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» El litoral Corrientes
Fecha: 13/01/2025 04:11
n Hay seres humanos que vienen a este mundo signados por un destino terrible, pero no definitivo según su conducta. Franklin nació en un buen hogar cristiano, lo que nunca supo fue que sus padres habían encontrado un tesoro y que cierto tufillo siniestro, de las maldiciones que vienen con el hallazgo, le pegarían a él, bien dicho está que el inocente pagará por los pecadores, al menos una parte de la deuda. Siendo muy joven, estudioso, caballero, respetuoso y amante de la vida le dieron la peor noticia del mundo, tenía lepra, la enfermedad maldita bíblica, que metía miedo donde se la nombraba siquiera, como era de rigor lo aislaron inmediatamente, separándolo de sus amigos y amigas, sus parientes. Quedaban dos opciones, la primera marchar a la Isla del Cerrito, leprosario oficial del Nordeste, o la segunda, viajar a Rosario en estrictas normas de aislamiento para internarse en un nosocomio de dicha ciudad especializado en el mal de Hansen. La familia optó por la segunda, prácticamente encajonado fue cargado en el buque de la carrera siendo recibido en Rosario por el personal científico, con estricta vigilancia sanitaria y cuidados especiales. Ya instalado en el hospital, solitario, veía como su rostro acogía las heridas horribles de la cruel enfermedad, sus orejas perdían su forma, entre otros daños. Lo sometieron al aceite utilizado en ese tiempo, inyectable y doloroso, casi inaguantable, a veces gritaba tanto que prefería morir, hasta que perdía el conocimiento. El tiempo pasaba entre las soledades silenciosas del aislamiento, largas noches de insomnio conversando con la luna o escribiendo largas cartas en las que describía sus cuitas. Se aventuraba a veces con relatos imaginados, poesías cautivantes que sólo él y los astros conocían, sabía de memoria las constelaciones celestiales. Nunca perdió la esperanza, fue fuerte y sólido en sus convicciones. Mientras tanto la ciencia avanzaba, renacían las ilusiones, de tal fortuna que la lepra fue dominada por los poderosos remedios descubiertos, la Biblia se derogó en ese aspecto, la enfermedad era curable, con ello fueron suprimidos los lazaretos y confinamientos que el miedo producía. Franklin ya mozo se curó. Al ser dado de alta no sabía qué rumbo tomar, vagaba por las calles de la ciudad portuaria, las miradas pérfidas se posaban sobre él, lo discriminaban aun estando curado, por si acaso, por esa causa nunca se desprendía del certificado médico que lo declaraba libre del mal. Mirar una mujer era un pecado para él, éstas huían ante su presencia, le resultaba imposible explicarles que no temieran. En ese período se educó, completó sus estudios en una escuela especial para los egresados del nosocomio, allí forjó amistades con familiares de otros desdichados como él, la sociedad lenta y parsimoniosamente fue perdiendo el miedo milenario al mal. Entretanto los poemas comenzaron a poblar su mente, escribía con deleite, recitaba con voz grave y cadenciosa, aunque parezca mentira ese arte maravilloso poco a poco fue abriendo puertas desconocidas, algunas damas le perdieron el recelo, subyugadas en el buen sentido de la palabra por las coplas del trovador. Comprendió de pronto que debía volver a Corrientes, allí estaba su destino, sus familiares lo extrañaban. Cargó en su valija sus pocas cosas materiales, cuadernos, las cartas que lo acompañaron en su soledad, volvió a su querida ciudad de Corrientes, sus padres y amigos lo esperaban en el puerto. Al bajar comenzaron los abrazos, algunos sinceros y otros fingidos, de esos que nunca se acordaron de él. Volvía a su tierra hecho un poeta, con un premio sobre sus espaldas. Transcurrido un tiempo, ingresó a la administración pública por concurso, en la rama de cultura, su destino fue el reciente inaugurado Museo de las Artesanías ubicado en Quintana y Salta, que ocupaba y ocupa el sitio histórico poblado de duendes y fantasmas; su escritorio se ubicaba en la primera pieza al Este del edificio, al final de la galería. Todos los días abría la ventana de rejas antiguas como el viento, forjadas en fraguas y martillo sin soldadura alguna, remaches y listo, pero tenía plena conciencia que la reja no lo encerraba, era libre como el ave que trina en las mañanas. En la vereda de su vista maravillosa existía un árbol, que expandía su sombra en las siestas correntinas. En esas tardes esplendorosas que regala Corrientes, conversaba con su jefa y directora del Museo, poco a poco las charlas se hicieron largas, sin saberlo ninguno de los dos, el picaflor de Cupido metió el flechazo atravesando el corazón de ambos, a ella no le importó ni su cara ni sus orejas, menos las otras marcas ocultas debajo de su ropa; la voz, su galantería y sus poemas formaron un mundo de ensueños y felicidad. Se casaron con gran alegría para propios y extraños, Franklin era feliz. Su poesía ocupaba ya lugares especiales en el alma popular, captaba adherentes, sus obras publicadas mostraban al público al poeta, que cantaba sus cosas, costumbres, lengua y forma de ser del correntino. Tres veces a la semana yo pasaba frente a la reja del poeta, hablaba con él un rato antes de entrar a clases en la Facultad de Derecho por la calle Salta, daba clases de Historia, tema que a Franklin le encantaba, corría la década de 1970. Se preguntarán porqué me acerqué a él, respondo, como dice el correntino, era mi pariente, lejano, pero pariente al fin. Yo recitaba sus versos en cuanta reunión me hallaba, él participaba en las peñas que se hacían en el lugar, con la peña Sapukay y con otro amigo entrañable, que ya partió también al mundo de los espíritus, Raúl Cristian. Pasó el tiempo y la buena muerte vino a llevarlo al destino infinito de los espíritus, en forma tranquila y franca. Desde entonces hace años, sigo recorriendo la vereda como en otros tiempos lo hice, muchas veces toco las rejas históricas del remozado edificio para comunicarme con sus habitantes anímicos. Algunos días como si se me empañara la vista o se produjera una ilusión óptica, observo a Franklin escribiendo en su vetusto escritorio saludándome con las manos, con la elegancia de sus gestos. “Cómo decir ciertas cosas, si es que no grito chamigo…” Viajero que visitas los lugares extraordinarios que tiene Corrientes, si observas a un señor sentado, justo al costado de la ventana que indico no te asustes, es un espíritu bueno, se llama Franklin fue y es poeta, sigue recitando en las estrellas que tanto amó.
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