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  • La belleza de la semana: la luz sagrada del sol

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 13/01/2025 04:54

    "Puesta de sol escarlata" (hacia 1840) de William Turner muestra todos los colores que explotan instantes previos a la noche, a las sombras, a la oscuridad 1 Que el sol sea una estrella de tipo G2V, que tenga un diámetro de 1.391.016 kilómetros, que su luz tarde ocho minutos y veinte segundos en llegar a la Tierra, son números fríos, símbolos duros, estadísticas, clasificación. Nada parecen decir estos datos del “globo de fuego”, como lo llamó Antonio Machado —¿cómo puede flotar sin quemarse a sí mismo hasta extinguirse?—, la Medusa que nos apañe desde el cielo, que enternece y calcina, que acaricia y lastima. 2 Munch era lector de Nietzsche. Sus libros, lo sabemos, te empoderan o te aplastan. Y Munch venía de atravesar una crisis profunda que lo tuvo varios días internado en un hospital por “agotamiento físico y mental”; eso es lo que se sabe. Al salir, le salió un proyecto en la Universidad de Oslo: pintar un mural en el Aula Magna. Influenciado por el filósofo alemán, quiso hacer una alegoría del hombre y la montaña. Sus amigos le recomendaron que desista; obedeció. Entre 1909 y 1911 pintó El Sol: el amanecer nace sobre un fiordo generando un efecto caleidoscopio con sus rayos y colores. “La contratación para la decoración de esta aula fue polémica. Evidentemente, Munch no era del gusto de todo el mundo, y los responsables de la Universidad casi le tumban el proyecto”, cuenta Miguel Calvo Santos en Historia Arte. “Munch es aquí a la vez romántico y vanguardista, y el sol, en efecto, es Dios”, se lee en el sitio oficial del artista. El Sol está en la pared del fondo. Es uno de los once murales que hizo en el lugar. Su influencia más directa, un espíritu de época que recorría los finales del siglo XIX: el vitalismo. Pese a sus diagnósticos sombríos, Nietzsche era también un exponente: era su reacción a la decadencia. ¿Cómo pensar un hombre nuevo? Desde el principio, lo elemental, lo espontáneo. “Vi salir el sol por encima de los acantilados y lo pinté”, dijo Munch. No hizo falta agregar más. Entre 1909 y 1911, Edvard Munch pintó "El Sol", un encargo de la Universidad de Oslo para su Aula Magna. En total, fueron 11 murales 3 El 25 de mayo de 1810 fue lluvioso, ventoso, un día nublado. Pero cuando el proceso comenzó a materializarse, cuando la posibilidad de la independencia de España se volvió carne, dicen, en el cenit asomó el sol. Es el mismo sol que hoy brilla en el centro de la bandera argentina, sobre el blanco plata, entre los celestes del cielo y el mar. El Sol de Mayo o Incaico —Inti: un sol con rostro humano— se incluyó en 1818, seis años después de la original. La bandera diseñada por Belgrano fue izada por primera vez en Rosario el 27 de febrero de 1812. Esa era bicolor: arriba blanco, abajo celeste. Al año siguiente se reemplazó por una igual pero al revés. De 1816 a 1818 se usó una como la actual, pero sin el sol. El hombre que diseñó el sol era peruano, cusqueño: el orfebre Juan de Dios Rivera Túpac-Amaru. Lo apodaban “El Inca” porque era descendiente de una princesa incaica. Belgrano aceptó la propuesta. Quedó perfecta. El hombre que diseñó el sol era peruano, cusqueño: el orfebre Juan de Dios Rivera Túpac-Amaru 4 En la mitología nórdica, el escudo de Svalin protege a la Tierra del calor del sol. Es tan grande, tan caliente, tan luminoso su fuego que alguien debe afectarlo. Allá arriba, en lo alto, la diosa Sól cabalga una carroza tirada por sus corceles Arvak y Alsiv surcando el cielo a toda velocidad porque la persigue un lobo hambriento. En los eclipses, cuando las sombras lo cubren todo, el lobo la tiene arrinconada, acorralada, a punto de devorarla. Al final Sól se escapa; siempre escapa. En la Edda poética, una colección de poemas escritos en nórdico antiguo en el año 1260, se relata el mito de Sól. El dios Odín le pregunta al gigante Vafþrúðnir qué pasará cuando el lobo la asesine. ¿Vendrá otro sol? El gigante le dice que hay una esperanza: cuando el lobo hunda sus colmillos en la carne, la diosa ya habrá sembrado descendencia, una hija, su sucesora, y hará lo que tenga que hacer para ganar la Ragnarök, la batalla del fin del mundo. Mientras tanto, los días pasan: la diosa Sól —hija de Mundilfari y de Glaur— le apura el galope a sus caballos, gira el cuerpo y ve, detrás, entre las nubes espesas, el brillo de los dientes del lobo monstruoso. Sköll se llama la bestia. Tiene un hermano, Hati, que hace lo mismo: persigue a una diosa: a Máni, la luna. En una ilustración de 1909, del pintor inglés John Charles Dollman, los lobos sombras enormes, terribles, aterradoras. Ilusos, creen que podrán destruir la luz. En vida, Van Gogh vendió muy poco. Uno fue "El viñedo rojo cerca de Arlés", pintado en noviembre de 1888 5 En vida, Van Gogh vendió muy poco. Uno fue El viñedo rojo cerca de Arlés, a 400 francos, unos 728 dólares de hoy. El óleo lo pintó en noviembre de 1888. Dos años después lo exhibió en Bruselas, en la muestra anual de Los XX, y ahí logró la venta. Se lo compró Anna Boch, pintora y coleccionista. Más tarde lo adquirió el ruso Sergei Shchukin, luego apropiado por el Estado tras la revolución de 1917. Ahora su sol alumbra desde el Museo Pushkin de Moscú. 6 Mientras dormía, William Blake tenía visiones: sueños, pesadillas, imágenes que se volvían una obsesión. Para desentrañar su mensaje, las pintaba. Una de ellas, El anciano de los días, publicada en su libro de 1794 Europa, una profecía. La interpretación iconográfica es amplia. El título parece provenir de una cita bíblica del Libro de Daniel, donde el anciano se sienta sobre “su trono llama de fuego”, “millares de millares le servían”, “y los libros fueron abiertos”. El anciano es Urizen, encarnación de la sabiduría y la ley en la mitología de Blake. También podría ser una alusión a Dios como “gran arquitecto”. Incluso se habla de masonería, símbolos que frecuentaba el artista. Todo se proyecta delante un gran sol que se abre paso entre nubes negras. El sol aparece varias veces en su poesía, siempre como un ente superior. En “Una pequeña niña perdida”, habla de “la luz sagrada” que aparece cuando se han “quitado las cortinas de la noche”. William Blake tuvo una visión y la pintó en "El anciano de los días" (1794) 7 Hasta 1884, cuando su nombre aparece registrado en una novela, Odilon Redon era un desconocido. Pintor, grabador, escultor nacido en Burdeos, Francia, en 1840. Cuando volvió de la guerra franco-prusiana decidió abandonar los colores fuertes y se dedicó a hacer carboncillo y litografía. En la novela en cuestión, A contrapelo, de Joris-Karl Huysmans, muy leída en su época, hay un aristócrata decadente que colecciona dibujos de Redon. Sus obras son extrañas, enigmáticas, dan siempre la sensación de que ocultan algo, ya no un mensaje, sino una verdad. Tienen la fortaleza del simbolismo. Hasta 1890 pintó casi exclusivamente en blanco y negro, pero de a poco se fue filtrando el color. Algunas dicen que era parte de su estado de ánimo, otros que una posición político-estética, también se habla de su esposa, que era mulada. Sol negro, pintada en 1900, es una muestra de su tremendo estilo. “Sol negro” (1900) del simbolista Odilon Redon 8 “El mundo sigue viviendo y, por encima de él, el sol nunca ha interrumpido su curso”, escribe la francesa Emma Carenini en Sol: Mitos, historia y sociedades, el libro que hace meses Ediciones Godot tradujo al español. “Su carro avanza todos los días al mismo paso por un cielo en el que jamás hubo catástrofe alguna que realmente le opusiera resistencia. Con un movimiento regular, como un Sísifo en llamas, ilumina los paisajes indiferentes”, agrega. Afirma esta autora nacida en el año 1993, que estudió filosofía en la Sorbona, que “las generaciones de hombres se han sucedido, y la luz que les calienta los hombros mientras trabajan es siempre la misma. A veces, el pasado y el presente se encuentran en la eternidad: es cuando el sol nos inunda con su luz. Si bien nada nos devolverá el sonido de la voz de las generaciones pasadas, la luz del sol, por su parte, está llena de ecos de ayer, pero también de mañana”. 9 El sol siempre está, pero al atardecer, cuando se retira —nos retiramos nosotros: giramos, le damos la espalda— se produce el atardecer, la transición a la noche, a las sombras, a la oscuridad. Ese pasaje es, quizás, lo que más se pintó en la historia. Podríamos hacer una lista interminable, pero quedémonos con dos: Atardecer sobre la costa de Málaga (1918) de Guillermo Gómez Gil y Puesta de sol escarlata (hacia 1840) de William Turner. "Atardecer sobre la costa de Málaga" (1918) de Guillermo Gómez Gil 10 En su “Poema al sol”, el mexicano Homero Aridjis imagina una conversación entre una poeta y un pintor que le hablan a la estrella y, en su veneración, contraponen argumentos y disciplinas. “Tu nombre cabe en una sílaba”, dice el poeta. “El sueño de la luz produce formas”, dice el pintor. “Si el ojo no fuera solar, / ¿cómo podría ver la luz?”, dice el poeta. “Si la luz no fuera maestra del color, / ¿cómo podría pintar sus ojos?”, pregunta el pintor. “La sonrisa infinita de la luz / es un verso que es un poema / que es un universo”, dice el poeta. “La luz inteligente viene del Sol / con la temperatura exacta para pintar tus manos”, dice el pintor. “Una figura que proyecta sombra, una silueta / insustancial que te sigue por la calle, eso soy yo”, dice el poeta. “Qué es una sombra: / un esplendor en la espalda / y una mancha en el suelo”, dice el pintor. El poema transcurre en ese ir y venir extemporáneo, universal. Acuerdan cuando toman conciencia de lo que son: dos puntos ignotos en el universo infinito adorando una deidad palpable. Acuerdan cuando revelan la trascendencia. “La pintura del Sol / la acabarán los otros”, dice el pintor. “El poema del Sol / comenzó hace mucho tiempo”, dice el poeta. Generación tras generación, la humanidad levanta la vista —la mano ahuecada en la frente, los ojos entrecerrados— para contemplar el misterio del fuego que se niega morir.

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