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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 26/01/2025 04:38
“Los sorias” de Alberto Laiseca: la nueva edición de Barret con tapa de Matías Sánchez Desde Sevilla, en el sur de España, capital andaluza, la editorial Barret se arremanga y mete la mano en las profundidades de la literatura argentina. Cuando la saca, tiene un libro pesado, largo, de culto: Los sorias de Alberto Laiseca, cuyo derrotero tiene su propia mitología. Es un texto desmesurado y a la vez puntilloso que, por fuera de lo estrictamente literario —una barrera ya difícil de precisar—, está envuelto en capas y capas de peripecias: la dificultad para escribirlo, la dificultad para publicarlo, la dificultad para leerlo. Y ahora, casi treinta años de su publicación, hace su gran regreso. Arder, aislado, como una Súper Nova “¿Y Los sorias? ¿Qué pasa con Los sorias?”, pregunta Cristina Mucci en Los siete locos, año 1992. Al lado de Alberto Laiseca está Martín Caparrós. Ambos fuman. “Sufrió un pequeño accidente al afeitarse, como decía Hermann Hesse”. Su cadencia es pausada, enigmática, tenaz. Cada tanto sonríe con una malicia secreta. “Resulta que firmé contrato con una editorial en España. El editor tuvo un problema interno y perdió la editorial”. Camisa blanca, micrófono corbatero, bigote prolijo, leve resentimiento. “Es gente que ni siquiera se ha tomado la molestia de contestarme”. Para ese momento, la novela era un rumor que no paraba de crecer. Amigos, escritores y editores leían con entusiasmo la osadía que nadie se animaba a ponerla entre dos tapas y soltarla a la caza de lectores. Hasta que en 1997, a comienzos del mes de junio, se reunió con Gastón Gallo, director de la editorial Simurg. Sobre la mesa del café Las Violetas, una pila enorme de resmas —cuatro tomos en total— que habrá sonado con fuerza cuando Laiseca la apoyó sin suavidad. Gallo le preguntó si se la iba a dejar; le dijo que no, que eso era imposible: no tenía otra copia. Se publicó una edición chica: 350 ejemplares de tapa dura, numerados y firmados por el autor. Guillermo Kuitca hizo la tapa y Ricardo Piglia el prólogo. “Los sorias es la mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete locos”, comienza la introducción de Piglia, donde dice también Laiseca es uno de esos “escritores que logran esconderse y escapar de la red y arden, aislados, como una Súper Nova que brilla fuera del tiempo, en el espacio interminable (...) Esta novela corrió durante años el riesgo de convertirse en «la obra maestra desconocida»”. Alberto Laiseca nació en Rosario el 11 de febrero de 1941 y falleció en Buenos Aires el 22 de diciembre de 2016 Más del prólogo de Piglia: “Por su lugar borrado y clandestino (no prohibido, ni censurado, sirio ajeno a la lectura y a la aprobación social) esta novela se entrevera con la tradición más profunda y más firme de nuestra literatura. La ficción argentina empieza con un relato inédito: El matadero se escribe en 1838 y se publica recién en el 71 y desde entonces han sido muchos los textos hundidos en el silencio y el secreto, fuera de circulación. El iceberg visible de la literatura argentina se sostiene sobre una masa invisible de textos sumergidos, que no sale nunca a la superficie”. El campo gravitatorio de un astro gigante La nueva edición de Los sorias tiene una tapa a la altura: ilustración de Matías Sánchez que es grotesca y simpática a la vez. Biografía del autor, biografía del ilustrador, prólogo de Piglia y el texto de Laiseca: en total, 1356 páginas. Se corre el telón y la obra arranca con Personaje Iseka, que se despierta en la pensión junto a los hermanos Soria. Su estado, por momentos alucinógeno, se dispone en la “caótica mezcla de vigilia y sueño”, como quien vuelve a nacer, como cada día, a la lucidez del día. Ya despierto, Iseka invoca algunos recuerdos inmediatos, “como si la actualidad no le bastara”. Con el correr de las páginas se va formando la guerra fría. Hay tres dictaduras: Soria, Tecnocracia y Unión Soviética. En Soria, todos se apellidan Soria; en Tecnocracia, Iseka. Pero en ese cuarto hay una mixtura, la posibilidad del encuentro (y del desencuentro), mientras afuera la acción bélica se torna surrealista. Pero adentro también, cuando los diálogo chocan todo el tiempo con el malentendido: “Vamos a hacer un tes que me enseñó una chica”. “¿Un qué?”. “Un tes. No me digás que no sabés lo que es un tes. Vos que estudiás tanto” “¡Ah! Un test, querés decir”. Montado sobre una idea maximalista, pero siempre atento a los detalles del barro cotidiano, Laiseca construye su universo. La trama se enciende a partir de una imaginación arrolladora que no parece de crecer: todo es sorpresivo. “La magia es una ciencia, un sacerdocio, una vocación. No algo para realizar en momentos libres (...) Entrar en el esoterismo significa penetrar dentro del campo gravitatorio de un astro gigante. Una vez que se está allí es imposible salir”. Por momentos, y en una interpretación posiblemente apresurada, Laiseca parece hablar de la literatura. Edición de "Los sorias" de Simurg de 1998 Origen y destino Camilo Aldao se llama el pueblo cordobés, casi al límite con Santa Fe, donde se crio Laiseca. Es curioso: el nombre es el homenaje de un hijo a su padre. José María Aldao tenía 23 años en 1894 cuando, en acto protocolar con trabajadores nativos y colonos extranjeros, fundó el pueblo con el nombre de su papá, un militar fallecido dos años antes. En Camilo Aldao, el padre de Laiseca era el médico del pueblo. Por tal motivo, decidió que lo mejor era que nazca en Rosario, que queda a 160 kilómetros. Fue el 11 de febrero de 1941. Inmediatamente la familia volvió al lugar de origen. Tenía tres años cuando murió su madre. Se aferró a los libros: legado de su padre. La secundaria la hizo en Corral de Bustos, 23 kilómetros al sur. Después se fue a Santa Fe a estudiar Ingeniería Química en la Universidad del Litoral, pero la terminó abandonando para irse a trabajar al campo: fue peón y cosechero en Mendoza, Córdoba y Santa Fe, hasta que llegó a Buenos Aires. Vivió en pensiones, trabajó donde pudo —incluso empleado de Entel— y publicó su primera novela en 1976: Su turno para morir. El segundo libro llegó recién en 1982: Matando enanos a garrotazos. Durante la primavera democrática trabajó como corrector en algunos medios, publicó poesía y novelas, y empezó a forjar una faceta que duraría mucho tiempo: la de tallerista. Entre sus varios discípulos están Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Alejandra Zina, Leonardo Oyola, Sebastián Pandolfelli, Natalia Rodríguez Simón, Guillermo Naveira, Rusi Millan Pastori y Juan Guinot. En 1993 publicó su primer hito, El jardín de las máquinas parlantes. El pico de masividad se lo dio la tele: durante tres años, de 2002 a 2005, narró cuentos de terror en I Sat. Por esto, ganó un Martín Fierro. El manuscrito de "Los sorias": fotograma del documental "Lai" Durante los 75 años que vivió —murió el 22 de diciembre de 2016— su producción fue amplia: Las cuatro Torres de Babel, En sueños he llorado, El artista, entre tantos otros. En 2023, se publicó Hybris, que reúne tres novelas breves: La puerta del viento, Camilo Aldao y Sindicalia: las últimas dos, inéditas. También se produjo un gran retorno simbólico: su biblioteca personal —cientos de libros forrados de blanco junto a un cuaderno que funciona como catálogo donde anotaba cada título, cada autor, cada género— se donó a la biblioteca pública del Camilo Aldao. La fe de la serpiente Diez años para terminar Los sorias. ¿Cuánta odio habrá masticado? ¿Qué tan grande era la fe que no lo dejaba claudicar? Escribió otras versiones; por lo menos dos. Una la quemó —cuenta Sebastián Pandolfelli en una gran nota de Daniel Mecca publicada en este medio hace tres años— y otra la perdió en una separación. Una vez que tuvo el texto escrito, lo mecanografió. Ese era su método: primero con lapicera, luego a máquina. Y se ve que anduvo por varios lugares con ese gran manuscrito a cuestas, visitando gente o leyéndolo por ahí, que un día alguien intentó robárselo. Las versiones se abren en el multiverso. Que Laiseca llevaba el manuscrito en una bolsa de supermercado, que lo tenía en un maletín de cuero color café. Que estaba en el andén, que ya había subido a la formación. Que fue una mano sin rostro atravesando la ventanilla abierta, que un hombre le arrebató el tesoro que tenía en el suelo, entre las piernas, que forcejearon, que casi se agarran a trompadas. El manuscrito se salvó y ahora, mientras lo leés, como Personaje Iseka, oirás “una enorme serpiente silbando dentro de una caverna”: estás atrapado. ¿Qué otra cosa es la literatura?
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