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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 05/01/2025 02:41
El asesinato de Franco Vera, un joven de 21 años, frente a un kiosco de drogas en Morón, revela cómo funciona la corrupción de la policía bonaerense y la de la Justicia. Los narcos no son dueños del negocio. Hay que mirar arriba para encontrar al cartel de la droga de la provincia de Buenos Aires. Esta parte de mi libro La República Bonaerense, ayuda a entender la trastienda de este crimen y porque las denuncias hechas con anterioridad no fueron escuchadas por la bonaerense. El viernes 21 de julio de 2017, Guillermo Berra, el jefe de Asuntos Internos de la policía bonaerense, recibió un sorpresivo mensaje en su celular que estaba puesto en modo de vibración, cuando la película que estaba viendo con Rosario, su mujer, estaba por finalizar. Miró de reojo la pantalla tratando que la luz del aparato no moleste a los ocupantes de las butacas vecinas, pero no evitó alterarse. La pantalla denunciaba que el remitente era su superior, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Cristian Ritondo. Tuvo que salir del cine después de hacerle una señal a su mujer para que no se inquietara por retirarse a pocos minutos del final de la película. Su superior le adjuntaba un patético video que, desde las 10 de la noche, se estaba viralizando en las redes sociales. Un policía, en evidente estado de pánico, levantaba con un palo un falso techo de la comisaría mientras gritaba: “¡Acá esconden las drogas mis jefes!”. “Estoy en la delegación de Drogas Ilícitas de Lanús–Avellaneda y del techo saqué recién bolsas con estupefacientes que utiliza la delegación que ellos tienen para meterle a la gente que no tiene, obviamente”, narraba el atemorizado policía en la auto filmación. Lo curioso es que, en vez de llevar la chaquetilla reglamentaria del uniforme, portaba una campera de la selección nacional de fútbol. “Varias dosis de cocaína, marihuana. Acá tienen más. Hay Paco. Todo puesto en esta bolsa, en el techo y estaba todo metido acá adentro”, decía mientras filmaba unas botellas de whisky. Luego abrió una de las bolsas y mostraba la sustancia. “Esto es cocaína reducida que la usan para plantar pruebas. Estoy cansado. Los denuncié y no hicieron nada. También les dije a los de Asuntos Internos”. El video se cortó en ese momento. Para él la última frase fue una trompada porque había recibido esa denuncia y le había dado curso, pero se había desentendido del tema. No imaginó, cuando aceptó el cargo de auditor de Asuntos Internos, que su vida iba a ser imprevisible. Que jamás sabría de horarios ni de fines de semanas de descanso. De hecho, Berra, un hombre de mediana estatura, de 45 años, delgado con barba candado y canosa que contrasta con su pelo oscuro, tenía rasgos que lo alejaban de su función policíaca. No había pertenecido a ninguna fuerza de seguridad. Estaba en ese cargo porque sus hijos iban a la misma escuela que los de María Eugenia Vidal y los matrimonios se hicieron amigos. Con el tiempo, la mujer se divorció y cuando asumió la gobernación, como necesitaba un hombre de confianza para depurar la policía, lo convocó para el cargo. Ya afuera del cine llamó a Ritondo que, antes de que comenzara a hablar le preguntó: -¿Qué sabes de esto? -Mirá tengo una denuncia anónima que la estamos laburando. Hace un mes se la pasé a Villena. Berra se refería al juez federal Federico Villena que, cuando recibió la denuncia, comenzó a actuar con Berra y ordenó una serie de escuchas. La denuncia anónima no tenía detalles; relataba que, en la Narco Lanús, como se la llama en la jerga a la repartición, se manejaba la droga de las villas y que había personal policial involucrado y dio tres nombres. Pero ahora el video del policía que se auto filmaba y se presentaba como efectivo de Narco Lanús, agravaba la situación porque daba más detalles que los que había obtenido el director de Asuntos Internos en su investigación. No cabían dudas que ese policía era el denunciante anónimo. Su pánico era porque estaba desprotegido después de haber acusado a algunos integrantes de la repartición que intentaban averiguar quién había filtrado datos cuando se enteraron de que los estaban investigando. A la medianoche, Berra ordenó a las fuerzas a su cargo ir a la Delegación Lanús–Avellaneda de la Superintendencia de Investigaciones del Tráfico de Drogas Ilícitas de la Policía bonaerense, que también tenía a su cargo las investigaciones en Lomas de Zamora. Cuando llegaron a la dependencia, a la 1 de la madrugada del sábado, se encontraron con una escena inesperada. Narco Lanús tenía un solo habitante: el tembloroso denunciante al que detuvieron por precaución. Las armas -ametralladoras, pistolas, escopetas- estaban en su habitual vitrina con los cargadores, pero sin candado. Cualquiera que hubiera entrado a la comisaría se las podría haber llevado. El hombre resultó un sargento que pertenecía a la dotación de Narco Lanús. Berra constató todos los datos del suboficial y le llamó la atención que a esa hora estuviera solo en un lugar estratégico. El hombre, morocho de cara alargada, emanaba honestidad y el miedo se le notaba en cada gesto. No parecía tener vocación de policía. El grupo de Asuntos Internos inspeccionó la repartición en detalle. A la media hora, el jefe de los grupos lo llamó. -La sustancia que encontramos creemos que es droga. -Alberto -le dijo al jefe de grupo- vamos a pedir más gente porque esto está muy enquilombado. Berra, que estaba siguiendo la operación online, llamó al juez Villena que no lo atendió. Tampoco llegaban los refuerzos que había pedido. Cuando logró hablar con uno de sus secretarios, se enteró que Villena estaba en un Congreso en el exterior. Minutos después llegó el comisario Ariel Skalla, el superintendente de Tráfico de Drogas Ilícitas y Crimen Organizado, un hombre de hablar educado, de estatura mediana y calvo algo excedido de peso. Si le quitaban el uniforme nadie supondría que era un policía porque sus modales no condecían con los de un hombre que convivía con la violencia. Ariel Skalla -Soy el jefe de Narco Lanús y vengo a tomar el control de la situación- dijo de manera imperativa. El jefe del grupo le salió al paso. -El control de la situación en este momento lo tiene Asuntos Internos y usted no entra a la comisaría. -No puede ser. ¿Cómo es esto? El hombre amagó con utilizar la fuerza mientras desataba un escándalo junto a un acompañante que no se había identificado. El jefe de grupo se puso firme y con el auxilio de sus hombres no dejó entrar al oficial, pero tampoco lo dejó marcharse, mientras le avisaba a Berra que lo tenían detenido. -Lo tengo afuera para que no contamine las pruebas. Sigo el protocolo y le prohibí tocar lo que hay adentro- le avisó a Berra. -Busque a toda la delegación. Ordéneles que se hagan presente en el lugar. A esta altura Berra se había apersonado a la comisaría y se quedó afuera con el jefe de Narco Lanús a la espera de los refuerzos. Skalla respondía al ex jefe de la Bonaerense Pablo Bressi y había levantado resquemores de los que adherían al nuevo jefe Fabián Perroni. Pablo Bressi (Télam) El escenario no podía ser más abrumador. Berra afuera con el jefe de Narco Lanús y adentro el denunciante con la droga que habían encontrado. El jefe de Asuntos Internos consiguió comunicarse en ese momento con el juez de turno Patricio Santamarina. -¿Vos te encargás de hacer la auditoría de la droga?- preguntó el juez. -No puedo hacerla solo; necesito refuerzos. Tengo que poner en preventiva a toda la delegación. Tengo gente revisando el primer piso. -Yo mando la Gendarmería. -Perfecto, vos mandá Gendarmería y yo traigo a policía científica para que hagan todos los reactivos- respondió Berra. En ese momento eran 10 grupos al que se le sumaron 20 gendarmes. Entre todos hicieron la requisa de la repartición encargada de combatir el tráfico de droga en la zona. Revisaron autos policiales y particulares, cielos rasos, techos y contra techos. Derrumbaron maderas y rompieron muebles. El resultado fue inesperado. No solo había droga en el techo que levantó con el palo el denunciante, sino en un sobre techo. También encontraron sustancias en un cajón del escritorio que pertenecía al ayudante de guardia y al jefe del grupo operativo de la repartición. Había 350 dosis de cocaína, 80 dosis de paco y un pastillero con GHB, la droga que un año antes había matado cinco chicos en una fiesta electrónica de Costa Salguero y es conocida como “la droga de las violaciones” porque provoca un estado pasivo de indefensión. En el procedimiento la policía científica verificaba la calidad de la droga con reactivos, mientras Gendarmería interrogaba al oficial sobre la procedencia de lo encontrado. Policía científica notó que la cocaína estaba muy cortada. “Es de baja calidad. Hay muy poca dosis de cocaína pura. La que tenían en el techo era pura”, dijo el químico. Uno de los integrantes de Asuntos Internos, con experiencia en el tema, le explicó a Berra que con la droga de baja calidad se arman causas para extorsionar a las víctimas y que la pura es para vender. En el medio de las drogas esparcidas en el escritorio, sobresalían las botellas de whisky, porros y el recipiente de pastillas GHB rosas que en ese momento no fue identificada por policía científica que no tenía conocimientos sobre la nueva metanfetamina. -Sé que hay una nueva droga sintética poderosísima, veinte veces más poderosa que la cocaína. Más pura. Pero no tengo demasiados datos sobre el efecto que causa- le dijo un gendarme. El escenario era tenso y confuso. Berra no lo dejó hablar al comisario y lo desafectó junto a 6 de los responsables incluido el subcomisario. -Después me vas a explicar por qué hiciste esto- le dijo Berra al superintendente Skalla a quién conocía desde hace un tiempo. Skalla estaba derrumbado. Quiso explicarle el origen de la droga, pero sin convicción porque no tenía respaldo para su relato que se derrumbó apenas le preguntaron por qué estaba en el techo sin un acta que justificara su secuestro a los narcotraficantes. Pronto se presentaron unos abogados de la zona. Algunos de los policías se quebraron y hablaron de las causas armadas y confesaron que la droga la cortaban ellos mismos. Berra estaba en problemas con los abogados que decían que, si hay causas armadas, entonces el acusado de consumir o vender drogas tiene que salir en libertad y también hay que liberar a los jefes narcos porque la policía les había armado todo. La idea de los abogados era complicar el operativo y salvar a cuanto policía pudieran. Cada avance en la investigación era seguido de un obstáculo. Los profesionales de Derecho sabían defender a los oficiales y suboficiales corruptos. Cada grupo de investigación que enviaba Berra, debía enfrentar a un grupo de abogados. Era imposible avanzar. El jefe de Asuntos Internos se dio cuenta que la droga venía de una guerra de bandas y que la policía se apropiaba del botín de los narcos que no respondían a la República Bonaerense. La policía respaldaba a sus narcos y encarcelaba a los que operaban por su cuenta. Controlaban la zona con respaldo de jueces y fiscales. Los abogados sacaban a los narcos protegidos. En realidad, más que narcos, en esa provincia donde la única ley que funciona es la de la gravedad, eran distribuidores de la policía. Narco Lanús se intervino y se puso personal de alta jerarquía para reordenar la repartición. El juez Santamarina peleó con Villena, que tenía la denuncia original de Berra, para ver quién seguía con la causa. Había demasiados intereses en juego. Entre los detenidos por la investigación estaba el titular de la delegación, el comisario Ariel Skalla, y su segundo, el subcomisario Mario Roselló, que fueron desafectados de servicio por Asuntos Internos hasta que se defina su situación en la Justicia y a nivel administrativo. A su vez, el ministro de Seguridad, Cristian Ritondo dispuso la intervención de la Delegación porque los dos jefes quedaron provisoriamente apartados de sus cargos. Desde la Auditoría adelantaron que iban a imputar a todos los integrantes de la Delegación, alrededor de 200 efectivos. Guillermo Berra hizo ingresar al policía que difundió el video en el Programa de Protección al Denunciante para garantizar su seguridad luego de prestar declaración. Los 7 exonerados por Berra aún no tienen causa judicial. Los jueces miraron para otro lado y todo quedó en una nube. Los hombres eran parte de La República Bonaerense. El exonerado Superintendente de Tráfico de Drogas Ilícitas y Crimen Organizado, Ariel Skalla, era profesor, dictaba los cursos sobre combate al narcotráfico a las fuerzas de seguridad y a funcionarios. Berra había sido uno de sus alumnos.
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