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  • Cafetines de Buenos Aires: La Banca, el tradicional sitio de la City que estalló cuando Argentina llegó a la final del Mundial 90

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 12/01/2025 03:05

    El clásico café de la City tiene tres barras en forma de U La costumbre del café al paso o de parado se extendió por el microcentro porteño hasta que la pandemia de Covid-19 alteró las costumbres laborales. Digo “de parado” y no “de barra” porque hablo de cafés sin asientos fijos. En todo caso, éstos disponían de algunas pocas banquetas que en las horas pico eran corridas a un costado para atender la mayor afluencia de clientes. La pérdida de este hábito también produjo la casi extinción de una especie autóctona. Volveré sobre este punto más adelante. ¿Por qué le adjudico al brote de Covid-19 una influencia determinante para la sobrevida de este tipo de cafetines? Pues por la nueva modalidad del home office que despobló de trabajadores que ahora realizan tareas desde sus casas a zonas de oficinas como, por ejemplo, la City financiera. Así me lo contó Esteban Desumvila, uno de los socios del café La Banca —hoy La Nueva Banca—, ubicado en la calle 25 de Mayo 376, frente al edificio de la Bolsa de Comercio, con quien volví a mantener una charla después de casi treinta años. Esteban —o el Colorado— me confirmó que la Bolsa prepandémica recibía 400 empleados diarios y que en la actualidad solo asisten 180. Este ejemplo es extensible a todos los edificios corporativos de los alrededores. En La Banca el diario Ámbito Financiero era lo más leído El café La Banca, del que queremos hablar en esta nota, ocupa la planta baja del edificio Lipsia. La firma Lipsia fue fundada en 1936 por el alemán Curt Berger. A comienzos del siglo XX, este inmigrante nacido en Leipzig, se dedicaba a la importación y representación de productos para la industria gráfica. Luego creó la empresa GRAFEX creadora de los célebres cuadernos Éxito y Gloria que todos los que tenemos más de 40 años hemos usado. Cuando en 1931 la Municipalidad de Buenos Aires puso en funcionamiento el Plan Regulador y de Reformas de la Capital Federal —normativa que incluyó el ensanche de la calle Corrientes— Berger compró varios lotes para levantar un edificio de rentas que también sirviera de sede para su empresa. En total en el Lipsia se construyeron 350 unidades funcionales. El proyecto y dirección de los arquitectos Kronfuss y Zaigler cumplió con la estética y monumentalidad exigida a los desarrolladores para emprender sobre la nueva avenida. El edificio se extiende a lo largo de 75 metros de frente sobre Corrientes y 38 sobre 25 de Mayo. Dentro de sus colosales dimensiones, el edificio alberga una leyenda tanguera. Se trata del tango “Y todo a media luz” que ubica la historia en Corrientes 348. La composición del porteño Edgardo Donato con letra del montevideano Carlos César Lenzi fue escrita en la Banda Oriental en 1925, luego de una soirée de gala en una mansión de Pocitos durante la que, en plena presentación de la orquesta, se les cortó la luz… El inconfundible olor a tostado de jamón y queso- además del aroma a café- caracteriza a La Banca La propiedad de Curt Berger no se llevó puesto al bulín mencionado en el tango. La dirección “Corrientes 348, segundo piso ascensor” fue un recurso inventado por Lenzi para que su fácil localización atrajera a la masa milonguera de Buenos Aires y se convirtiera en un éxito de ventas. Objetivo alcanzado cuando lo grabó Carlos Gardel. El recuerdo de este famoso tango comparte la edificación que aloja al café La Banca. Fui parroquiano de rigor en La Banca por una década, durante todos los días laborables entre 1985 y 1994. La empresa productora de pasta celulósica que me empleaba tenía sus oficinas, vaya coincidencia, en el edificio de la Bolsa de Comercio. Luego mudó hacia la Plaza de Mayo y mi nuevo templo cafetero pasó a ser La Puerto Rico. En esos años febriles conocí a Esteban Desumvila. Era un joven coloradito empleado del café. La Banca había sido fundada en 1957 por los hermanos Celestino, Antonio y José Menéndez. Treinta años más tarde, entre envejecidos y fallecidos, el café cambió de manos. La Banca era un hervidero de informaciones. Dimes y diretes que llevaban y traían operadores de bolsa, cueveros y cadetes. “Yo vivo en una ciudad donde la gente aún usa gomina, donde la gente se va a la oficina sin un minuto de más. Yo vivo en una ciudad donde la prisa del diario trajín parece un film de Carlitos Chaplin, aunque sin comicidad” reinstaló Miguel Cantilo en los albores de la democracia —la composición original data de 1970— como nuevo ritmo urbano de una ciudad que hacía rato había dejado atrás al tango canción. Por supuesto que, en este caso, Cantilo no ubicó su creación en 25 de Mayo 376, pero la melodía tenía una cadencia que podía silbarse mirando hacia la calle desde la barra del café. Pasé —pasamos todos, en verdad— en La Banca el deshilachado e hiperinflacionario final del gobierno alfonsinista y el repentino freno de mano que impuso el Plan Cavallo, seguido del desguace estatal menemista. La barra, con forma de U, se completaba cada mañana antes de la apertura de la “rueda” con empleados que iban por un café o cortado y eran seducidos por el inconfundible aroma a tostado de jamón y queso. El café está en el edificio Lipsia, uno de los tradicionales de la avenida Corrientes, cerca del Bajo A la hora del almuerzo el local estallaba. Se formaban dobles y hasta triples filas de consumidores. Pedir un café, y lograr ser escuchado, exigía gritarlo con la bronca con que Miguel Cantilo vociferaba su famosa Marcha. En La Banca solo se leían diarios financieros y mercantiles. La Biblia era el Ámbito Financiero. En épocas sin telefonía celular, redes sociales ni canales de noticias, la publicación que dirigía Julio Ramos era la Tabla de los Diez Mandamientos. En la charla el Colorado me recordó a Coco, el numismático de la vuelta, que tenía un local sobre Corrientes, justo al final del Lipsia. Todas las mañanas, a las 8, Coco desayunaba un granizado de café que contenía: café frío, un chorrito de cognac Boussac, azúcar y hielo molido. Y acto seguido se tomaba un yogurt La Vascongada. Algunas cosas no cambian. Lindera al café, aún hoy sigue funcionando la sastrería Carbone Hnos., fundada en 1886. Famosa por haber vestido a dueños de grandes empresas y a sus directores ejecutivos. Jamás pude pagarme un traje a medida confeccionado por las manos de los Carbone. Lo que se modificó con el tiempo fue el tamaño de cada local. La Banca ocupaba uno de los espacios comerciales concebidos por Lipsia para la planta baja del edificio. La sastrería, los dos locales contiguos. Los años pasaron. En 1993 la casa de trajes se redujo al mínimo y el café se amplió. Se invirtieron las necesidades. Con la ampliación, hoy, La Nueva Banca, rumbo a cumplir en un par de años sus primeros setenta, dispone de tres —sí, leyó bien, puse tres— barras en U. También ofrece mesas en la vereda de una calle que propone el uso por parte de peatones. El interior del local luce poderoso. Muy diferente al cafesucho que conocí. Tiene paredes recubiertas de una símil piedra patagónica y varios monitores que cubren la visual desde cada barra. Seguro que no existe otro igual en Buenos Aires. Los cambios introducidos en desmedro de la vieja sastrería, funcionan como una metáfora de los años noventa cuando la timba financiera le ganó la producción local. En mi visita le pedí al Colo más anécdotas para contarlas en la nota y me respondió con un clásico: la crisis del 2001. Todos los locales —del tipo que sea— próximos a la Plaza de Mayo ponen al tope de recuerdos las trágicas jornadas que terminaron con el gobierno de Fernando de la Rúa. Y con decenas de muertos y centenares de heridos. Por entonces, la línea 56 de colectivos circulaba por la calle 25 de Mayo. En el peor momento de la refriega una unidad que cruzaba frente al café recibió una balacera. Cuando los tiros amainaron, los pasajeros, que se habían tirado al piso, lentamente abandonaron el colectivo. Algunos se refugiaron dentro del local. La Nueva Banca tiene mesas sobre la vereda de la calle 25 de Mayo También rememoramos juntos un instante sublime. La infalible predicción de Cafecito, un corresponsal de barra que con cierta rutina recalaba en La Banca, que pronosticó que la deshilachada selección de Bilardo llegaría a la final del Mundial ‘90 antes de que la delegación partiera de Ezeiza. El martes 3 de julio de 1990, a las 16, la Argentina enfrentó en la semifinal al equipo anfitrión, Italia. La Banca rebasaba de empleados de oficinas próximas parados frente al televisor que habían traído sus dueños para seguir todo el torneo. A los 18 minutos perdíamos 1-0. Cafecito comenzó a percibir miradas de reproche de parte de algunos. Pero antes de seguir con la anécdota ¿Quién era Cafecito? ¿Por qué lo llamábamos así? ¿Qué significaba ser corresponsal de barra? Los corresponsales de barra son, o eran, habitués de cafés de parado. Y como cada vez hay menos de esta tipología en Buenos Aires, estos personajes son una especie en extinción. Jamás habitan en bares o confiterías con salón, mesas y sillas. En éstos no pueden desplegar sus capacidades. Necesitan espacios reducidos y clientela inmovilizada. El Corresponsal de Barra opina de todo. Alza la voz y monopoliza el discurso. Dicta sentencia. Cafecito —tal cual la costumbre de ponerle diminutivo a todos los monstruos que se supone extinguidos pero que, muy de vez en cuando, se dejan ver— presumía ser el operador bursátil mejor informado de la City. Decía tener la justa de Wall Street, Nasdaq y el Merval. Para las aves de rapiña que paraban en La Banca no era más que un cuevero simplón. Sin embargo sus pronósticos acumulaban unas cuantas fijas que cadetes y empleaduchos que lo seguían cambiaban en ventanilla por dólares al uno a uno. Los jugadores de la Selección abrazan a Claudio Paul Caniggia luego del empate contra Italia en el Mundial 90. En La Banca también hubo abrazos (Action Images / Sporting Pictures / Nick Kidd ) Cafecito era una persona delgada al extremo. Alto. Educado. Erudito en cualquier materia y de buen decir. Un aristócrata formado y viajado, pero venido a menos, que vestía un ajado sobretodo y siempre portaba un accesorio inconfundible: una arrogante bufanda roja. Al finalizar el primer tiempo más de uno habrá reconsiderado el parecido entre esta rara avis y el personaje Fúlmine del historietista Guillermo Divito. Pero luego vino el gol del Cani, más el alargue que mantuvo la igualdad y los penales salvados por nuestro héroe al arco. Cuando Goycochea nos dio el pase a la Final giré como pude, entre la muchedumbre y me abracé con el primero que tenía a mano. Era Cafecito. Fue como abrazar al poste que Goyco había taconeado antes de atajar el último penal para liberar sus botines de barro. Estrujar con fuerza el esqueleto de Cafecito me alivió de todas las tensiones contenidas. Luego nos abrazamos con el Colo y los demás muchachos del café. Ese día nos sentíamos invencibles. Nunca, los que frecuentábamos ese local del edificio Lipsia, habíamos sido tan fieles exponentes de los productos estrella de la empresa Grafex: Éxito y Gloria. Aunque su dueño era alemán.

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