con inversiones masivas en I+D en toda la economía, se convertiría en “la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo”. Fracasó estrepitosamente: el gasto en innovación apenas se movió y la UE está ahora muy por detrás de Estados Unidos, Corea del Sur e incluso China. En cambio, la UE cambió de enfoque y, con una obsesión climática casi miope, optó por una economía “sostenible” en lugar de una sólida. La decisión de la UE de aumentar sus objetivos de reducción de emisiones para 2030 fue puro alarde moral. Es probable que el costo ascienda a varios billones de euros; sin embargo, todo el esfuerzo se limitará a reducir las temperaturas a finales de siglo en un trivial 0.004 °C. No centrarse en la innovación ha estancado a Europa. En la última década, la zona euro ha registrado un crecimiento anual anémico de poco más del 1% por persona. Por los dos billones de euros que ha gastado en una política climática simbólica, la UE podría haber cumplido sus propios objetivos de gasto en innovación durante dos décadas. Invertir en innovación podría haber enriquecido a la UE y al mundo en 60 billones de euros a largo plazo, generando 500 veces más beneficios que los simbólicos de la política climática. Y lo que es más importante, habría dejado a la UE más margen de maniobra para afrontar otros retos fundamentales como las pensiones, la educación, la salud y la defensa. El resto del mundo debe prestar atención al ejemplo de Europa y dejar de malgastar el dinero en malas políticas climáticas.
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