16/01/2025 07:30
16/01/2025 07:30
16/01/2025 07:30
16/01/2025 07:30
16/01/2025 07:30
16/01/2025 07:30
16/01/2025 07:30
16/01/2025 07:29
16/01/2025 07:28
16/01/2025 07:20
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 16/01/2025 05:13
Santiago Loza es un artista que aborda la literatura, el teatro y el cine desde diferentes ángulos. Narrador, guionista, cineasta y dramaturgo, Santiago Loza nació en Córdoba, en 1971. Egresó Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC) y de la Carrera de Dramaturgia de la Escuela Municipal de Arte Dramático. Dirigió las películas Extraño (2001), Cuatro mujeres descalzas (2003), La invención de la carne (2009), Ártico (2008), Rosa Patria (2009), Los labios (2013), codirigida con Iván Fund; La paz (2013), El asombro (2014), Si estoy perdido no es grave (2014), Malambo, el hombre bueno (2017) y Breve historia del Planeta Verde (2019). Varios de sus filmes participaron de festivales nacionales e internacionales. Es el creador de la serie televisiva Doce casas, ganadora del Martín Fierro al mejor unitario en 2014. Como dramaturgo, escribió entre otras obras Amarás la noche, Nada del amor me produce envidia, La vida terrenal, He nacido para verte sonreír, Matar cansa, Todo verde, La mujer puerca, El mal de la montaña, Tu parte maldita, Almas Ardientes, Esplendor, Un minuto feliz, La enamorada, Todas las canciones de amor y la reciente Viento blanco. Sus obras han sido representadas en los circuitos alternativos, comerciales y oficiales de Argentina y países como Chile, Estados Unidos, España, Francia, Brasil y Uruguay. Fue distinguido como dramaturgo con varios premios prestigiosos y fue jurado del Festival de Cannes en 2016. Publicó las novelas Yo te vi caer, El hombre que duerme a mi lado y La primera casa y los libros de no ficción Nadadores lentos y Diario inconciente. En estos últimos meses fue publicado Pequeña novela de Oriente (Entropía), en donde repasa a la manera de crónicas íntimas viajes consumados o no a Corea, Japón y China y la novela Un espíritu modesto (Tusquets), que comienza con una mudanza geográfica: el traslado de Laura y Vilma, hija y madre, de la casa de pueblo compartida a dos departamentos separados por algunos pisos en la ciudad. La historia arranca con una mudanza física pero, con el correr del relato, hay también una suerte de mudanza espiritual y emocional en ambas mujeres. "Viajar es como estar mucho tiempo despierto o como si estuviésemos más vivos que nunca. Es como sentir de más", dice Loza. "Pequeña novela de Oriente" fue publicado por Entropía. Lo que sigue es una transcripción de la conversación que mantuvimos meses atrás con Loza para el podcast Vidas Prestadas. — Trabajaste en estos libros durante la pandemia. Recuerdo bien que en un comienzo, los escritores decían que no estaban pudiendo escribir, que aunque la situación de parálisis del mundo y aislamiento parecía ideal, la angustia superaba todo y se hacía imposible escribir. Sin embargo, en el último tiempo empezó a aparecer muchísima producción de la pandemia, como si hubiera habido una imposibilidad concreta primero y, luego, algo así como una catarsis colectiva. ¿Cómo lo ves? — A mí no me cuesta la soledad, digo, habitar la soledad, entonces en principio me parecía que no me conectaba con esa angustia. Las secuelas las empecé a entender mucho tiempo después de que pasó la pandemia. Pero una de las cosas que pasaron en la pandemia fue que empecé a tomar un taller de poesía, empecé a ir a un taller de poesía con Laura Wittner, al que continúo yendo. Y, por otro lado, dábamos un taller de dramaturgia con Andrés Gallina. Un taller que empezó y hubo algo como de conexión ahí con gente de otras provincias, de otros países. Y de ver que había gente que tenía muchas ganas o tiempo de producir y yo sentía que necesitaba un espacio de escritura en ese momento y Andrés, que es mi compañero de taller y socio, me empezó a acompañar en algunos textos que empecé a escribir. Yo empecé a escribir un texto que me había pedido Gabriela Halac, que era Nadadores lentos. — Para la editorial Documenta. — Sí. Entonces, empecé a escribir ese texto que tenía que ver con la escritura y con la natación, que es algo que intento hacer aunque soy cero deportista. Y, en paralelo, escribía una serie de crónicas que en ese momento eran sobre unos viajes que habían sucedido antes de la pandemia, y que para mí eran en otra vida y que no sabía si iba a volver a realizar algo así alguna vez. Eran viajes a Oriente, y en esos viajes yo me había propuesto escribir y no había podido. Supuse que toda esa experiencia junta armaba una suerte de historia. Y como yo siempre trato de tener varios archivos abiertos al mismo tiempo, un tiempo después empecé a escribir Un espíritu modesto, como algo más ficcional. — En Pequeña novela de Oriente, hay un narrador que utiliza la segunda persona, que en realidad es una primera (“Tardás dos días en llegar. Apenas dormís en los vuelos. Estás atengo a tu rodilla lastimada”). ¿Cuándo y cómo surgió esa perspectiva, ese narrador? — En realidad, no podía empezar a escribir el recorrido hasta que encontré esa segunda persona. Había como una necesidad de mirarme como un personaje, o que yo fuera un personaje, y cuando empecé a escribir la segunda persona pude maniobrar mejor lo que había acontecido y podía ser como una especie de, no sé, zonas; porque yo en parte me acordaba o había tomado algunas notas de lo que había acontecido pero también había que escribir, que inventar, que tergiversar. "Quizás tiene que ver con envejecer, pero a mí me interesa cada vez más la rutina y soy muy poco aventurero" (Santiago Loza). — Eso pasa… — Sí, siempre. Siempre. También me gustaba algo de la segunda persona. Primero me parecía que acompañaba ese gesto un poco más solitario que tiene ese personaje, que no sé cuánto soy yo. En ese personaje hay algo de compañía, y como que se va insuflando fuerzas o se va dando órdenes y hay cierto humor. Me parecía que, de alguna manera, la segunda persona me permitía tener cierta distancia. — ¿También te ayudaba a superar el pudor? — Eso, un poco el pudor y un poco como poder ver más tridimensional esa interioridad. Porque de alguna manera el viaje, o esos viajes o ese relato, hablan de una interioridad. Finalmente eso es lo que me conmueve de los viajes, cómo nos transforma internamente. — Y lo que cuesta volver de esos viajes largos… Viste que se habla del jet lag pero también se dice que, al regresar, vuelve el cuerpo pero el alma queda un tiempo más ahí donde estuvimos. En esa clase de viajes, está esa sensación que vos describís en Pequeña novela de Oriente, cuando uno habla del tiempo y hay doce horas de diferencia entre el que viaja y los que se quedaron, por ejemplo. — Sí, es como eso que hace la mente o que hace, no sé, el espíritu, esa flotación que hay en los viajes. Es como estar mucho tiempo despierto o como si estuviésemos más vivos que nunca. Es como sentir de más. — Porque hay un alerta permanente. — Porque hay algo de alerta. Hay algo ahí como si estuvieras mucho más despierto que despierto, una híper sensibilidad. — Los que viajamos mucho solos, básicamente por trabajo, sabemos que en determinado momento convertimos el cuarto de hotel es casa. Eso está en tu libro y es tal cual lo describís: la sensación de que regresar a ese cuarto de hotel es volver a casa. — Sí, es casa, es refugio. En Pequeña novela de Oriente el personaje está obligado a ser sociable o a ciertas acciones y el hotel es también ampararse de tener que ser sociable, de tener que sociabilizar o responder. — Me gusta esa escena en la que el personaje pone la raíz en un vasito porque esa idea decorativa es justamente parte de la intención de transformar ese espacio de tránsito en un hogar. — Sí, como empezar pequeños rituales que tienen que ver con la rutina. Quizás tiene que ver con envejecer, pero a mí me interesa cada vez más la rutina y soy muy poco aventurero. Entonces, lo que se vuelve rutina, frecuentar los mismos lugares, volver, esas insistencias me conmueven. Soy poco turista en ese sentido. — Bueno, pero ¿qué es ser turista finalmente? Porque de pronto eso que vos señalás, ese volver… Recientemente volví a lugares donde había estado 15 y 20 años atrás, y disfruté mucho de reencontrarme con ellos. Es emocionante volver a donde de pronto uno vivió situaciones felices o de emoción. — Sí, de emoción Con los viajes a Oriente yo tenía la sensación, y la sigo teniendo –y está en el libro–, que a esos lugares no los iba a volver a visitar. Había algo de tanta lejanía que era muy difícil pensar en un regreso. Entonces lo que sucedía tenía algo de inolvidable, de que eso realmente había ido muy lejos o, por lo que fuera, no iba a volver. Creo que hay humor pero también hay algo de melancolía de decir “bueno, me estoy despidiendo”. La novela "Un espíritu modesto" fue publicada por Tusquets. — Miremos bien todo esto porque no sé si voy a volver a verlo alguna vez. — Algo así. — Pero también me parece que hay algo con Oriente que es la diferencia física y espiritual que uno siente en esos lugares ¿no? Cuando aparece el monasterio, cuando aparece la cuestión budista que se ve en Oriente y que para nosotros es tan distante en un punto y que, al mismo tiempo, es tan conmovedora y magnética. — Hay algo de todo eso. También me pasa que yo siempre tuve un deseo por el Oriente, quizás hasta por el cliché del Oriente. Yo soy más bien tímido, apocado y me parecía que había algo de cierta delicadeza que tiene el Oriente que, si accedía a eso, iba a sentir algo que sentí un poco en ese anonimato. En ese transcurrir medio anónimo había algo que me hacía sentir muy cómodo, por momentos muy plácido, muy parte de eso. Es rarísimo, como si las guardias hubiesen bajado por un momento. — Sí, y al mismo tiempo, cuando uno está en Oriente uno es el otro de ellos. — Por supuesto. Por supuesto. — Me acuerdo en el año 2001, la única vez que estuve en China, durante una visita a la Muralla se acercó un chico de unos 14, 15 años, que estaba con sus padres y me dijo en inglés: mis padres y yo queremos sacarnos una foto con usted. — Sí, me pasó en China haberme sacado fotos porque soy alguien muy extraño. — Sos el otro. — Sí, sí, sí. — Antes hablabas de la edad. Hay una frase que subrayé: “Quisiera ser longevo para entrar muy despacio al olvido”. ¿Es una frase que sentís que llega a través de la poesía que estás probando? ¿Sentís que cambió tu prosa? — Me parece que en estos años estoy más entregado a la experiencia de la escritura o al tiempo de esa escritura. A veces está vinculado a la poesía como también quizás a una producción más lenta. Digo esto y como salen varios libros que estuvieron esperando, parece que todo fuese mucho más vertiginoso de lo que es. Pero hablo de darle un tiempo a la escritura, a intentar eso: cierta lentitud y cierta delicadeza. Sí, eso. Y, también, como si las expectativas hubiesen bajado. Entonces algo de esa voracidad que tenía para mí la juventud se serenó. Entonces sí, hay como una etapa en la que no estoy híper productivo pero en lo que hago hay cierto disfrute. También siento que lo que puedo escribir lo puedo trabajar y probablemente eso se publique o se haga una obra. Antes era más incierto. — ¿Y cuándo sucede que el tema que te está dando vueltas en la cabeza se convierte en un libro de no ficción, en una novela, en una obra de teatro o en un guion? ¿O llega con género determinado? — Creo que en algunos casos tiene que ver con propuestas de producción. Por ejemplo, en el caso de Viento blanco a mí me gustaba mucho Mariano Saborido como actor y quería hacer algo con él. Después puede haber o se harán otras versiones. Pero, en principio, está escrita para él. Entonces, a veces son situaciones de producción. Y después hay otros libros, otros textos, que son quizás más secretos o más lentos. En el caso de Un espíritu modesto, en realidad había unas vecinas de edificio que hace un tiempo escuchaba y tenían vidas bastante sórdidas, me parecía que eran como madre, hija y discusiones. Algo muy terrible. Y había algo que yo podía proponer desde la escritura, algo más dichoso o vinculado al goce. La escritura como algo transformador de la experiencia plana que tiene el vivir. — Casi reparador. — Algo de eso, sí. Y empecé a escribir esa ficción. Ahí se fue armando Un espíritu modesto, también me divertía empezar a armar como una suerte de novelita erótica, por momentos, y que tuviese que ver con la fe. Pero claramente hay algo del tiempo que me implica ese texto y me parece que también de cierta digresión, que tiene que ver con la narrativa. A veces, cuando escribo teatro sé que esos textos van a ser resueltos en escena. Entonces hay algo de esos textos que tienen que tener una resolución escénica en algún momento. Y la narrativa puede no tener otro camino. Loza, sobre la novela "Un espíritu modesto": "Me divertía empezar a armar como una suerte de novelita erótica, por momentos, y que tuviese que ver con la fe". — Pero todo puede ser motivo para una ficción. — Sí, a veces pienso eso y otras pienso que no todo. Por ejemplo, a mí me aburre bastante escuchar anécdotas de viajes o mis propias anécdotas. Me parece que hay algo en cómo se cuenta eso. Y a veces es pensar, armar la estrategia, o no sé si la estrategia, pero sí encontrar el tono antes de ponerse a escribir. Entender cómo se va a contar eso que tengo. Ahí es cuando entiendo cómo se va a contar claramente; empieza a haber un camino que que señala que tiene sentido contar eso. Pero hasta que no lo encuentro es algo más difuso. — La gran mayoría de las personas tiene historias buenas para contar. El tema es cómo contarlo. Solo así se entiende que un lector se puede bancar quince páginas de Knausgård contando que sube la montaña para ir a la casa del padre cargando las cajas con las cervezas. — Sí, sí. Entonces, cada tanto aparece algo que siento que insiste, que hay algún motivo que insiste, entonces uno sospecha que ahí hay algo. — ¿Y quedó mucho en el camino? Quiero decir, evidentemente sos una persona y un escritor en el sentido más amplio del término que no tiene demasiadas dificultades con la famosa página en blanco. Pero de pronto también mirás lo escrito y decís “no, esto no va”. ¿Te pasó muchas veces? — Sí, sí, me pasa. Me ha pasado, me pasa bastante en teatro, que escribí algunas obras que no se hicieron o estuve en proyectos que no prosperaron. También me pasó que algunas veces me convocaron para televisión y escribí guiones que no prosperaron. Hay otros proyectos que tienen que ver más con lo literario que supongo que, por insistencia, terminan teniendo una forma, los peleo más. Pero sí. Después tengo también bloqueos y hay tiempos en los que no escribo. — ¿En serio? No me imaginaba eso. — Sí, me pasa que hay temporadas o que escribo muy poco o trato de escribir algo, sentarme un rato por semana. Pero soy muy disperso y bastante caótico en el oficio, si es que existe el oficio. — Y eso que participaste del programa de Iowa, donde se supone que un autor se forma y se entrena para eso, ¿no? — Sí, sí, estudié en Iowa. Estuve varios meses ahí, fue buenísimo. También ahí me sentía un poco exigido porque había una situación donde había que dar unas charlas, dar clases. Y mi inglés no era para nada muy bueno. Pero fue muy inolvidable la experiencia. Yo había tenido experiencias de residencia por cine y un viaje que se iba a hacer a China y finalmente lo hice el año pasado. Y a mí las experiencias me parecen súper ricas y han sido muy movilizadoras pero no siento que en ese tiempo haya podido escribir. O leo, o tomo notas. — ¿Pero no es algo que pasa en general, eso? ¿O conocés a mucha gente que produjo dentro de la residencia. — No, no, conozco gente que produce y son muy profesionales. Escritores que producen. A mí no me pasa. Ya el hecho de estar en otro lugar me distrae. Cuando viajé a Japón me había propuesto escribir una página por día y cuando iban pasando los días no escribía nada. Y claramente sentía que o se vive o se escribe. Cuando hay tanta intensidad en el vivir no puedo hacer las dos cosas juntas. Hay algo de reconstrucción, luego. — Pero tu maestra de poesía Laura Wittner dice “se vive y se traduce”, así se llama su libro. — Ah, pero esa es muy genia. Ella puede hacer, no sé, quizás sí, quizás también leyendo ese libro de Laura y, conociéndola un poco, ella se da como sus tiempos. Hay algo de la vida cotidiana y también de cierto límite que tiene la poesía y cierta pequeñez donde puede, no sé. — Se ordena tal vez. — Sí, es ordenada. Ordenada a través del cotidiano. Me parece que algo de esos viajes o de esa experiencia desordenan mucho. — Todo. Hasta entenderse en esa experiencia. Entonces me parece que lo que a mí me queda es la reconstrucción. Poder reconstruir eso. Santiago Loza: "Muchas de mis películas tuvieron apoyo del INCAA y en este momento al INCAA lo están desguazando, básicamente, y es espantoso lo que está pasando". — En Pequeña novela de Oriente aparece el viaje que hacés a un festival de pueblo coreano por tu película Malambo. ¿En qué estás con el cine hoy? — Estoy con algunos proyectos que no se están pudiendo llevar adelante. Muchas de mis películas tuvieron apoyo del INCAA y en este momento al INCAA lo están desguazando, básicamente, y es espantoso lo que está pasando. Los proyectos de ficción están más complicados. Y, después, estoy tratando de hacer algo que finalmente en Pequeña novela de Oriente se cuenta de un viaje a China que no se hizo pero estaba la voluntad de hacerse. Ese viaje se hizo, finalmente yo viajé el año pasado. Y me propuse filmar una toma por día. No son grandes tomas, no soy camarógrafo. — Lo que no pudiste con la escritura pudiste hacerlo con la cámara. — Claro, no podía escribir en China porque llevé un diario pero sobre todo registré una toma por día, me lo proponía casi como un ejercicio. Con una cámara de fotos, con una cámara un poco mejor que me prestó un amigo. Y, ahora, con Lorena Moriconi, que es montajista de varias películas y es muy amiga, estamos armando esa suerte de ensayo, diario. Eso. — ¿Y va a haber una voz tuya? — Sí, sí, sí. Hay algo de eso. — Me gusta porque parece como una continuidad de Pequeña novela de Oriente en otro formato, ¿no? — Algo de eso es como una continuidad. — Volvemos a Un espíritu modesto y hablábamos antes de la fe y yo pensaba también en Viento blanco, en la obra de teatro con Mariano Saborido. Aparece la idea del duelo. El duelo aparece también en Pequeña novela de Oriente. Imagino que estás pasando efectivamente una situación así, que debe ser bastante reciente la muerte de tus padres. Pero el tema de la fe me impresionó tanto en Un espíritu modesto como en Viento blanco, aunque aparece de modo diferente, por el lado más tradicional católico en la obra de teatro y en la novela está más ligado a nuevas formas de consuelo desde expresiones religiosas menos ortodoxas, por decirlo de algún modo. — Sí. Tuve una formación de infancia muy católica y de provincia, soy cordobés, y de mucha carga y mucha creencia religiosa y mucha voracidad por la religión. Yo era muy devoto. Y después tuve esa crisis de adolescencia que tuvo que ver con ciertos libros, ciertas películas, y dejé de creer. Pero siempre me interesó la fe como un relato, como un motor, y nunca tuve algo burlón hacia la fe sino ganas de acercarme y tratar de entender. Y me parece que la fe es un tipo de ficción. Es un tipo de ficción lo que cada uno necesita para armar un relato y una entrega. Y me conmueven ciertos gestos muy simples de la fe. En Un espíritu modesto está la fe; en Un espíritu modesto y en Viento blanco hay algo erótico, que eso creo que a veces la fe tapa o se filtra o son espacios donde hay cierta pulsión. Hay algo muy queer en los dos materiales, entonces en todo lo queer a veces lo religioso camufla ciertos ardores. Eso me parece, eso lo he visto, lo he vivido. A veces se confunden esos fogonazos que tiene la fe con ciertas zonas más eróticas que tiene lo queer. Y además me divierte; en Viento blanco hay algo del montarse, que es algo muy queer y a la vez es muy sacerdotal. Mariano Saborido en "Viento blanco", de Santiago Loza. La obra fue dirigida por Valeria Lois y Juanse Rauch. — Sacerdotal, pero también de drag queen. — De drag queen. Por eso, es como de montarse, como emperifollarse para la escena. Y hay algo de la misa que es una escena, podría ser una escena queer. — Y hay algo también de Psicosis de Hitchcock. — Y hay algo en Viento blanco que, yo decía, es como si fuera una versión más tierna y queer de Psicosis. Aparece la madre, la presencia de la madre. Soy muy malo citando pero me acuerdo que Marguerite Duras decía que no hay como un personaje más loco y misterioso que la madre. Sobre todo también pensaba que para ciertas disidencias o para ciertas personas que habitamos ciertas disidencias la madre constituye algo muy complejo, es muy constitutiva de todo. Y a mí me pasaba que nunca escribía directamente de la madre y últimamente cada vez se filtra más. Entonces me parece, digo: no puedo parar de escribir, tratar de escribir sobre ese vínculo. Sobre esa presencia. — Y será que es por la ausencia. — Es por la ausencia. — Que es más fácil, te simplifica el camino. — Sí, es por ausencia. Y también como una necesidad de decir bueno, hay una zona donde hay algo de empezar a envejecer, a decir claramente bueno, entonces yo me estoy despidiendo de esta figura que ha sido tan omnipresente, que ha ido tiñendo a veces por diferencias Porque uno también trató, inclusive en la escritura. Toda esta escritura ha tratado de diferenciarse de ciertos preceptos que tenían que ver con la madre y al mismo tiempo bueno, ahí está. — ¿Y era lectora? — No, no, mi madre no era lectora. A mí mamá no le interesaba nada que tuviera que ver con esto. No le interesaba el cine. Leía o repasaba algunas cosas que tenían que con la Iglesia. No le interesaba. Entonces para mí siempre la escritura, la lectura, fueron lugares donde yo me escondía un poco de lo familiar. Me escondía, era como un refugio. Y al mismo tiempo últimamente cada vez lo escribo más y ha sido una forma de reencontrarme con esa familia. Y también es abrazar a la madre. Es como tratar de conciliar algo con esa figura o encontrar sus zonas más terribles y también sus zonas más tiernas. — Vos tenés publicadas la mayoría de tus obras de teatro. ¿Por qué te interesa que estén publicadas en formato libro pese a que fueron hechas justamente para ser resueltas en escena? — Pienso en Romina Paula, en Mauricio Kartun, en gente que uno admira mucho, que han defendido ese poder literario que tiene esa dramaturgia. Que puedan ser textos dramáticos, que puedan ser mi fantasía, y creo que en algunos textos pasa que personas que no han visto esas obras puedan leerlas y disfrutar de ese material de una manera autónoma a la escena. Digo, que esos textos tengan un valor. Inclusive a mí me pasó que la escritura del teatro me posibilitó escribir narrativa y poesía. Para mí hay algo de la dramaturgia que está muy cerca a la poesía. Que está muy cerca en este momento a cierta producción de la poesía. A veces voy a escuchar poesía y digo: bueno, está muy cercano a lo que yo creo que es la dramaturgia. Últimamente muy poca gente escribe dramaturgia con personajes, un escenario. Se escriben voces, cadencias. Y entonces me parece que está muy pegadito a la poesía, a lo que se está escuchando de poesía. A Loza le gusta trabajar cerca de los actores, asegura que lo conmueve. — ¿Estudiaste actuación? — En algún momento estuve en el estudio de Julio Chávez trabajando y él me propuso en un tiempo pasar a las clases, hacer unos ejercicios, estar un tiempo, y a los tres meses me dijo: no, no, no, podés irte. Porque yo la pasaba mal y él también. — No es lo nuestro, te dijo (risas). — Pero sí, pero a veces estoy cerca de eso, algunas veces de algunos procesos estuve más cerca. De algunos procesos de ensayo estuve más cerca. Y me encanta trabajar con actores y actrices cuando he podido. Hay algo que me conmueve mucho de lo actoral.
Ver noticia original