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    » Diario Cordoba

    Fecha: 19/01/2025 11:15

    “Mi nombre es Alexander Hamilton y hay un millón de cosas que no he hecho. Soy como mi país, joven, peleón y hambriento y no voy a desperdiciar mi oportunidad”. Así se presenta el Hamilton creado por Lin-Manuel Miranda en una obra atípica, Premio Pulitzer en 2016, que recupera al más desconocido de los padres fundadores de Estados Unidos. No llegó a ser presidente pero, como algunos de los más célebres que sí lo fueron, el relato de su vida es inseparable de la narrativa de EEUU como país. A pocos días del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, la nación más presidencialista del mundo necesita, más que nunca, entenderse a sí misma, y ha dado en buscar caminos literarios distintos con tal de seguir esa búsqueda irrefrenable. Son los elegidos de la Historia –y la literatura– americana, los que forman parte del imaginario popular por liderar el cambio en mitad de la agitación social, o incluso causándola, y pagándolo con la muerte. Como Hamilton, Abraham Lincoln y John F. Kennedy fueron asesinados e inmediatamente convertidos en mito, con 100 años de diferencia y motivos similares. Sus biografías ya están escritas hace décadas, pero el hallazgo es que todavía haya capacidad de sorpresa en las obras más recientes, por la revelación de documentos inéditos y por la inventiva en las formas de contarlo. Descubrir que Lincoln integró a sus más acérrimos enemigos políticos en su Gabinete, anticipando la guerra civil que estaba a punto de desatarse (Equipo de rivales: El genio político de Abraham Lincoln, de Doris Kearns Goodwin) o tener entre las manos las cartas nunca antes publicadas de Kennedy con Martin Luther King, que se impacientaba por el lento avance por los derechos civiles, o con el líder de la URSS Nikita Jrushchov, con quien mantuvo una correspondencia secreta (Cartas de John F. Kennedy, por Martin W. Sandler) son algunos de los ejemplos de cómo la literatura puede devolvernos la capacidad de ser genuinos para aprender lo que dimos por sabido, pero no. Contra las convenciones Llevando la contraria a casi todas las convenciones, Miranda tomó la biografía escrita por Ron Chernow y lo convirtió en un libreto de envergadura operística que narra la historia de un Hamilton que, criado en la miseria, “anhelaba formar parte de algo mayor que él”. Escribió panfletos para movilizar la causa de la independencia de la Corona inglesa. “¿Por qué una pequeña isla al otro lado del mar debe regular el precio del té?”, se preguntaba. Cuando estalló la Guerra de la Independencia, luchó y se convirtió en hombre de confianza de Washington, quien, al llegar la paz, le hizo su secretario del Tesoro. El que ahora ilustra los billetes de 10 dólares también fue el principal autor de la Constitución estadounidense y un líder abolicionista, tratando de enmendar que él mismo participara del negocio esclavista anteriormente. Su propósito vital fue “la creación de un sentimiento nacional y la construcción de una nación grande y poderosa a partir de 13 estados discordantes”, escribe Henry Cabot Lodge, que editó la mayor recopilación de documentos de Hamilton. Una tarea que continuaría durante muchas generaciones. “Nuestros padres fundadores crearon una nueva nación consagrada a la promesa de que todos los hombres son creados iguales. Ahora estamos inmersos en una gran guerra civil que pone a prueba si esa nación, o cualquier nación así concebida, puede perdurar por mucho tiempo”, dijo Lincoln en su discurso más famoso, de apenas dos minutos, en mitad del conflicto. El país tenía solo 87 años y ya estaba profundamente dividido. El norte quería abolir la esclavitud y el sur se aferraban a ella para explotar las grandes plantaciones. Temían la entrada de la mano de obra negra en el mercado y que, eventualmente, obtuvieran derecho al voto. Como con las mujeres. Los privilegios adquiridos del hombre blanco estaban en peligro. Los 'segundones' Para contar a Lincoln, Goodwin también da voz a los segundones. Abre foco para introducirnos a una administración que cambió el rumbo del país. Lincoln temía tiempos difíciles y reclutó a los que consideraba los políticos más talentosos del momento, aunque estos habían sido sus tres mayores rivales políticos en las primarias de su partido. Se arriesgaba al boicot interno, pero fue capaz de entablar amistad con ellos, “asumir la responsabilidad de los fracasos de sus subordinados, compartir el mérito con facilidad, y aprender de los errores”, escribe Goodwin. Convertir la abolición de la esclavitud en ley fue una obsesión personal de Lincoln, incluso más que terminar con la guerra civil, en contra del encarecido consejo de todo su entorno, político y personal. Consiguió galvanizar este derecho en la Constitución y, meses después, le asesinaron. El de Lincoln fue uno de los libros que más le influyó a Obama, hasta el punto de que le sirvió de inspiración para formar su Gabinete Según Obama, el de Lincoln fue uno de los libros que más le influyeron, hasta el punto que le sirvió de inspiración para formar su propio Gabinete, aunque luego negó que viera como enemiga a Hillary Clinton, que fue su rival en las primarias y luego su secretaria de Estado. De Obama se dijo que, pese a su relativa juventud –o debido a ella–, había formado uno de los Gabinetes más robustos, además de ser el más diverso hasta la fecha. Muchos le compararon con Kennedy, que con 43 años fue el presidente más joven de EEUU, por su temprana edad y su carisma. A pesar de provenir de una familia respetada, el hijo pródigo fue recibido con escepticismo y hasta burla dentro de su propio partido por su ambición. Cuando su nombre empezó a sonar para las primarias, Eleonor Roosevelt, la ex primera dama, que entonces era una de las personas más influyentes de Washington, le daba consejos usando términos como “mi querido chico, solo digo esto por tu bien”, según se lee en Cartas de John F. Kennedy. Dura de roer al principio, se convirtió en una fuerte aliada. Lo que no pasó Durante su corto mandato, la guerra de Vietnam torturó a Kennedy por no ser capaz de ponerle fin, aun sin saber que sus sucesores sólo empeorarían el conflicto. Martin W. Sandler, el editor del recopilatorio epistolar, subraya que para entender el legado de Kennedy hay que poner en perspectiva lo que pudo haber pasado pero se evitó, como una guerra nuclear, y cómo tras su muerte culminaron procesos políticos que él puso en marcha. Kennedy heredó el Despacho Oval en la cúspide de la Guerra Fría y, como atestigua la correspondencia secreta con el líder de la URSS, ambos se implicaron en intentar evitar lo peor. “Es absurdo pensar que dos hombres sentados en lados opuestos del mundo puedan decidir poner fin a la civilización”, escribió Kruschev a Kennedy. Kennedy se perdió la llegada del hombre a la Luna en 1969 y la histórica Ley de Derecho al Voto de 1965, que garantizaba el derecho al voto afroamericano, una lucha social que marcó su mandato. Martin Luther King escribió al presidente en más de una ocasión para presionarle, con cautela, para que pasara de las palabras a la acción. Cuando Kennedy por fin decidió usar su poder presidencial y anunció que hacía ilegal la prohibición de entrada a espacios públicos o privados por el color de la piel, King le envió un telegrama: “Estoy seguro de que sus alentadoras palabras traerán un sentimiento de esperanza a los millones de personas descorazonadas de nuestro país. Su mensaje se convertirá en un hito en los anales de la historia americana”. La década de los 60 fue la más violenta de la política americana, pero ya seguida muy de cerca por las de 2010 y 2020. En los últimos 20 años, Obama y Trump han tratado de apelar a esos descorazonados desde los consabidos Sí se puede y Hagamos América grande otra vez. También han escrito sendos libros para cristalizarlo. Las memorias anteriores a la Casa Blanca de Obama Los sueños de mi padre: una historia de raza y herencia (1995) son mucho más genuinas que las posteriores, Una tierra prometida (2020). Trump, por su parte, ha sido prolífico explotando su lado más empresarial y más interesantes son las investigaciones periodísticas que versan sobre él. Muchos han hecho el intento, pero destaca el maestro Bob Woodward, que expuso los escándalos de la Administración Nixon en la trama del Watergate hasta forzar su resignación y que arremete contra Trump en su trilogía Miedo, Rabia y Peligro. Recuperar esa esperanza se hace un poco más difícil cuando EEUU ya no es una nación tan joven con todo por hacer, como representaba Hamilton durante la Revolución. Ahora tiene a sus espaldas traumas que se perpetúan en desigualdades que se saltan la ley. Sin embargo, como todos, el país ha mantenido aspiraciones de juventud. Por eso, Kamala Harris quiso resucitar esa ilusión del cambio en la cuenta atrás electoral, sin éxito. Por eso, Trump reclutó de vicepresidente a un joven ultracristiano, JD Vance, que ha quedado desplazado tras la entrada triunfal de Elon Musk como asesor, extranjero sin derecho constitucional de convertirse en presidente (de momento) y de juventud relativa a sus 53 años. Junto al presidente entrante, casi octogenario, forma un dueto que trata de encarnar de nuevo el cambio generacional del que la sociedad americana había vuelto a quedar huérfana.

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