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  • Qué fue de América Jova, madre de la cantante Alaska y una mujer apasionada de la vida

    » Diario Cordoba

    Fecha: 06/01/2025 21:31

    El estreno de Alaska Revelada, serie documental producida por Movistar Plus+ en colaboración con Shine Iberia, ha vuelto a traer a la actualidad a América Jova, quien, más allá de ser ‘la mamá de Alaska’, tiene una larga e intensa vida a sus espaldas. Ya quedó demostrado durante la promoción de su libro de memorias, publicadas en 2017 de la mano de Ediciones Martínez Roca, donde la propia cantante aseguraba que "Sin América no hay Alaska, y sin una madre tan singular difícilmente hubiera tenido la oportunidad de dedicarme a lo que me he dedicado ni de ser como soy". Nacida en La Habana en 1929, América es la hija única de un matrimonio formado por dos cubanos acomodados. Dice que vino al mundo en una clínica del barrio de El Cerro, desde donde la llevaron a vivir a un hotel, porque, cuando se casaron, su madre Caridad ya le advirtió a su padre Julio que, igual que su progenitora, ella "tampoco era mujer de planchar y cocinar. Así que siempre vivimos en buenas habitaciones de alquiler o en algún establecimiento de más o menos lujo, donde nos lo hacían todo y donde yo me crié rodeada de lámparas y porcelanas, porque a mi mamá, en una costumbre que yo he heredado, le gustaba tenerlo todo lleno de adornos". A los siete años se mudó con su familia a la ciudad de Cienfuegos, la tierra de su padre, ingeniero de caminos y dueño de una cafetería. Allí tuvo vida de niña rica a la que le daban todos los caprichos y, cuando ya tenía 14 años, a Julio lo trasladaron a Bayamo, cerca de Santiago de Cuba. Esta vez, sin embargo, Caridad le dijo que ellas no se iban a ir con él. "Hijita, tu papá y yo llevamos diez años separados", argumentó."“Nunca lo hubiera llegado ni a sospechar, porque [...] ellos dos se llevaban de maravilla, casi como hermanos", contaría luego América, al tiempo que explicó que su progenitor era "muy mal marido: le gustaban mucho las mujeres y no dejaba de tener sus cositas por ahí". Nuestra protagonista tenía 15 años cuando conoció a su primer novio, Ángel Ruiz, entonces secretario del ayuntamiento de Cienfuegos, con el que además tuvo su primera relación sexual. En esa época ella aprendía mecanografía y taquigrafía en una academia, al tiempo que iba a los cursos superiores en el instituto con la idea de irse más adelante a Santa Clara a estudiar para maestra. Pero al cabo de un par de años de relación mandó a hacer puñetas al tal Ángel, según contó, "porque, como ganaba mucho dinero, le había dado por la vida alegre. Por las noches, después de estar conmigo, mi novio se iba a las casas de citas y salía con las chicas de juerga". Su madre y ella acabaron regresando a vivir a La Habana, donde no estaba del todo cómoda por los fuertes ataques de asma que a veces sufría pero enseguida encontró empleo. Fue gracias a un conocido de Caridad que era senador de la República y la colocó en la Renta de Lotería, algo así como lo que en nuestro país es la Fábrica de Moneda y Timbre, donde se imprimían los décimos y los sábados se hacían los sorteos. Y al poco tiempo se hizo amiga de una señora, Adela, que era íntima de la familia del entonces presidente de la República, Carlos Prío Socarrás, y la ayudaría a prosperar en el terreno laboral. Cuando aquella mulata fue destituida de su puesto por circunstancias políticas, también a América la apartaron por un tiempo de aquel empleo tan cómodo que tenía. Aunque rápidamente la repuso en el cargo su amigo Panchín Batista, al que Carlos Prío había nombrado gobernador de La Habana. "Después de que me recolocaran, dejé hasta de ‘no trabajar’, porque solo pasaba por la Renta a firmar y a cobrar, como si estuviera en comisión de servicios", escribió al respecto. "Adela, que también había vuelto, me pedía que por lo menos fuera a los mítines del partido a dejarme ver… Pero cuando más cómoda estaba, el 10 de marzo del 52, llegó el golpe de Estado del otro Batista, el malo. Y Prío, que llevaba en el gobierno desde el 48, se fue para Miami con toda su corte, incluida Adela". Partidas privadas La cubana también pagó las consecuencias de ese cambio de gobierno porque, al ser una enchufada de los salientes, la cesaron al momento. A raíz de aquello, su madre, que jugaba bastante bien al póker, vio en las partidas privadas de este juego de naipes que se montaban en la ciudad, en teoría prohibidas, un medio perfecto para añadir ingresos a la renta que Julio les pasaba a ella y a su hija. Y a América le dio una temporada por alquilar apartamentos y realquilarlos a un precio mayor. “De siempre me ha gustado mucho trabajar o trapichear, porque no soporto estar sin hacer nada, aunque, como entonces, tenga dinero suficiente para vivir bien”, ha reconocido. “Así es que nunca he dejado de meterme en negocios de todo tipo, sin que necesariamente las cosas me hayan ido bien o no haya tenido mucha suerte con los socios. Hasta llegué a poner una peluquería en Nueva York”. Su vida dio un giro importante después de que Fidel Castro empezara a armar la Revolución cubana. “Acababa de llegar de México, donde había estado exiliado y donde planeó su estrategia guerrillera”, relata en su libro. “Al principio yo era simpatizante de su causa, como casi todos los cubanos. Lo digo claramente, sí, yo era fidelista. Pero mis simpatías por la revolución que él pretendía no pasaban de ser simples ideas y comentarios en privado, porque Cuba necesitaba urgentemente un cambio de rumbo. Aquellos eran años de abundancia en la isla, solo que, como pasa siempre, donde está el dinero está también la corrupción. Nadie roba donde no lo hay”. Corría el año 1956 cuando decidió embarcarse con una amiga en un viaje de ocio que las llevó hasta México. Atrapada por su ambiente, su gente y su clima, América decidió quedarse un tiempo en ese lugar. Después volvió a Cuba porque expiraba su visado y porque se le acabó el dinero. Y en Semana Santa de 1958 regresó al país azteca, convencida de que solo volvería por casa cuando por fin Fidel y los suyos bajaran de la sierra y se acabaran los tiros, que era lo que tanta gente como ella deseaba. En un hotel de Ciudad de México conoció América a un torero, Jesús Silva, el Potosino, que consiguió que se apasionara por las corridas de toros… y también por él. Al verse necesitada de dinero, puesto que su madre le cerró el grifo para obligarla a regresar a Cuba, no tuvo más remedio que ponerse a trabajar, así que un día empeñó todas sus joyas para poner un negocio de venta de ropa con una amiga. Más tarde, Caridad se trasladó a México para vivir cerca de su hija, que se casó por lo civil con Jesús y se instaló junto a él en un lujoso piso ubicado a tres manzanas del Zócalo. Como al tipo le gustaban demasiado las copas y las mujeres, América acabó levantando un acta de abandono para solicitar el divorcio. Poco después conoció a Manuel Gara, un asturiano que en ese momento era dueño de varios establecimientos. No tardaría mucho en empezar a vivir con aquel señor que había sido comandante del ejército republicano durante la guerra civil española y, cuando ganaron las tropas de Franco, tomó en Francia un barco que le llevó a México como exiliado. Con él tuvo en junio de 1963 a su única hija, Olvido, más conocida como Alaska. Cuando las cosas se les pusieron feas en México y Manuel empezó a darle vueltas a la idea de venirse a vivir a su tierra natal, América y él recogieron sus bártulos y pusieron rumbo a España para sondear el ambiente del país. Fue en el verano de 1973 cuando Manuel se instaló con su mujer y su hija en España, un lugar que, según pudo comprobar, ya nada tenía que ver con el de los años de su juventud, con el de los tiempos de la República. Y entonces comenzó a entrarle cada vez más ganas de volverse a México, cosa que finalmente haría en 1976. Separada ya de él, América se entregó a la crianza y educación de su hija, a quien sacaría adelante con el dinero que su ex le dejó para que vivieran, lo que le daba el despacho que puso en la Gran Vía para distribuir ropa y productos de estética, y lo que sacaba vendiendo bisutería en Asturias. En Memorias de América: de Cuba a Alaska explica la inquietud con que vivió el hecho de que, con apenas trece años, su hija cogiera la costumbre de irse al Rastro los domingos por la mañana a comprarse ropa y adornos. O que con catorce formara con unos amigos el primero de sus varios grupos. "Ella creía que estaba ya madura para eso y para mucho más. Pero, como no era así, me preocupaba mucho lo que pudiera pasarle en un mundo como ese y siendo tan joven aún. Por eso, porque tenía solo catorce años, no quise darle permiso para salir al escenario la primera vez que tocaron en público, en una discoteca de Argüelles. Y tuvo que ser la mamá de Juan Luis Lozano la que me hiciera transigir". Madre orgullosa También en su autobiografía cuenta que nunca obligó a su hija a que le diera ni un duro de lo que empezaba a ganar entonces, porque sabía que ese dinero era para sus tonterías. "Yo seguía vistiéndola y comprándole todo lo que quería, como ese traje de leopardo, de pantalón y blusa, que se ponía al principio", dice. "Pero ella me lo ha devuelto todo con creces, incluso lo que no me merezco, porque es una hija excepcional [...]. Me siento muy orgullosa de ella, no solo como artista, sino más aún como persona". Su impresión en aquellos primeros tiempos era que lo único que hacían la cantante y sus colegas era divertirse y pasar el rato, que lo de la música era apenas un entretenimiento de muchachos que no iba a pasar de ser una afición pasajera. Ahora bien, cuando comprobó que la cosa iba bastante en serio, y que aquello era lo que realmente hacía feliz a su pequeña, decidió que la apoyaría de forma incondicional. Y en 1982 se fue un par de años al D.F., donde junto a unos socios españoles y mexicanos puso un restaurante que, curiosamente, le ayudaron a decorar las Costus. Tras regresar a España se puso a hacer collares de piedras semipreciosas y a vender pirámides de la suerte que traía de México. Y en los siguientes años tuvo que enfrentarse a la muerte de su madre, la ruina temporal de su hija y la desaparición de su ex, que llegó a formar otra familia. "De mi matrimonio con Manolín no me ha quedado ni un céntimo, ni de herencia ni de viudedad, que creo que me hubiera correspondido algo, aunque estuviéramos separados”, ha dicho. "De todas formas tampoco hubiera sido mucho, porque el asturiano se lo gastó todo y prácticamente se fue arruinando. Vivía muy al día, un poco como yo, solo que a mí las cosas me han salido algo mejor. Solo le quedó su pensión, y Olvido tuvo que estar mandando dinero a su hermano para los gastos de atenderlo hasta que murió"- Desde hace alrededor de tres décadas, la cubana de 95 años reside en una casa de 200 metros cuadrados muy próxima a la estación de Chamartín. En más de una ocasión ha dado rienda suelta a su faceta esotérica, por ejemplo, haciendo el horóscopo en la revista Vanidad, participando en un libro titulado Las recetas mágicas de América, o trabajando con Amilibia en el Canal 7. Y no esconde que a menudo se entretiene colocándose sus collares de santería y cuidando el altar donde tiene sus “santitos”, a los que pone dulces y un poco de vino. "Pero que nadie se confunda con esto: no soy ninguna especie de bruja, ni una médium ni nada de eso. Hago esto solo por mantener una costumbre tan cubana y tan enraizada, pero sin contradecir en absoluto las creencias cristianas que me inculcaron desde niña", ha asegurado América, que sigue viendo todas las semanas a su hija, menos cuando la artista está de gira, y se lleva a las mil maravillas con su yerno Mario Vaquerizo, del que por lo visto adora esa simpatía que derrocha.

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