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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 26/01/2025 03:02
"San Juan y Boedo antigua y todo el cielo, Pompeya y más allá la inundación...". El autor de la letra del tango Sur fue Homero Manzi. Y en esa esquina está el bar que lleva su nombre Una aseveración popular sostiene que nada que cambie, de manera constante, su denominación e identidad puede permear en un grupo social. También se dice que para cada regla existe una excepción. Ubiquémonos ahora en Buenos Aires donde todos nos creemos excepcionales. Pues la esquina noroeste de San Juan y Boedo supo tener, desde 1927, cuatro nombres distintos. En su primera versión fue El Aeroplano, por el dibujo de un avión en una de las vidrieras. Diez años más tarde, en 1937, el local fue adquirido por los japoneses Azato Eizen y Azato Chosu y el café pasó a llamarse Nippon. Antes de venderlo, los Azato estuvieron al frente del bar durante 11 años. Sus nuevos dueños lo nombraron Canadian. Más tarde fue Homero Manzi. Y, finalmente, desde 2001: Esquina Homero Manzi. Obras del maestro Hermenegildo Sábat engalanan la Esquina Homero Manzi Me detengo unas líneas en la curiosidad de sus propietarios nipones. Existió una gran comunidad japonesa al frente de cafés y bares durante las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, el lugar de procedencia no fue la isla asiática: fue Brasil. Entre el Imperio japonés y la República Federativa del Brasil mantenían convenios de inmigración. En 1908 llegó al puerto de Santos, Brasil, el Kasatu Maru, primer vapor con nikkeis —denominación del emigrante japonés— empleados para trabajar en los cafetales. En unos pocos meses quedó en evidencia que las condiciones de trabajo y el pago no habían sido como se prometió. Fue así que algunos presentaron la renuncia para continuar el descenso continental hacia Buenos Aires. No encontré información que expliqué por qué la comunidad japonesa se ocupó en bares y cafés. Quizás fuera por el conocimiento que traían sobre cómo tratar los granos de la planta. En los años ‘20, ‘30 y ‘40 los hubo en cantidad y fama en la ciudad. The Japan Bar fue uno de los más conocidos. Abrió en la década de 1920. Estaba en la calle 25 de Mayo 427, entre Corrientes y Lavalle, cuando la actual city financiera ofrecía un perfil cabaretero y portuario. The Japan Bar llegó a contar con más de 50 mozos y con una orquesta conocida como First Class Ladies Orchestra. Los propietarios eran los señores Oshiro y Arakaki. En la Esquina Homero Manzi hay shows de tango casi todas las noches del año El Nippon no fue el único café de esa comunidad en Boedo. Sobre la avenida homónima, al 873, casi esquina con el Pasaje San Ignacio, existió el café El Japonés. En sus mesas se reunían los miembros del Grupo Boedo —Barletta, Mariani, Gálvez, Castelnovo, Yunque, Olivari, Cátulo Castillo, los dos Tuñón y Homero Expósito—, bando cuya afinidad ideológica mantenía una disputa intelectual con el Grupo Florida que tenía como base a la Confitería Richmond. El propietario del El Japonés era Motokichi Yamakata uno de los desembarcados del Kasato Maru, en 1908, en costas brasileñas. Otra gran cantidad de cafés japoneses funcionaron en las barriadas portuarias de La Boca y Barracas. Roberto Arlt en su novela “Los siete locos” hizo célebre al Bar Japonés que quedaba en la esquina de Cerrito y Lavalle, en la vereda demolida por el avance de la avenida 9 de Julio. A partir de mediados de la década de 1940, con la reconfiguración económica de la Argentina, los integrantes de la colectividad nipona, lentamente, abandonan la actividad gastronómica para abrir tintorerías porque, del mismo origen, eran las máquinas planchadoras. En ese tránsito, fue que el café Nippon pasó a ser el Canadian. Y eso ocurrió mientras Homero Manzi compuso los inmortales versos del tango “Sur”. Pero no fue Manzi el único tanguero que se sentó a sus mesas. Al listado se suman Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese, Cátulo Castillo, Sebastián Piana, Julián Centeya, José María Contursi, Roberto Rufino, Argentino Ledesma, Carmen Duval, Tito Reyes y Vicente San Lorenzo. Desde 1927 la Esquina Homero Manzi tuvo varios nombres diferentes Una memorable anécdota ocurrió allí en 1980, cuando era el Bar Canadian, durante el IV Centenario de la 2° Fundación de Buenos Aires. El protagonista fue el escritor Isidoro Blaisten, que en su libro “Anti-conferencias”, narra las dificultades que encontró para cumplir con la tarea encomendada por el diario Clarín: la escritura de una nota con motivo del cumpleaños de la ciudad. Confiesa Blaisten en el texto que no se le ocurría nada. Su cabeza estaba vacía. No sabía por dónde empezar y todo lo que ocurría dentro del bar o en la calle, a través de sus ventanas, era motivo de distracción a la que se aferraba como excusa para no enfrentarse con el cometido. Mientras tanto, tomó varios cafés servidos por Rodas, uno de los socios, boliviano de La Paz. Entre pocillo y pocillo, de pronto sintió un golpecito en el hombro, “un toque incierto, inverosímil”, era el fantasma de Roberto Arlt. Y pidieron otro café. Cuando Blaisten volvió en sí de su viaje imaginario arltiano, abrió el cuaderno Gloria, tomó la birome y, al igual que en “El Aleph” de Borges, en la primera página en blanco, vio toda la ciudad. Y en esa mañana, en la esquina de San Juan y Boedo, sentado en una mesa del Canadian, escribió dos palabras: Homero Manzi. Eulogio Pérez llegó a la Argentina, con 8 años de edad, en 1952. Vino directo de un pueblito gallego perteneciente a La Coruña. Pocos meses antes de su arribo, los porteños habían enterrado a su, por entonces, máximo poeta del tango: Enrique Santos Discépolo. El niño Eulogio, obviamente, desconocía todo lo referido al tango y su poesía. Los años pasaron y don Eulogio se convirtió en dueño de un espacio que homenajea a otro enorme poeta tanguero: Homero Manzi. A los nueve años Eulogio entró a cursar primer grado inferior. No sabía leer ni escribir. Vivía en Valentín Alsina. Es decir, en los términos poéticos del gran Homero, en medio de la “inundación”. Cuando cumplió 11 empezó a trabajar con su padre como repartidor de leche. Y entre los 19 y los 23 ya tenía a su cargo un recorrido lechero por los barrios de Barracas y Constitución. Todavía hoy las manos de Eulogio están llenas de callos. Son las marcas del sacrificio de haber cargado de a tres botellas o tarros entre sus dedos. En 1967, con otros socios que lo duplicaban en edad, abrió un bar en la avenida San Juan y Saavedra. Lo vendieron en 1980. Por esos años, y por insistencia de sus padres porque él no quería saber nada, volvió de paseo a La Coruña. En el viaje observó que el despegar económico de España tenía una clara explicación: el turismo receptivo. Y su cabeza emprendedora comenzó a trabajar. En 1991 compró la propiedad del, en ese entonces, café Homero Manzi, más cuatro locales subsiguientes. Sin embargo no pudo entrar a trabajar en el lugar. Tuvo que esperar nueve años para cumplir su sueño. El fondo de comercio del local tenía un contrato vigente y su dueño no quería largar la esquina. Finalmente, en 2000 se liberó el contrato y cerró las puertas para comenzar las obras que dieron forma al café que hoy conocemos. En una vitrina se conserva uno de los tarros de leche que repartía Eulogio Pérez La Esquina Homero Manzi integra el listado de Bares Notables. Es un espacio inmenso que ofrece shows de tango todas las noches del año menos dos: el 1 de enero y el 25 de diciembre. Del antiguo Aeroplano, Nippon y Canadian solo quedó la fachada. Eulogio concibió el lugar como lo pensó en su viaje a España, para turistas. Eso no lo aleja del público local. Para nada. La Esquina abre todos los días a las 7. Es decir, sus primeros parroquianos de la mañana son vecinos del barrio. Y lo mismo pasa con el almuerzo, las mesas las ocupan trabajadores de la zona. Eulogio no escatimó en gastos para construir un rincón que transmite patrimonio y cultura porteña, pero que se apoya en la identidad barrial. El local tiene un escenario de 50 m² más cuatro camarines con baño privado. Toda la espacialidad y el diseño lumínico para los shows fueron concebidos por la empresa de Juan Carlos Baglietto. La extensa barra está cubierta por una tapa de mármol, y fileteada por el maestro Luis Zorz. Sobre la barra hay cinco palcos —Carlos Gardel, Anibal Troilo, Azucena Maizani, Enrique Santos Discépolo y Libertad Lamarque— y en todo su largo se exhiben originales de Hermenegildo Sábat con Homero Manzi como protagonista. También existe una boutique con merchandising y por todas las paredes se ven fotografías de Manzi, un poncho que le pertenecía más otros objetos que fueron donados por Acho Manzi, hijo del poeta. A principios de este siglo la Esquina Homero Manzi creció en superficie y tomó su forma actual Ningún detalle dentro del local está librado al azar. Los mozos visten de pantalón y chaleco negro, camisa blanca y moño rojo. Una importante escalera conduce al entrepiso. En el recodo hay una vitrina con uno de los tarros de leche que repartía Eulogio. También hay colgadas fotografías de todos los artistas de tango que pasaron por el escenario de la Esquina, copias de notas periodísticas que daban cuenta del cierre del bar cuando, en verdad, Eulogio tenía otros planes y recortes de momentos históricos del Club Atlético San Lorenzo de Almagro. No falta nada. Boedo hecho y derecho. Eulogio sigue yendo todos los días. Hoy tiene 81 años. Durante mi visita uno de sus hijos estaba en la caja. Otro está al frente de otra gran esquina gastronómica en Parque Chacabuco. Al igual que como hizo su padre, Eulogio inició en el trabajo, como lavacopas, a sus hijos varones, todos los días sábados a partir de los 11 y 13 años. “Yo me siento 100% argentino, pero tengo que reconocer que a este país lo hicieron rico los extranjeros”, me dijo Eulogio. También las distintas colectividades hicieron únicos y legendarios sus cafés. Instagram: @cafecontado
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