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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 19/01/2025 03:11
Juan Domingo Perón Hay ciertos términos a los que el uso, las modas lingüísticas, las transformaciones ideológicas han ido vaciando de contenido. Uno de ellos es “populismo” que los denunciantes del concepto emplean para degradar lo popular. ¿Puede negarse la evidencia de que lo popular existe, que es aquello que sobrevive en el tiempo y lo atraviesa mediante las manifestaciones de la tradición representada en lo artístico, lo literario, lo musical, lo deportivo? ¡Cuánto les cuesta a algunos intelectuales interpretar ese curioso objeto de estudio porque no pertenecen a él ni él les pertenece! Es un simple fenómeno desvalorizado que menosprecian identificándolo con las clases bajas. En nuestra historia política, el lugar de lo popular lo habría ocupado el general Perón; en cambio, el populismo estaría encarnado en sus mediocres intentos de herederos, desde Menem hasta los Kirchner. Sin embargo, a la hora de definir a los ”populismos” las cosas se complican un poco, especialmente porque los hay de izquierda y también de derecha, siendo los primeros favorables a las políticas de redistribución de la riqueza y a la equidad, a partir de medidas tomadas por el Estado, en tanto que los de derecha exaltan el nacionalismo -la Hungría de Viktor Orban, por ejemplo- y rechazan a la inmigración, siempre, también, bajo la forma de medidas promovidas por el Estado. Quienes denuncian ese mal en la Argentina imaginan situarse del lado de la racionalidad, aspecto discutible en el devenir de nuestra historia. Antiguamente, se empleaba la palabra “demagogia” para degradar la opinión de los pueblos, como si existiera una ciudadanía inculta dispuesta a votar a quien le prometiera logros que nunca se harían realidad. Hoy, la euforia de los mercantilistas lanza todos sus dardos contra el origen de ese mal que en la confusión entre lo popular y el populismo sería, según ellos, el peronismo. En realidad, esa etapa, la de la Argentina industrial integrada, sin deuda externa, sin inseguridad, duró hasta el último Golpe de Estado, hasta la aparición del nefasto Ministro de Economía de la Dictadura José Alfredo Martínez de Hoz. Se podrá agregar que se había iniciado un tiempo antes, con Celestino Rodrigo, y es cierto. Lo carente de sentido es imaginar que la muerte de Perón no haya sido un hecho determinante en la interrupción del desarrollo de nuestra integración. Liberales y libertarios suelen referirse a una Argentina rica, que ubican en aquellos viejos tiempos cuando unos cuantos terratenientes acompañaban un nivel de desintegración social y ausencia de proyectos que nos situaba en el oscuro rol de una colonia más del Imperio inglés. Sabido es -y lo hemos señalado con frecuencia en esta columna- que la riqueza de un país se mide por la integración de los ciudadanos; lo otro es confundir a la patria con los mercados en un mundo donde los grupos económicos confrontan con las culturas expresadas actualmente en la solidez de las naciones. Por lo demás, asombra la multiplicación de expertos en anti-peronismo. Todos ellos fundamentan su opinión en el uso de un término que sin duda es dueño de un transcurrir mucho más profundo que la frivolidad y el desconocimiento de la historia argentina propios de sus denunciantes. Cada vez que los excesos de odio a lo popular daban por muerto al peronismo -sucedió en el 55, se reiteró en el 76-, estaban gestando su lugar de minoría oligárquica y dejando el espacio electoral, transparente, de los votos a la clase trabajadora que en ese momento tomaba plena conciencia de la realidad de esos enriquecidos que otrora tiraban manteca al techo. Es innegable que el primer peronismo tuvo su cuota de autoritarismo, como la tuvieron todas las reivindicaciones históricas de los pueblos sojuzgados en el devenir de la humanidad. Durante la década de 1960, en Estados Unidos, los afrodescendientes luchaban en un Harlem violento por los derechos civiles y la igualdad racial que les eran negados; esa sociedad logró instalar finalmente a un estadista mestizo de la talla de Obama. O como en Sudáfrica, donde Mandela sufrió 28 años de prisión antes de convertirse en un presidente libremente elegido. Es que los pueblos colonizados sólo se liberan cuando surge un jefe de los oprimidos, opción que en ningún caso será fruto de la “racionalidad” de los opresores. La degradación de lo popular se vivió con Menem y con los Kirchner y tiene lugar hoy con Milei. Es el fruto de esa mezcla de necesidad, esperanza y carencia de proyecto que se reitera en el aciago presente que no toca vivir. Los que dedican artículos, ensayos, columnas o simples posteos denostando al peronismo olvidan que su jefe nos dejó después de 18 años de exilio superando el 60% de votantes y que fue despedido por su viejo adversario convertido en amigo, en una expresión compartida, sin duda, por el resto de los ciudadanos deseosos de unidad. No pudo ser. Los que denuncian al peronismo deberían estar obligados, en primer término, a asumir la riqueza de las etapas del movimiento, para luego, aceptar su patético rol en las dictaduras asesinas que lo derrocaron. No lo harán, prueba de ello la dan quienes se indignan por el empleo de la denominación “Dictadura cívico- militar”. Es que los civiles, clamando por un golpe, no tuvieron, según esa miope visión, responsabilidad alguna en aquellos tremendos acontecimientos como tampoco la tuvo la guerrilla desde un punto de vista igualmente sesgado. En el 76 termina la sociedad integrada, esa que nunca más fuimos capaces de lograr, la que no había existido en tiempos anteriores, aquel nivel de justicia distributiva que los que se saben gorilas y se vanaglorian de serlo nunca dejaron de odiar. El peronismo ocupa el lugar de lo popular, los populismos son simples coyunturas de la decadencia. La actual, debido a la miseria que genera, es, a no dudarlo, una de las más perversas. Nunca los gorilas, los anti pueblo, los anti peronistas habían demostrado, como ahora, su desprecio por la necesidad de los humildes. La degradación del humanismo en mercantilismo es la atrocidad en la que estamos inmersos, es la forma más perfecta de este populismo de derecha que no se asume como tal -jamás lo haría- pero cuyas prácticas intervencionistas, desde la bestial devaluación de un Milei recién asumido hace ya poco más de un año hasta el control permanente del precio del dólar por temor a que se le dispare la tan temida inflación, pasando por el mantenimiento del cepo cambiario, levantan sospechas acerca de su pertenencia al anti intervencionismo. Para no hablar del cercenamiento de otras libertades -un poema de María Elena Walsh y una canción de Canticuénticos fueron censurados hace unos días- , hay artistas atacados con ferocidad por las huestes del grupo de secuaces del Presidente, ya sea en las entrevistas que ciertos medios afines les conceden como en las más que devaluadas redes sociales. El Gobierno descuida y recorta los presupuestos de salud, educación pública e investigación científica, se falsean -todo desde el Estado- los datos de inflación al no considerar los incrementos de alquileres, prepagas y tarifas, se despide arbitrariamente a empleados, delegados sindicales y funcionarios estatales, a médicos y enfermeros de hospitales nacionales, se controlan y dejan sin efecto paritarias, se reprime a los jubilados y a cualquiera que se manifieste para proteger legítimos derechos conculcados por el gobierno . Y podemos continuar con todo aquello que en nombre de la libertad ejecutan Milei y sus ministros para coartarla. ¿No será entonces este un populismo de derecha carente de espíritu nacional, pero populismo al fin, con el toque demagógico en el que evidentemente parte de la sociedad se regodea y celebra, creyendo la verdad a medias, la falsa verdad de la necesidad de los despidos masivos de trabajadores y del descenso de la inflación? Entre tanto, los precios de la alimentación, los medicamentos, la vestimenta, el transporte público y la vida en general han aumentado hasta llegar a precios que superan a los de Europa -los equivalentes a los de nuestra economía corriente-, y los ingresos de la clase media e incluso de sectores más acomodados se han visto disminuidos en forma inusitada. El populismo de derecha, el de Milei, es intervencionista en perjuicio de la población y desregulador en beneficio de sus adherentes del poder económico concentrado, a la vez que con esas liberalidades daña a las clases medias y bajas de una manera cuyas consecuencias, como ocurrió con Menem, comprenderemos quizás tardíamente.
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