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  • Denunció los horrores que sufría en su casa y la familia que se comprometió a cuidarla la devolvió: el dolor de Luz y su final feliz

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 11/01/2025 03:19

    Denunció los horrores que sufría en su casa y la familia que se comprometió a cuidarla la devolvió: La historia de Luz —Belén, ¿me presentás a Luz? —Literalmente: es luz. Y realmente, trajo luz sobre muchas cosas, como la idealización que yo tenía de la maternidad. Me permitió el privilegio de ser su mamá. —Y Luz, ¿me presentás a tu mamá? —Belén es una caja de sorpresas. También es un ser de luz. Una mujer muy buena, muy paciente. Cuando comenzó todo esto no pensé que iba a funcionar porque yo estaba llena de miedos. No creí que se iba a formar el lazo que se formó. Es difícil establecer el comienzo de esta historia de amor; que al fin, de eso se trata. Y que refleja el derecho de los adolescentes a ser criados, cuidados y amados por una familia, que debería imponerse al deseo de los adultos de adoptar un bebé. Así, el inicio podría encontrarse en esa niña de once años, víctima de violencia física y verbal, y de un abuso sexual prolongado en el tiempo. Que un día decidió, aún en el mayor de los desamparos, irse de su casa. Forjar su propio destino cuando ni siquiera era una adolescente. Aunque tuviera que recorrer un largo camino. Otro comienzo se ubicaría en la decisión que esta mujer tuvo desde siempre: la adopción no sería un plan B para ser mamá, como destaca, sino el camino principal. El único, más bien: ella misma había sido adoptada de pequeña. Aunque esa decisión sería apenas el primer paso. Existe otra posibilidad lógica: el vínculo entre ellas arrancó cuando se conocieron, con una Luz de 16 años y una Belén de 40, luego de la intervención de una jueza en un proceso judicial por demás extenso. Sin embargo, ese lazo se consolidaría después. ¿Y entonces? Quizás cuándo empezó esta historia sea lo de menos. Lo que importa es el presente, que las tiene unidas, del mismo modo que las encontrará el futuro. Por eso es momento de reparar en un pasado que duele, pero que las trajo hasta aquí, para una entrevista en conjunto que las mostrará de la mano. En todo sentido. Luz enfrentó una infancia marcada por violencia, abusos y desamparo en su familia de origen. —¿Cómo fue la llegada a ese primer hogar, cuándo salís de tu familia de origen? Luz: —”Mi familia estaba conformada por mi madre y mi tía. Mi progenitora me golpeaba mucho, abusaba de mí verbalmente. Nunca cumplió su rol de madre. Y se juntaba con gente que no se tenía que juntar, con lo cual, yo estaba muy vulnerable en muchos sentidos. Básicamente: un desastre. Cuando caí a mi primer hogar, a los once años, me di cuenta de que las cosas que había hecho mi mamá estaban mal. Para mí, era normal que me golpeara. En mi casa a mí me enseñaron: “Vos no tenés que decir nada (de los golpes). Los moretones se cubren”. Ella me golpeaba en zonas donde no se veía, y yo pensaba que eso era lo que pasaba en todas las familias. Pero en el hogar, escuchando a otros chicos y con ayuda, me di cuenta de que lo que había vivido estaba mal. —¿En el colegio, en una consulta médica, nadie se dio cuenta de esta situación? ¿Alguien levantó la mano por vos? Luz: —No, no. En mi casa se escuchaban los gritos, se escuchaba a mi vieja: si me tenía que pegar en la calle lo iba a hacer. Todo eso se veía. Una vez me fue a retirar del colegio porque yo me había portado mal y me arrastró del pelo toda la cuadra. Pero nadie se metía. Nadie. Fui yo la que levantó la voz. —¿Cómo fue que te salvaste a vos misma, con once años? Luz: —Una noche yo le contesto mal y, perdón por la palabra que voy a usar, me cagó a trompadas, literalmente, con su mano y con un cuadro. Ahí dije: “Acá no tengo futuro. No merezco esto. Necesito otra cosa. Mi vida no puede terminar así”. El vínculo entre Belén y Luz comenzó cuando ella tenía 16 años y Belén, 40, después de un encuentro organizado por una jueza. —¿Y a quién se lo dijiste? Luz: —Llegué al colegio y hablé con la directora. Le mostré el moretón y le dije: “Necesito salir de mi casa. Hoy no puedo volver ahí”. Ella me dice: “Yo sabía que pasaban estas cosas, pero hasta que vos no hablaras, yo no podía hacer nada”. —Quiero hacer un parate ahí. No es como te dijo la directora, porque sino, tendríamos que esperar que un niño de dos, tres o cuatro años pueda decir que está siendo abusado, y en la práctica, eso no sucedería nunca. Hay señales, y hay procedimientos que los profesionales pueden aplicar. Pero te quiero preguntar Belén, ¿qué te pasa cuando escuchás a tu hija contar que pasó por estas situaciones? Belén: —Siempre fui una persona de misericordia, de perdón, pero saca lo peor de mí. Es como que... no. O sea, no. Igual, durante todo el proceso que hice yo, de la convocatoria pública (cuando no se encuentra familias adoptantes para un niño por el camino tradicional), no me daban especificaciones de nada. Cuando ella me lo contó, a medida que se fue abriendo, fue diferente. Es algo imperdonable. Hubo mucha ausencia, mucha negligencia, mucha gente que no frenó a tiempo. Ningún chico merece pasar por lo que ella pasó. Luz: —Un año y medio después la Justicia dictó la adoptabilidad. Se dieron cuenta de que mi mamá no hacía nada para arreglar las cosas. Y dijeron: “Bueno, Luz no va a volver con su familia”. —¿Cuando te llevaron al hogar tu progenitora intentó recuperarte? Luz: —No, no. Se habrá acercado una sola vez al colegio, pero no le dieron información. Al principio la extrañaba y me sentía culpable porque yo la cuidaba. Y decía: “¿Quién la va a estar cuidando ahora?”. La extrañaba un montón al principio. Los primeros meses fue así. Nadie se sentó a explicarme y decirme: “Vos sabés que ella te tenía que cuidar, no vos a ella”. En ese momento nadie me dijo eso. —¿Tardaron un año y medio en decidir que no iba a funcionar la revinculación? Luz: —Es que pasaron cosas en el medio. Del primer hogar me escapé, y volví a mi casa. En el medio, me intentaron adoptar del mismo colegio, pero después me devolvieron al hogar. "Nadie puede dormir la primera noche que cae en un hogar", cuenta Luz. —¿Qué te pasó esa primera noche en el hogar? Luz: —No entendía nada. Había un montón de desconocidos: adolescentes, chicos. Tampoco entendía por qué había tantos operadores, como se le dice a la gente que trabaja ahí. Esa noche no pude dormir. Nadie puede dormir la primera noche que cae en un hogar. —¿Había amor? Luz: —En ese hogar, en Parque Chacabuco, yo no lo experimenté. La pasé muy mal. Ingresé con lo puesto: no tenía ropa, cepillo de dientes, nada. Mis profesoras (del colegio) se encargaron de conseguirme ropa, un rico jabón, champú, acondicionador. Pero me había tocado un cuarto con chicas mucho más grandes, de 17, y me robaron todo. Los operadores no hacían nada. Cuando yo denunciaba que me habían sacado todas las cosas, que me querían pegar, era como: “Ay, bueno...”. —Belén, ¿Luz pudo ser hija después de haber sido adulta? Belén: —Al principio le costaba confiar, y también soltar esto de resolver, porque obviamente, se había hecho muy resolutiva. En la primera etapa le costó bastante. De hecho, un día me dijo: “No sé si voy a poder”. Antes, yo había hecho todo mi proceso interno: “¿Y qué pasa si es más grande de lo que yo pensaba? ¿Y qué pasa si me ofrecen la posibilidad de un grupo de hermanos?”. Tenés que preguntarte todo eso para saber si realmente estás dispuesto a adoptar. Cuando inicié el proceso en la convocatoria pública, la jueza me preguntó si quería conocerla y le dije que sí. Podía pasar que ella se enojara por cosas que yo no había hecho, que me hiciera cargo de cosas que yo no era responsable. Pero me la tenía que bancar: era la única forma de que ella realmente pudiera permitirse ser hija. —Luz, ¿antes te quisieron adoptar en el colegio? Luz: —Sí. Mi profe de Matemáticas. Estaban por cambiarme a un hogar de San Martín y también me iban a cambiar de colegio. La directora y muchas personas no querían que me fuera, y esta profesora se ofreció a cuidarme. Empecé a quedarme a dormir en su casa. —¿Eso lo autorizó un juzgado? Belén: —Después me explicaron que existe una instancia intermedia (de revinculación) antes de la adopción: si no es alguien de la familia, buscan alguien de su círculo que pueda ser una tutora o algo por el estilo. —¿Tenía un contexto de legalidad? Belén: —Claro. No era una apropiación. —¿Y Luz, cómo era para vos estar en una familia que funcionaba? Luz: —Me sentía como una intrusa. Y me portaba muy mal. Ella no pudo manejar eso. Y lo que me dio bronca es cómo me devolvió. Lo digo así porque me sentí un paquete. Ella me había prometido que iba a estar, que era una familia. Un día yo estaba en el colegio y me avisan que me van a buscar. “Qué raro”, pensé. Veo un taxi con todas mis cosas. Nos subimos. Ella estaba con su hija de 16 años y con un amigo suyo. Lloró todo el camino hasta la Defensoría, yo no entendía por qué. “El hogar pidió que vuelvas”, me dijo. Yo no era boluda, esas cosas no existen. ¿Por qué el hogar pediría que yo volviera? Se despide llorando. Y llorando se va. Se acerca la psicóloga: “¿Vos entendés por qué estás acá?”. “No”, le digo. “Ella llamó unos días antes: dijo que no te podía cuidar más y bueno, te trajo”. Cuando volví al hogar y vi todas mis cosas... Yo no quería desempacar nada. Durante una semana no comí, no me bañé; me la pasaba en el patio, llorando, pensando qué había hecho mal. Fue horrible. —Es horrible. Y te angustias al contarlo. Siento que te duele más eso que que acordarte todo lo malo que pasó con con tu progenitora, ¿Es así? Luz:—Sí, porque yo entendí que mi madre no iba a cambiar y que esa fue toda mi vida de chica. Pero me dolió esto porque había logrado sentirme segura y me soltaron las manos. —¿Qué edad tenías vos en ese momento? Luz:— Once. —¿La volviste a esa profesora en el colegio? Luz: —No. Esa semana no fui al colegio, y el viernes me llaman los del equipo para hablar conmigo. Me explican que iba a pasar a un hogar convivencial en San Martín, y que preparara mis cosas porque el lunes me iba a ir. Los hogares en provincia no son tan lindos como los de Capital, allá pasan otro tipo de cosas, y yo no quería algo peor de lo que ya me estaba pasando. Me bañé, guardé mis cosas, salté la reja y salí corriendo. Me escapé. “No puedo terminar así”, pensaba. Después, al hogar al que iba a ir lo clausuraron por un caso de abuso sexual. No sé si fue mi intuición o qué... pero zafé de esa. "Desde el momento en que la vi. Dije: 'Me la va a hacer difícil, probablemente me insulte, se enoje. Pero yo me tengo que quedar'”, recuerda Belen. —¿Y te encontraron? Luz: —No, no me encontraron. Caí de vuelta a la casa de mi mamá, pensando que ella había cambiado, que estaba todo bien, que me había extrañado. Pobre ilusa... Las situaciones de violencia fueron peor. Un día mi mamá tiene un ataque de epilepsia: se cae, se fractura el fémur y queda internada. Primero voy a la casa de mi tía y después paso a la casa de mi padrino. Este hombre abusó sexualmente de mí desde los seis hasta los once. Y me tocó estar en esa casa, mientras mi madre estaba internada. Yo me quería morir. Pero... yo me quería morir en serio. Prefería 10.000 veces que mi tía me golpeara a pasar lo que pasaba ahí. —¿Cuándo pudiste denunciar a tu padrino por el abuso? Luz: —Años después. —¿Y en qué situación está esa causa? Luz: —Cuando la empiezo a conocer a Belén, se estaba por hacer el juicio. La pasé tan mal ese mes (previo al juicio): no iba al colegio, no comía, había caído en un cuadro depresivo porque era muy fuerte todo... La estaba pasando muy mal. Estaba en un lugar muy oscuro. Un día antes mi abogado me dice que el juicio no se iba a hacer porque el hombre en cuestión era inimputable. No estaba en condiciones físicas ni mentales, y había que esperar unos meses más para ver si lo declaraban estable. Yo la había pasado horrible ese mes, no podía esperar tres meses más y seguir pasándola mal. “Hasta acá llegué”, dije. Y fue eso, básicamente. Belén: —Ella no tenía ánimo de nada porque iba a enfrentar a quien era el responsable en gran parte de mucho de lo que ella no había tenido como infancia. —¿No te cruzaste nunca más con tu progenitora? Luz: —Cuando cumplí quince tenía ganas de verla. Nos vimos, y pude poner en palabras por qué yo estaba enojada y por qué me había alejado. La miré y le dije: “Vos me hiciste esto, esto y esto y esto. Por eso yo me fui, por eso yo no estoy en tu vida”. Ella se largó a llorar, me pidió perdón. Pensé que lo había entendido. Pero semanas después, cuando pasó todo el tema del juicio del abuso, a ella la notifican del juzgado. Me llamó y me empezó a insultar: que cómo podía mentir con algo así, que no sé qué. Eso me partió el corazón: que mi propia madre no me creyera. —Luz, vos empezaste a crecer en el hogar. ¿En qué momento sentiste que tenías ganas de ser adoptada, de tener una familia? Luz: —A los trece. “No quiero criarme toda la vida en un hogar. Quiero experimentar eso que nunca tuve”, expresé. Y me dijeron: “Hay varios procesos, pero podés irte en adopción”. Y dije que sí. —Recién contabas que te portabas mal. Luz: —Sí. No solo en la familia que me adoptó; en el colegio también. —Porque hay una idea: “Voy a adoptar un adolescente, lo vengo a rescatar, todo va a ser color de rosas y todos seremos felices para siempre”. Pero esa idea romántica es peligrosa. Esos padres o esas madres que van a adoptar tienen que entender que hay un trabajo por hacer: empezar a generar esa confianza y ese vínculo. Y no podemos esperar que todo sea idilico, porque ahí suceden las vinculaciones que no prosperan y es tristísimo para los chicos. Luz: — Yo a Belén se la hice imposible. Pero imposible, imposible... No porque quería. Es que me habían pasado tantas cosas. — ¿Mientras tanto cómo seguía todo en el Hogar? Luz: — A mí lo que me llama la atención del hogar en el que me fui, tiene 20 años el hogar, fui la primera persona en irme en adopción. Cuando caigo a este hogar, había otra gestión que se manejaba muy diferente. Después esa gestión cambia y cambia para mucho mejor. —¿Qué faltaba en el hogar? ¿Qué era lo que más te faltó esos años? Luz— Faltó amor y que se preocuparan. Yo podía estar dos meses sin ir al colegio. Nadie se despertaba, nadie se preocupaba. Nadie me despertaba para ir al colegio. —¿La primera persona que te presentaron cuando se presentó la convocatoria pública fue Belén? Luz: —Sí. Yo tenía 16 años. Belén: —Yo primero iba a ir por lo convencional, pero había una realidad: soltera, sin una familia, con la mía viviendo lejos, en otra provincia, sabía que me podía extender con la edad para arriba, no para abajo. Una edad más afín a la de ella. Pero sentía que, por un montón de cuestiones, no tenía las herramientas para ahijar a un varón. Entonces, por eso voy por convocatoria pública. Luz: —La jueza me cita en el juzgado: “Hay una persona que te quiere conocer. Una mujer, está sola. ¿Tenés algún problema con que ella esté sola?”, me dice. Lo pensé y dije: “No pierdo nada con conocerla”. Me hablaron un poquito de ella y en ese momento no me pareció tan emocionante. “Bueno, una persona más que conocer”. —¿Y se la hiciste difícil? Luz: —Sí. No es que solo la trataba mal: nunca la abrazaba. Pero si tenía que abrazar a otras personas, lo hacía. A ella, no. —¿Y vos qué creías que pasaba ahí? Belén: —Al principio me costaba. “¿Esta nena me quiere, no me quiere?”, pensaba. Pero después entendí. De alguna forma había mucho miedo a que la volvieran a dejar, que le prometan algo y que no se lo cumplan. Fue un proceso bastante más largo de lo habitual. Y más allá de que un hogar nunca sustituye una familia, había sido su hogar durante muchos años. Estaba más cuidada que en otros lugares. Luz: —Yo tenía mucho miedo. —¿Y cuándo sentiste que era tu mamá? ¿Se siente que es tu mamá? Luz: —Ahora sí siento que es mi mamá. Pero no sé cuándo fue... Muy buena pregunta. —¿Y vos, que ella era tu hija? Belén: —Desde el momento en que la vi. Dije: “Me la va a hacer difícil, probablemente me insulte, se enoje. Pero yo me tengo que quedar”. —Luz, ¿hoy ya entendés que está bueno que te cuiden? Luz: — Sí, obvio. También hubo muchas personas que me ayudaron en esto. No fuimos solos. Yo tengo una familia también, que no es de sangre, pero es mi familia. Como Mariana, que fue mi referente en el hogar y ahora es mi tía. —Estamos hablando mucho más de la adopción de adolescentes, ¿qué le decis a la gente que todavía no se anima o que lo está pensando? Luz: —Si no te animás y no estás seguro, no lo hagas. No le prometas algo a un adolescente, a un chico, que no podés cumplir. El que termina con el corazón roto y con más traumas es el chico, no vos. Y si no lo vas a dar todo, tampoco lo hagas. Porque se trata de eso. A mí lo que me sanó fue el amor de las personas que me contuvieron. Hace poco tuve mi entrega de diplomas y fue un momento muy emocionante, no solo por terminar el colegio, sino porque todas esas personas fueron testigos de todas estas cosas que me pasaron todos estos años y que aún así yo lo logré y no solo lo logré, sino que ahora lo logré con una familia. Formé mi familia. —¿Y qué le decís a esa nena de once años que un día dijo “basta, yo tengo derecho de tener otra vida”? Luz: —Que fue increíblemente valiente. Y que fue una de las mejores decisiones que tomó.

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