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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 12/01/2025 03:16
Eduardo Blanco: “Siento que, como sociedad, tenemos un espíritu fachista, de pensamiento único” El crucigrama se resuelve sin spoiler: es necesario mirar la obra. La palabra detrás de la clave Empieza con D, siete letras se esconde en la sala del Politeama, donde cada noche Eduardo Blanco y Fer Metilli ponen en escena esa maravillosa obra escrita por Juan José Campanella y Cecilia Monti, la esposa del cineasta. Se trata de la historia de amor entre un hombre de más de 60 años que queda viudo y una mujer más joven que viene de una ruptura sentimental. Los dos están muy frágiles. Y se encuentran. “Acá podés emocionarte y reírte. Y además, te vas pensando”, promete Blanco, quien viene de hacer 1300 funciones con ese exitazo llamado Parque Lezama, junto a Luis Brandoni y también bajo la mirada de Campanella. Y que pronto será película en Netflix: en otoño arrancan con el rodaje. Con el prestigioso director lo une una rica historia artística, como las películas El hijo de la novia y Luna de Avellaneda, entre otras. “Formamos un equipo. Cuando nos toca una aventura juntos es maravilloso. Y cuando no nos toca nada, yo igual disfruto de sus historias”, dice Eduardo, quien además es muy amigo de Juan. Se conocen desde 1980, y conforman un triunvirato indisoluble junto al guionista Fernando Castest, con su propio grupo de WhatsApp, al que llamaron Los tíos. “Como somos hermanos, los tres somos los tíos de nuestros respectivos hijos. ¡Espero que nunca se develen las cosas que están ahí!”, ríe el actor, de 66 años. —¿En ese grupo, existió algún mensaje después del almuerzo entre Mirtha Legrand y Roberto García Moritán? —Yo me sentía como un espectador que estaba viendo la tele, y no que estaba ahí, sentado en ese almuerzo. Miraba lo que estaba pasando y pensaba: “¡¿Qué está pasando acá?!”. Fue como raro todo. — Por adentro, ¿estabas para abrazarlo a Moritán o para decirle “pegue Mirtha, pegue”? — Para ser sincero: ninguna de las dos cosas. ¿Quién soy yo para decir...? Creo que él se equivocó al ir al programa de Mirtha. Es así como funcionan los medios. Honestamente, antes de Pampita no lo conocía nadie. Eso tiene beneficios y también tiene perjuicios. No quiero decir que la gente lo haya votado por eso, pero nunca se sabe: si no sos conocido, no te pueden votar. Y si vos, como se diría popularmente, le metiste los cuernos, no importa si es verdad o no, y pretendés que la gente esté de tu lado, bueno... está como raro eso, ¿no? Si querés ir a limpiar tu imagen pública, dejá pasar un poco más de tiempo. De todas formas, él estuvo correcto. No faltó el respeto en ningún momento, ni tampoco se levantó y se fue. — Incluso, después agradeció. — Se la bancó. Eduardo Blanco con Tatiana Schapiro en Infobae (Candela Teicheira) —¿Consumís programas de espectáculos? —Consumo Bendita. Me encanta, hace años que lo veo. Tiene unas ediciones fabulosas. Te enterás un poco de todo, te divertís, tienen una mirada crítica y ácida. Los comentarios de los que están ahí, me entusiasman. Gente mala, gente muy mala... Pero bueno, están en tele. ¡Lo digo en chiste, lo digo en chiste! Pero después, hago bastante zapping. —¿Cómo llegó la propuesta de Empieza con D...? —Con Juan, las cosas son un recorrido: no es un director que me llama y me propone un trabajo, sino un amigo que me invita a sumarme a una nueva aventura. Yo ya sabía que estaba escribiendo esta obra con Cecilia Monti, su mujer. Es más, mi mujer, Mónica, la leyó antes que yo, porque se conocen desde hace muchos años y Cecilia se la compartió. — Con Mónica, ya llevan como dos décadas de casados. —18 para 19. Sí, sí, un número. Soy de administraciones largas. Bueno, es una construcción de ambos. —Tuvieron tiempos donde estuviste trabajando afuera. ¿Eso colaboró? — Antes de la pandemia estuve un año y medio seguido en España porque fui a hacer El precio de Arthur Miller. Ella por ahí se venía un mes completo, pero estuvimos un año y medio así, como separados, entre comillas. Y cuando vuelvo de repente no nos podíamos mover porque vino la pandemia: teníamos que estar juntos todo el tiempo. Sí resistió eso de estar así, con ese aire, a estar pegados... —¿En cuál de los dos momentos tuvieron más sexo? —Bueno, el reencuentro siempre es fogoso, por supuesto. Y en cualquier relación el aire siempre está bueno, al igual que la individualidad. A esta altura, después de 18 años, estamos en una buena etapa. Debe haber desgaste, supongo, pero no lo notamos. — A tu personaje de Empieza con D... le pasa otra cosa: viene de una historia y se encuentra con el personaje de Fer Metilli. — Podría parecerse porque esta es mi segunda administración, como dicen ahora. En un momento estuve como mi personaje. El tema de las segundas oportunidades; muchas veces vos creés que la vida, ya está. Mi personaje, viudo después de 40 años de relación, con un hijo grande, pensás que “ya está”, ¿no? Y sin embargo la vida siempre te sorprende, aunque te raspe, te roce, que te lastime. Y te invita a pensar que todavía estás vivo porque no solamente te raspa: también te hace vibrar, te emociona, te hace gozar. —¿Alguna vez te pasó de sentir “ya está”? — No me lo puse a pensar... Pero en general tengo un espíritu de que no, de que nunca está. Un espíritu inquieto de pensar cuál es la nueva aventura, y no me refiero solamente a lo laboral. Intento eso. —¿Todavía te ponés nervioso ante un estreno? —Sí. No es el típico nervio: es más una cosquilla inquieta, una ansiedad. No sé... es como un chico. ¡Ahí está! Como un chico. Porque nosotros seguimos jugando: somos gente grande que trata de jugar en serio. Siempre es maravilloso, aunque a veces pensás: “¿Qué hago yo acá? ¿Para qué pasar por esto?”. — Bueno, también para pagar las cuentas, ¿no? —Sí. Eso, sin ninguna duda. Pero al menos para mí, siempre quedó en un segundo plano. No es que no me interese el dinero, en absoluto. Digo que eso tiene un espacio: el del arreglo económico. Cuando ese espacio ya terminó, y empezás a trabajar por la X cantidad de dinero que te paguen, eso se olvidó. Entonces uno vuelve a ser un chico, con ese espíritu vocacional: “Dale, juguemos”. Y jugamos. Eduardo Blanco junto a Luis Brandoni en "Parque Lezama" —¿Te salió mal alguna vez el escenario? —Bueno, con Beto, imaginate: en 1300 funciones que hemos hecho de Parque Lezama, nos ha pasado de todo, muchas veces. Cortes de luz, por ejemplo. —¿Qué se hace con un corte de luz? —Los actores intentamos seguir. Pero es imposible. Siempre es costoso arrancar nuevamente la función porque no es como una película: la dejaste ahí, prendés y arranca de vuelta. Pueden pasar millones de cosas: que se caiga una parte del decorado, que alguien se tropiece, sentirte mal... —¿Te acordás la peor función de tu vida? —Lo peor no es cuando te olvidás la letra, porque para eso uno tiene oficio, sino lo que llamamos que se te haga un blanco: “¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Qué hago acá?”. Si un compañero no me auxilia, no tengo la menor idea de cómo salir de esto. Eso me pasó dos veces, nada más. También me pasó un par de veces, y es grave, que te tientes de risa sin que el público sea cómplice. Es muy angustiante porque no podés seguir. Parece que estuvieras cargando al público y es muy desagradable. — La última vez que charlamos, en enero del 2023, me dijiste que estabas ahorrando con latas de atún. Que era una buena inversión en ese momento, en un momento de muchísima inflación. — Fue una ironía, claro. Me llegó de vuelta eso de las latas de atún en estos días, cuando tuve esta conversación en el programa de Mirtha con este periodista (Franco Mercuriali), con el que no tengo nada particular. — Pero más allá del chiste de las latas de atún, me acuerdo que en ese momento estabas preocupado: me hablabas de los jubilados, me hablabas de tu mamá. — Mucho tiempo después de esa nota que hicimos con vos, (el legislador Ramiro) Marra me copió lo de las latas de atún. Yo lo decía como una ironía, pero él lo decía en serio. Bueno, qué sé yo... A mí me encantaría que, como país, tratemos de ir hacia el mismo lugar, que cambien los gobiernos pero que determinadas cosas no cambien porque sino no crecemos nunca. Esta es mi mirada, con las latas de atún, con mi madre jubilada o con lo que fuera. Y eso no está funcionando: desde hace muchísimos años, cada uno que llega al poder cree que tiene la verdad absoluta y que los demás son imbéciles. Así no se puede construir. Y a propósito de este intercambio de opiniones que tuvimos con este periodista, lo que pasa es que después lo agarran los medios. Me pasó una vez con Beto (Brandoni): podés tener una idea diferente, y de repente aparece en todos lados “Blanco le tapó la boca”. Yo no le tapé la boca a nadie. Yo manifiesto lo que pienso y puede estar en disidencia con otro. Y punto. Tenemos esa cosa de disputa, de rivalidad, que no ayuda. — Con Beto, ustedes podían pensar muy distinto pero respetarse en sus opiniones y construir un vínculo. —Absolutamente. Siento que, como sociedad, tenemos un espíritu fachista, de pensamiento único. Mucha gente me dice: “Ustedes piensan distinto, y sin embargo... Como con Juan, ¿no?”. Pará un momento: ¿qué significa pensar distinto? Yo no tengo 100% de afinidad con los pensamientos de nadie, ni tampoco tengo 100% de diferencia. Así funciona el mundo, la vida. Salvo que tengamos ese espíritu fascista, no todos tenemos que pensar únicamente de esta manera. Si nos juntamos con los que piensan igual y no tratamos de ver cómo hacer para construir o acercarnos a los que piensan diferente, ¿cómo hacemos? Esto todavía no lo hemos logrado. Y está cada vez peor. —¿Sentís que hay un enojo particular con los actores? —Lo que he escuchado en el último año y medio, dos años, es que han querido señalarnos como los responsables de que los jubilados cobren poco, de que no haya dinero para educación pública, de vaya a saber cuántas cosas más. Casi me río, porque es tan ridículo... Ojo, hay que resolver infinidad de cosas que funcionan mal. Hubo corrupción en millones de lugares y eso había que resolverlo, sin ninguna duda. Con gente amiga que vive en Europa, hace muchos años hablábamos de esto y me decía: “¿Vos te pensás que en Europa no hay corrupción? Lo que pasa es que hay instituciones que controlan de mejor manera”. Por lo menos intentan disimularla. Durante muchos años de nuestra historia, acá hubo etapas con una impunidad que a nadie le importaba; no estoy hablando de ningún gobierno en particular. Cuando está la tentación de lugares de poder, la gente se extralimita. Entonces, los controles tienen que ser férreos para que eso no suceda. —¿Se hicieron mal las cosas en el INCAA?. —Se hicieron mal y bien. Yo no pienso la vida en términos de blancos y negros. Quiero decir, el INCAA me parece absolutamente necesario. ¿Qué idea de país tenemos? Ese es el tema. Yo no tengo una idea de país donde solo cierren los números y nada más. Un país es algo más que eso. La educación, la ciencia, el arte, el cine. El hijo de la novia se estrenó en todo el mundo, la vio gente de muchísimos lugares y muchos decían: “No conocía a la Argentina, y después de esta película me dan ganas de conocerla”. ¿Cómo se dimensiona eso económicamente? Porque eso seguramente trae beneficios, por más que el INCAA haya puesto dinero para esa película. —A nadie le genera dudas que el INCAA haya puesto plata en esa película y en tantas otras. Pero genera enojo, porque hoy nos sale muy fácil enojarnos, de otras películas cuando te dicen que la vieron 30 personas: ¿Podemos saber antes de que estrenen una película cuánta gente la verá? —¡Pero qué tontería mayúscula es esa! Es de una ignorancia tremenda decir eso. El hijo de la novia nos salió bien, y hay otra que nos sale mal y van 30 personas. Los países que tienen buena cinematografía tienen apoyo estatal. Las películas son caras y se nutren de dineros de muchos sitios, y en nuestro país en particular, no salen de los jubilados ni de la educación. En su momento se han creado impuestos que van directamente a la gente que consume lo que nosotros hacemos, como con las entradas de cine. No es como el IVA, que lo paga todo el mundo por igual. Esto lo pagaba solamente la gente (que consume películas). —Esto no quiere decir que haya cosas que se pueden haber administrado mal con ese dinero. —Seguramente sí. Ahora, vos en un país, con algo que no funciona como correspondería, ¿lo tiras porque no sirve? Yo no tengo esa mirada de país, en ningún rubro. Venimos cascoteados desde hace muchos años. Todavía recuerdo, en la época de Menem, a un científico que estaba trabajando en un lugar de dos metros cuadrados, muerto de calor. ¿Entonces, cerrabas todo lo que tenía que ver con la ciencia o mejorabas las condiciones de trabajo de ese científico? No lo entiendo... —¿Cómo tener la receta para que ese científico y todos estén bien? —Yo no la tengo, pero tampoco me postulo a presidente. Quiero pensar que los que conducen un país si tienen la respuesta. Hasta ahora, yo no lo he visto. —¿Te enoja el tono del Gobierno? —Es lo que más me enoja. ¿Qué es esto de que la forma no importa? ¿Cómo puede ser? No lo entiendo. Las formas son muy importantes. Si desde el poder me muestro agresivo, violento, ¿qué genero? Yo creo que distrae, porque mientras hablan de las formas, de los romances, de un montón de cosas, yo veo a toda la oposición perdida, sin saber cómo reaccionar ante determinadas cosas. Hay cosas que seguramente pueden estar bien hechas: me encanta que tengamos menos inflación y un montón de cosas que pueden estar sucediendo. No me pongo en términos de blancos y negros. — Qué agotadores que son los blancos y negros. —Te digo la verdad: nunca tuve una identidad partidaria. He votado a Alfonsín y lo he votado a Kirchner. ¿En qué me convierte eso? Nada. Y si tengo que votar a otro, voto. O sea, soy un ciudadano independiente que puede estar de acuerdo con algunas cosas de uno y con otras de otro. Trato de buscar afinidades, acuerdos. A mí, después del programa de Mirtha, con esa tontería (su intercambio con Mercuriali), me han dicho de todo. Tengo Instagram, y si gratuitamente me putean o me insultan, bloqueo y ya está. No me hago más problema. —¿No te enoja? ¿No te quedas mal con eso? —Bueno, grato no es. Pero entiendo que es una cosa que está como orquestada. —Si no sos mileista, sos kirchnerista. —Sí, así me titularon. No me identifico con ningún partido, aunque pueda estar de acuerdo con cosas de cada uno. —Entonces no encajás, Eduardo. —No encajo. Es la verdad. Soy de los que en un momento, gente amiga inclusive, llamaban tibios o grises. Digo, ustedes son estúpidos porque ven la vida en términos de blanco y negro, y se pierden todos los colores que hay. Estoy seguro que puedo rescatar alguna buena idea de Milei, inclusive varias. No tengo nada personal. El problema es que es el Presidente, entonces ahí tengo diferencias porque no me gustan muchas cosas, me gustan otras. ¿Y a quién le importa que a mí no me gusten? Yo soy un ciudadano, estoy acá, doy mi opinión, ¿cuál es el problema? A ver si nos podemos relajar un poco con eso, a ver si avanzamos, ¿no? Si avanzamos en lo económico desde el punto de vista de que esos números cierran, y que la supuesta inflación que teníamos ahora no la tenemos, yo lo festejo. Ahora, cuando me contás cuál fue el costo de eso, digo: “Bueno, che, la puta, ¿no había otra forma?”. Lo digo con total humildad. Ahora, después, quien se enoje por esto que digo, bueno... —¿Cómo te llevás con el manejo del dinero? —Soy básico. Cuando me agarró la pandemia venía de trabajar un año y medio en España, entonces la pasé relajadamente, gastando lo que había ahorrado. Esto es un poco la vida de muchos actores: tenés trabajo, ganás plata; después no tenés trabajo. A lo mejor estuviste seis meses esperando a que la película se filme, y en ese tiempo igual hay que pagar las cuentas o comer. Entonces, voy gastando de aquello que ahorré. —¿Te llevás bien con esos momentos o todavía te generan angustia? — Hace muchos años que me dedico a esto y he vivido todos los estadios de esta profesión, desde la tranquilidad de saber que voy a tener con qué pagar las cuentas, hasta los momentos que no tuve con qué. En la pandemia tuve muchos colegas y amigos que no, y era tremendo. Entonces, me llevo a los tumbos. Soy un afortunado: en el momento en que estamos, acabo de estrenar una obra de teatro que me gusta, arrancamos muy bien. Y tengo proyectos, tengo trabajo. En lo particular, no me puedo quejar. Pero vivo en una sociedad. Tengo amigos, familiares, gente querida alrededor mío que no la pasa bien, o que no encuentra un rumbo, un camino o la posibilidad de vivir como merecemos vivir.
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