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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 06/01/2025 04:41
El libro del economista Carlos Rodríguez, editado por Leamos Carlos Rodríguez fue conservador desde la cuna, incluso en la UBA de los 70 y fue un alumno brillante de la Universidad de Chicago, de donde salió convertido en un Chicago Boy. Un economista “de batalla” y un economista “de pizarrón”, es decir, un académico. Fue viceministro de Carlos Menem y jefe de asesores económicos de Javier Milei, una experiencia que no terminó bien. Director del CEMA y consultor de decenas de países. Hoy, sobre todo, es un hombre en su huerto, un vergel insospechado en el corazón de Belgrano R. Desde allí escribe tuits vitriólicos que los diarios convierten en noticias y encandilan a sus 120.000 seguidores “ganados a pulmón”. Un poco de todo eso lo cuenta en Recuerdos de un economista de pizarrón, el libro electrónico que acaba de publicar Leamos, el sello editorial de Infobae. Recuerdos de un economista de pizarrón Por Carlos Rodríguez eBook Gratis Descargar -¿Por qué escribiste este libro? ¿A quién está dedicado? -A nadie. Es una historia rara. Estaba en mi oficina-invernadero y en X alguien me provocó y empecé a escribir un tuit sobre mi experiencia como asesor internacional. Tuve algunas décadas de consultor del Banco Mundial, de la AID, de las Naciones Unidas; viajé por todo el mundo. Ese tuit gustó y entonces escribí otro más largo. Y a medida que escribía me daba cuenta de que tenía ganas de escribir la historia de mi vida de una manera que no se resumiera en mi experiencia internacional en países raros, siempre en crisis. -Es tu primer libro. -Nunca en mi vida escribí un libro, no soy escritor. Y este es corto, tiene 80 páginas. Mis informes como consultor y todos mis trabajos, que han sido muchos publicados en journals de referato internacional, son cortitos, casi no puse citas y los llenaba de gráficos. Soy muy vago. Voy a la idea puntual, la escribo y ya está. Dicen que soy muy bueno en eso. -Te referís a muchos colegas con afecto, ¿la economía favorece los afectos? -Te diría que soy un hombre que no tiene amigos. Ahora estoy viviendo solo en mi jardín, pero cuando estaba en el mundo mi gran amigo era Larry Sjaastad, un americano de South Dakota pero de origen escandinavo. Era íntimo amigo mío, chupábamos como bestias. Fue mi profesor favorito en Chicago. Yo escribía y él me enseñaba. Íbamos de consultores juntos. Lo consideré siempre un amigo y lloré cuando se murió. Otro amigo es Guillermo Calvo, un economista muy famoso con el que empezamos juntos. Yo dejé la carrera académica, pasé a la Economía Aplicada y fabriqué una universidad. Calvo se quedó siempre en la Academia. En 1973, en la Universidad de Columbia compartíamos la oficina, un sótano con una media ventana que daba al jardín. El grupo de estudio de la Universidad de Chicago, en 1971. -Son todos economistas… -Otro economista que es mi amigo es mi hijo menor, del primer matrimonio. Todos mis hijos son amigos, los quiero. Pero este es más, es de Chicago, también. Lo traje a trabajar al CEMA y heredó mi materia. Tenemos en común a Chicago, al PhD en Economía, al CEMA. Es más de una relación padre-hijo. También me llevo muy bien con mi hija, su hermana mayor, que es doctora en Biología. Es experta en genética de semillas y trabaja en la Facultad de Agronomía, la llevan a la China, a Canadá, a todos lados. Desde chiquito me gustaron las plantas, fui al Jardín Mitre, que tenía una huerta. Y ella se dedicó a las plantas, maneja la enorme huerta que tienen en la Facultad de Agronomía. O sea, tiene un jardín más grande que el mío y siempre viene y me roba plantas. Tenemos mucho en común. -En tu libro contás que cuando entraste al Jardín Mitre ya leías los libros de la colección Robin Hood, que aprendiste a leer desde los 3 años. -Mi viejo era médico, se iba temprano, y yo me metía en la cama de mi madre, que se quedaba leyendo La Nación, supongo, o La Prensa. Yo me metía en su cama y un día le leí una palabra. No me acuerdo cuál era y como ya se murió no le puedo preguntar. Ella se sorprendió mucho pero a partir de ahí me enseñó a leer. Enseguida me hice fanático del Pato Donald, después de los libros de Salgari y de Julio Verne -¿Eras un bicho raro? -Y seguí siendo. Todos me decían que era un bicho raro. Era total y asquerosamente conservador. Eso debe ser por mi madre, supongo. Porque mi viejo era radical por oposición a los peronistas. Mi madre venía de una familia de alcurnia, el abuelo y un primo hermano fueron presidentes del Uruguay. El padre fue embajador en muchos países y la familia viajaba con él. Mi vieja nunca fue al colegio, se educó sola, leía todo el día. Era una mujer sumamente culta, Además, era ceramista. Tracy, mi mujer, también es ceramista. Tengo la casa tapada de objetos de cerámica que regala en la Iglesia Anglicana. No los quiere vender. Carlos Rodríguez con sus hijos. -¿Se conocieron? -Sí, bastante. Porque Tracy vino a vivir conmigo a la Argentina en el 91 y mi madre murió en 2002. No quería que nos casáramos. Estaba indignada, decía que yo la iba a dejar a mi primera mujer, a Elvira, con todos los chicos, para irme con una chiquilina. Me decía: “te va a meter los cuernos”, porque Tracy tiene 17 años menos que yo. Llevamos 31 años de casados y yo nunca abandoné a mis hijos. Soy un Chicago Boy, -¿Qué es ser un Chicago Boy? -Yo soy un Chicago Boy, yo lo viví. Fui alumno de Milton Friedman, y chupaba con ellos. En esa época, en el club de profesores se chupaba mucho. Nos reuníamos, hablábamos. Un Chicago Boy cree en la economía a muerte, en las leyes económicas. No solo existen porque salieron matemáticamente o porque lo dice alguien, existen porque además se comprobaron con números, con la realidad. Un Chicago Boy es capaz de hacer lo que hice yo, de ser teórico, haber escrito como 30 o 40 artículos en las mejores revistas del mundo, y después ser consultor de países en guerra. No es fácil saltar de un lado a otro, pero eso es lo que hace un Chicago Boy. Ahora ya no puedo escribir más artículos teóricos porque para escribir teoría tenés que estar en la frontera del conocimiento. Pero aplico lo que sé y acá en la Argentina estás en otra frontera, en la frontera del Far West. Con lo que sé alcanza y sobra. -¿Qué significan “la frontera del conocimiento” y la frontera del Far West? -Estar leyendo lo último que se escribe. Mi hija se pasa el día intercambiando papers en grupos internacionales donde cada uno pone sus ideas, sus trabajos. En la Argentina todo es muy primitivo. En Estados Unidos si sos profesor asistente de una universidad, tenés la chance de irte a otro centenar de universidades mejorando tu sueldo. En la Argentina el que entró al CEMA termina en el CEMA porque tenés el CEMA, la Di Tella y San Andrés. No existe un mercado de trabajo para académicos de Economía. No hay dónde irse y a partir de cierta edad uno ya no quiere irse afuera. Con Larry Sjaastad, maestro y amigo, en 2018. -Vos te fuiste afuera… -Si, pero en general dejé cada uno de los trabajos incompletos porque sufro de ansiedad. Toda mi vida me psicoanalicé y desde que volví a la Argentina tengo que tomar un clonazepan todas las noches, es la única manera de dormir. Ante una conferencia, viajar en avión, lo que sea, tengo miedo hasta que estoy adelante. Después no me para nadie. -¿Cómo fue dejar la academia y pasar a la función pública? -Nunca busqué ser ministro de Economía. Cuando cayó Cavallo, Roque Fernández fue nombrado ministro de Economía y me llamó. Me dijo “ayudame flaco”. Al día siguiente estaba con él en el Banco Central haciendo los planes. Yo no voy a buscar las cosas, me las tenés que poner encima. Como tengo un stock de capacidades y todavía sigo lúcido, siempre soy el más senior. Así hice la universidad del CEMA. La empezó a hacer Pedro Pou, era un centro de estudios chiquitito. Cuando asumí como director tenía 14 dólares de patrimonio. La dejé con edificios, millones de dólares y mil alumnos. -Si tuvieras que hacer un balance… -Mi jardín. Es realmente vivo, donde quería vivir y donde hago lo que quería hacer. Siempre hice lo que quería hacer. Yo iba todos los inviernos dos o tres semanas a Mendoza con mi madre, estaba totalmente enamorado de ella. Viajábamos un día entero en tren y parábamos en la casa de un tío, que era juez. No tengo grandes recuerdos de él pero sí de su casa. Eran dos casas chorizo unidas por un enorme jardín. Había gallinero, pajarera, bodega y una huerta que me fascinaba. Me hice esa casa acá en Belgrano R. Tengo 1500 metros de jardín, en el corazón de Belgrano. Carlos Rodríguez en Nueva York en 1974. -¿Y el aporte más significativo? -Creo que es lo que escribí y sigo escribiendo. Soy un referente de la centroderecha, un referente técnico sin ambiciones políticas. Nunca tuve ambición política. Con Menem renuncié a los dos años, hice lo que tenía que hacer, me aburrí y me fui. No era la política lo que me interesaba, lo que me interesaba era influir, y tengo 120.000 seguidores en Twitter ganados a pulmón, lo cual es mucho porque bloqueo todo el tiempo. -¿Cuáles son las similitudes entre Carlos Menem y Javier Milei? -Los conocí bien a los dos. Estuve dos años en el gobierno de Menem, como secretario de Política Económica; iba prácticamente todos los días a la Casa Rosada a recibir extranjeros. Después me quedaba solo con Menem, le escribía los discursos. Un mes antes de que yo renunciara, en julio de 1998. Menem me dio una medalla de oro. En su gobierno entregó dos, una a Charly García y la otra a mí. -¿Y con Milei? -Milei me confundió. Me tragué todo, hasta me creí lo de las Fuerzas del Cielo. Pensaba “este tipo tiene algo, no importa que sea loco”. Dice cosas que yo vengo diciendo desde el Año Verde, no tiene nada de nuevo. Pero a él le daban bola. Y en marzo de 2023 me dijo: “Bueno, Carlos, llegó la hora. ¿Qué puesto querés?” Yo le dije que no quería ninguno, que creara el Consejo de Asesores Económicos, como tiene Estados Unidos. Bueno, me dijo, vos sos el presidente y vamos a nombrar a dos más. A Roque Fernández y a Darío Epstein, que es un financista. Carlos Rodríguez, con Karina y Javier Milei, en mayo de 2023. -Una relación estrecha… -Vinieron a mi casa un montón de veces, con la hermana y con todo el gabinete. Tuvimos reuniones con el Banco Mundial en mi casa. Doce, catorce personas, nos reuníamos en el invernadero. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que Milei nunca me pedía un consejo. Doctor Carlitos, jefe, genio de aquí, de allá. Pero nada. Y entonces, cuando ganó las PASO le dije que armáramos un equipo. Me dijo que esperara, que ya me iba a decir. Y su jefe de Prensa, en julio, me pidió que no opinara en ningún medio. Todos los diarios decían que yo era el jefe de economistas de Milei, me llamaban de cuanto diario y canal de televisión existen, y yo no podía opinar en ninguno. -¿Pero eras el jefe o no? -Era mentira. No me daba bola y no me dio nunca bola. Entonces un día de diciembre le renuncié por Twitter. Puse un tuit agradeciéndole y renuncié. Adiós. El día anterior había nombrado a Caputo, yo era el jefe de asesores y me enteré por los diarios. Yo apoyándolo y defendiéndolo, y él me había estado usando durante meses. (Fotos: Cortesía Carlos Rodríguez)
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