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  • Porfesionales de Entre Ríos aportar una mirada sobre el libremercado y el rol del Estado

    Parana » APF

    Fecha: 08/01/2025 12:31

    Alejandro Di Palma, Roberto Domingo, Rubén Pagliotto y Luciano Paulín, dieron a conocer su mirada sobre la coyuntura socio-económica del país y la provincia. Adviernten que "el libre mercado no busca competencia como fin, sino que es la acción tendiente a alcanzar la “posición dominante de mercado” y la obtención de la “máxima ganancia”. Asimismo, sostuvieron que "prescindir del Estado como regulador y parte de este proceso necesario para emerger del subdesarrollo y el atraso, es un sinsentido". miércoles 08 de enero de 2025 | 12:18hs. A continuación la columna completa Enero 2025 El mito del libre mercado y la competencia perfecta El objetivo de “la política” es, desde siempre, el bienestar de la sociedad, para lo cual, el factor “trabajo” y su correspondiente retribución, “el salario” como medio de subsistencia, resulta absolutamente relevante. Por ende, la definición de escenarios que favorezcan: la ocupación, el salario complejo y distribución razonable de la renta, deberían ser partes centrales de cualquier estrategia política, teniendo siempre al ser humano como centro y objetivo final. La idea de un mundo sin aduanas (léase apertura indiscriminada de la economía), donde los habitantes del planeta gocen de los beneficios del precio más bajo de cada uno de los productos que se consumen, consagrando así los “beneficios” de la libre competencia, trae aparejadas contradicciones y situaciones dilemáticas de impredecibles consecuencias. Citemos alguna de ellas: La evolución de un intercambio comercial totalmente liberado, lleva rápidamente a observar que gran parte de lo que se consume en casi la mayoría de los lugares y/o resulta indispensable para el desarrollo local, se produce en muy pocos puntos del planeta, por tanto la concentración de la renta en esos puntos híper productivos, sería un fenómeno muchísimo más notable y pronto se harían visibles éxodos poblacionales, desde los sectores geográficos menos favorecidos hacia estos puntos de mayor "felicidad" social y bonanza económica y, alcanzado ese punto o meta, es muy probable que se señalen estos lugares donde la infelicidad es más común, como lugares mal administrados por la política local, cosa que probablemente se verdadera, ya que esta clase dirigente "no la vio" y su incapacidad de comprensión permitió esa realidad descripta. El precio más bajo no es necesariamente indicativo de eficiencia, eficacia o acierto. Consideremos, entonces, que habiéndose roto la relación entre costos y el precio final que fija o convalida “el mercado”, el precio de venta de un producto es, muchas veces, una “decisión política” y, otras veces, la matriz de costos del producto está sensiblemente influida por una “decisión política”, por lo que el ejemplo más obvio de lo señalado es el subsidio al "agregado de valor" que se materializa a través de la manipulación de los precios de la energía (todo proceso de elevación o aumento de valor de un bien, tiene impreso un consumo proporcional de energía). Como vemos, la “decisión política” es una cuestión sensible en el intercambio comercial, por ende, la entrega dogmática (casi religiosa y acrítica) a la suerte de la “mano invisible del mercado”, representa más temprano que tarde, caer en una celada, muchas veces, sin retorno. En este punto del razonamiento que intentamos desarrollar, es interesante hacer un par de señalamientos, a modo de advertencia al lector: el libre mercado no busca competencia como fin, sino que es la acción tendiente a alcanzar la “posición dominante de mercado” y la obtención de la “máxima ganancia”. Por supuesto que vamos a escuchar insistentemente – a modo de cliché cuestionamientos como el siguiente: al existir tres verdulerías por manzana, el usuario se ve beneficiado por un juego mercantil que propone el mejor precio (i.e., más conveniente) para una ensalada; pero lo cierto es que desde ese punto donde se instalaron tres verdulerías en una misma manzana en adelante, todo mercado responde a acuerdos de precios, donde la cartelización es un acuerdo entre competidores en un mercado para fijar precios, limitar la producción o dividir los clientes entre ellos (mini concentración). Estos “acuerdos” que nos marcan un proceso de oligopolización (pocos oferentes), buscan eliminar la competencia y aumentar los beneficios de los participantes del cartel, y esto sería, en rigor de la dinámica del capitalismo, el verdadero “libre mercado” y no la competencia. Esta cándida ilusión de libre mercado es necesaria, como creencia, para la gente, pero muy poco útil y dañina para una clase política que “no la ve” y compra a bulto cerrado mentiras impuestas por los dueños del gran capital y que, a modo de claque, repiten y aplauden sin reflexionar acerca de su legitimidad y reales beneficios para los ciudadanos y ciudadanas de carne y hueso. El monopolio como la versión más evolucionada del capitalismo Lo que se barre bajo la alfombra sistemáticamente, es que el “libre mercado” es búsqueda de cartelización, colusión y pro formación de oligopolios y monopolios uno y pocos oferentes), monopsonios y oligopsonios (uno y pocos demandantes). El propio capitalismo y la competencia de mercado persiguen la eliminación del competidor, luego la reducción y/o la absorción de los posibles competidores resultan lógica, y deviene entonces un escenario caracterizado por una competencia oligopólica como paradigma de “Mercado”. La conclusión inmediata es que “el monopolio es la versión más evolucionada del capitalismo” y es precisamente por esto, que la regulación de los mercados ha sido una preocupación central de “La Política”, puesto que es la “política” la que tiene nexos con “la estrategia” y no se extingue en la lucha incansable por la permanencia a cargo del poder. Es así como en el capitalismo, como una tendencia natural y estructural, aparece el monopolio, aunque controvertido desde una perspectiva económica y social, es buscado por muchas empresas debido a las ventajas estratégicas y financieras que ofrece. A continuación, algunos de los principales motivos por los cuales se persigue el monopolio: Maximización de beneficios: un monopolio permite a la empresa fijar precios más altos al no enfrentar competencia directa (posición dominante en el mercado). Esto maximiza los márgenes de ganancia. Control total del mercado: al convertirse en el único proveedor de bienes y/o servicios, la empresa puede decidir la cantidad, calidad y precio del producto o servicio sin restricciones externas. Reducción de riesgos competitivos: un monopolio elimina el riesgo de perder participación en el mercado frente a competidores, lo que genera mayor estabilidad. Existen uno o muy pocos vendedores (oferta) o compradores (demanda) de bienes y servicios. Economías de escala: una empresa monopólica puede alcanzar niveles de producción que reduzcan significativamente los costos unitarios, reforzando su posición dominante. Poder de negociación: con un monopolio, la empresa tiene más influencia sobre proveedores y distribuidores, pudiendo negociar mejores condiciones, hasta inclusive con el mismo Estado. Inversión en innovación: los ingresos monopólicos pueden reinvertirse en investigación y desarrollo, creando una ventaja tecnológica que perpetúe la posición dominante. Este es el caso de las grandes empresas tecnológicas. Barreras de entrada para nuevos competidores: al monopolizar el mercado, las empresas pueden establecer barreras como altos costos iniciales, acceso exclusivo a recursos o patentes, que dificulten la entrada de nuevos actores. Es el caso de la industria farmacéutica. Fortalecimiento de la marca: un monopolio puede consolidar la percepción de exclusividad o calidad, haciendo que los consumidores asocien el producto o servicio directamente con la empresa. Es el caso, por ejemplo, de Coca Cola. Seguridad a largo plazo: el control exclusivo de un mercado ofrece estabilidad financiera y previsibilidad en los ingresos a largo plazo, atrayendo inversores locales o de otros países. Control de la narrativa del mercado: un monopolio permite definir tendencias, influir en las políticas regulatorias y establecer estándares, moldeando el mercado según sus intereses. Los monopolios prosperan gracias a las ventajas tecnológicas, los efectos de red, las economías de escala y la excelente creación de la marca. Toda una filosofía prêt-à–porter: la libre competencia es una reliquia del pasado; cuanto más perfecta esta sea, menos posibilidad habrá de que ninguna de las compañías participantes obtenga beneficios a largo plazo. Dado que compitiendo libremente unos contra otros en igualdad de condiciones todos pierden, todo el mundo gana con unos pocos negocios tan buenos en lo suyo que ninguna otra firma es capaz de ofrecer servicios o productos a la altura de ellos. Lo deseable es que el mejor se convierta en el operador único de cada sector. Hasta aquí la creencia cuasi religiosa y por momentos mística de estos rituales del capitalismo que, el capital concentrado se ha encargado de esparcir urbi et orbi, como forma de garantizar su posición dominante. El papel del monopolio en Argentina y en Entre Ríos El monopolio, como advertimos en los parágrafos anteriores, es la versión más evolucionada del mundo capitalista, donde se desenvuelve nuestro país. Ese monopolio, como realidad objetiva, ha estrangulado nuestras transacciones, justamente por las características que brevemente hemos apuntado. Actualmente, más del 85% de las transacciones mundiales se realizan entre países industrializados. En función de sus costos, esto es la mayor economicidad de sus factores, para conseguir menores costos y mayor beneficio, se ha asignado a nuestra región la función de proveedor de materias primas, en lo que se conoce como división internacional del trabajo. Es por este motivo, que el papel estratégico del Estado para revertir esta realidad es imprescindible en países subdesarrollados como el nuestro. El Estado, quede bien claro, no puede ni debe limitarse a supervisar la competencia, dejando al mercado interno o internacional, la determinación de qué, cuánto, cómo y para quién producir. Hacerlo, clara y decididamente significa renunciar al objetivo de desarrollo, porque entonces dicha decisión ya no es de “la política”, sino que pasa a ser una decisión extraña, que responde a otros intereses que no coinciden con los grandes objetivos nacionales o provinciales. Sin una clara y concreta política de prioridades, el subdesarrollo se perpetúa, sin solución de continuidad. Sólo basta observar lo que nos viene ocurriendo: El cambio de estructura y/o matriz productiva no se concreta sin una deliberada accion estatal. Por lo tanto, prescindir del Estado como regulador y parte de este proceso necesario para emerger del subdesarrollo y el atraso, es un sinsentido, sólo promovido por los voceros del capital concentrado local e internacional que nos divisan como enclave o factoría y por un presidente que odia lo estatal y abjura del desarrollo industrial y sistémico, como punto de partida para ser una gran nación, donde todos sus habitantes vivan a partir de un piso de dignidad irrenunciable, en paz y armonía, sintiéndose dueños de su propio destino. (APFDigital)

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