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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/01/2025 04:43
Conformado por el entonces teniente coronel Víctor H. Figueroa, el médico Nicolás Bernardi; los técnicos mecánicos Julio Dobarganes y Daniel Paz; el técnico topógrafo Ramón Celayes; el técnico polar Luis Cataldo; y Juan Brusasca, operador de radio, este grupo cumplió con el sueño de izar por segunda vez la bandera argentina en el límite más austral del Planeta, la Antártida. La meta de llegar al Polo Sur por vía terrestre ya había sido concretada en 1965 por una expedición comandada por el coronel Jorge E. Leal que realizó la travesía en vehículos snowcat. Treinta y cinco años después, los nuevos expedicionarios se trasladaron en motos para nieve, un hecho sin precedentes a nivel mundial. Un equipo de elite para un desafío extremo La expedición comenzó a organizarse dos años antes. De a uno fueron convocados los especialistas, quienes coinciden en afirmar que ni por un momento dudaron en dar el sí al proyecto. “La convocatoria me sorprendió, me emocionó. Fue una mezcla de felicidad y desafío, como persona y como profesional”, cuenta a DEF Daniel Paz. “Cuando me informaron que estaba en la lista de convocados, fue como si me dijeran que tenía un boleto para viajar a la Luna. Ni lo dudé y, a partir de entonces empecé a vivir la expedición”, cuenta Juan José Brusasca, quien se encontraba en ese entonces en una misión de Paz en Chipre. Julio Dobarganes, por su parte, relata que lo primero que le vino a la mente al enterarse del proyecto fue el accidente sufrido por la expedición noruega, cuyo jefe, en 1994, cayó al fondo de una grieta a kilómetros de la base Belgrano. Pese a ello, dice, ni lo dudó: “Lo tomé como un desafío personal. Hay que estar convencido para hacer cosas de ese tipo y yo lo estaba”. Para el médico Nicolás Bernardi el haber sido seleccionado fue “un privilegio y un honor, incluso fue la concreción de un sueño”. En el año 1998, ya estaban todos destinados en el Comando Antártico de la Ciudad de Buenos Aires, cada especialista abocado a lo suyo. “Trabajamos con absoluta libertad”, recuerda Brusasca. “El entonces comandante antártico, coronel Miguel F. Perandones, y el jefe expedicionario, teniente coronel Figueroa, nunca nos cuestionaron las decisiones. Tenían plena confianza en cada uno de nosotros”. El jefe de la segunda Expedición Argentina al Polo Sur, entonces teniente coronel Víctor H. Figueroa. (Foto: archivo DEF) Cuatro meses de logística intensa A enero de 1999, el grupo había llegado a la base Belgrano II, la más austral de las instalaciones científicas argentinas. Ese verano el rompehielos A.R.A. Almirante Irízar que llevaba todos los pertrechos para la futura expedición, cercado por el hielo, debió descargar el material y el combustible a unos 150 kilómetros de la base. “Ese escollo inicial nos generó una complicación enorme. Trasladar todo el material esos 150 kilómetros nos demandó cuatro meses, pero no teníamos opción. La mayor parte la hicimos entre febrero y mayo”, recuerda Víctor Figueroa, jefe expedicionario. “No paramos ni un momento hasta que nos agarró la penumbra. Usábamos vehículos con trineos y las motos Yamaha 540 que llevaríamos en la expedición”, dice Paz. Este imprevisto tuvo como principal consecuencia demorar hasta el mes de octubre el despliegue de los depósitos de combustible para el abastecimiento. Pero no solo eso, sino que el hecho de utilizar las motos para ese recorrido que, calculan, debió alcanzar los 10.000 kilómetros, implicó un desgaste de los componentes que obligaron a su reparación antes de iniciar el recorrido. Durante ese mes realizaron el traslado de los 50 tambores de combustible que necesitarían a lo largo del viaje. “Llevábamos el combustible con la capacidad de carga del trineo y volvíamos. Ida y vuelta, y lo íbamos dejando cada 60 kilómetros aproximadamente, hasta unos 700 kilómetros de la meta. Armamos 42 depósitos a lo largo de la ruta”, dice Figueroa. Y Paz describe que los enterraban hasta la mitad para “evitar que la nieve los tapara por efecto del viento”. Los expedicionarios repartieron cargamentos con combustible para sus motos a lo largo del trayecto para poder llegar al Polo Sur. (Foto: archivo DEF) Faltando apenas 20 días para iniciar la travesía, tuvieron un accidente en el que un vehículo con cinco personas cayó en una grieta unos 30 metros y, afortunadamente, lograron rescatar a todos sin consecuencias importantes. “Fue como un recordatorio de que nunca hay que confiarse”, reflexiona Figueroa. Dobarganes que vivió la experiencia, afirma que en ese momento crítico no se tiene miedo. “Es tal la adrenalina y la concentración que solo se piensa en cómo salir”, afirma. Sin embargo, para Figueroa fue el momento más duro de la expedición. “Es imposible describir la desesperación que se siente hasta comprobar que están todos bien”. Finalmente, el día 28 de noviembre de 1999, partieron desde la base Belgrano II los expedicionarios con 7 motos y 14 trineos. El objetivo era atravesar los 1500 kilómetros que los separaban del Polo Sur para recibir allí el nuevo milenio. Entre grietas y tormentas Fueron 39 días de un esfuerzo extremo en el que, en pleno día polar, recorrieron casi 5.000 kilómetros, entre avances y retrocesos, esquivando los campos de grietas en una geografía difícil, con temperaturas gélidas que alcanzaron los 54 grados bajo cero, comiendo una vez al día y viviendo en pequeñas carpas. “Salvo el jefe, el resto dormía de a dos. Desayunábamos y salíamos, parábamos cada tanto para tomar algo caliente -té, café, sopa- que llevábamos en los termos, comer algo que podía ser mantecol o frutos secos, hasta que dábamos por finalizada la jornada”, cuenta Dobarganes. Entonces llegaba el momento de armar las carpas para comer y descansar. En rojo, la primera Expedición Argentina al Polo Sur, llevada adelante en 1965. En verde, la segunda Expedición Argentina al Polo Sur, del año 2000. (Foto: IGN) “Ese proceso nos llevaba cerca de dos horas, porque había que picar el hielo para hacer agua, derretir la nieve, calentar la comida”, recuerda Paz. “En la Antártida, para una expedición larga, los horarios de marcha deben ser de alrededor de seis horas. Nosotros hacíamos el doble, porque nuestro objetivo era llegar antes del nuevo milenio y estábamos retrasados, a consecuencia de los inconvenientes que debimos sortear”, manifiesta Brusasca. “Hay que tener en cuenta también que es una geografía en la cual no se puede avanzar en línea recta, porque tiene muchas irregularidades topográficas, fundamentalmente unas elevaciones de nieve –llamadas sastrugis- que pueden alcanzar un metro de alto y es necesario sortear”, explica Luis Cataldo, navegante polar. Fue tanto el desgaste que todos perdieron entre siete y ocho kilos, a excepción de Nicolás Bernardi, el médico, que adelgazó 18. Brusasca comenta que, a medida que pasaban los días, sentían cada vez más el frío y el desgaste: “Un termómetro del agotamiento era que cada vez necesitábamos parar más rápido para que las calorías de los alimentos neutralizaran el frío”. A veces, algunos sufrían principio de enfriamiento y tenían que meterse rápido en la carpa. Y recuerda que en una ocasión, ya a los 82 grados de latitud sur, en lo que se conoce como la Antártida profunda, estaban tan agotados que armaron una sola carpa, donde se amontonaron para descansar un rato. “Alguien dijo que los únicos que podrían entender lo que estábamos viviendo eran los que habían pasado por una experiencia similar, 35 años antes, en la Primera Expedición. Y era cierto”. Fueron 39 días de un esfuerzo extremo en el que, en pleno día polar, recorrieron casi 5.000 kilómetros, entre avances y retrocesos. (Foto: archivo DEF) Una larga lista de dificultades Las dificultades fueron muchas, pero a la hora de destacar las más importantes, todos coinciden en mencionar los campos de grietas. Para Figueroa, se trata del principal peligro a afrontar. “Hay distintos tipos de grietas. Unas que son visibles porque la nieve no llegó a taparlas. Otras, que se reconocen por los bordes sobresalidos y, las más complejas, aquellas que quedan disfrazadas debajo de la nieve acumulada. De hecho, en un momento se encontraron en medio de un campo de grietas que los obligó a retroceder”. “Hicimos 200 kilómetros, no pudimos cruzar y debimos desandar el camino, lo que nos hizo perder cuatro o cinco días. Para mí, fue uno de los momentos más difíciles de la expedición”, recuerda Dobarganes. Fue una situación tan extrema que llegaron a plantearse qué debían hacer y unánimemente, sin dudarlo, decidieron seguir adelante para encontrar otro paso. “No hacerlo hubiera significado un gran fracaso para todos”, sostiene Paz. Pero no fue ese el único hito del recorrido: más adelante tuvieron que enfrentarse a una tormenta que los obligó a permanecer siete días atrapados en las carpas. El problema fue que con la tormenta se produjo el conocido “blanqueo”, que reduce al máximo la visibilidad y la noción del espacio. Esa semana, un rol clave lo tuvo el topógrafo Ramón Celayes, encargado de la logística, quien debió arrastrarse de una a otra carpa para distribuir la comida a sus compañeros. “De no haber quedado detenidos una semana, hubiéramos llegado en la fecha prevista”, sostiene Brusasca y dice que la parte positiva fue que pudieron descansar. Para el encargado de las comunicaciones, el que la pasó peor fue Figueroa porque no soportaba estar quieto y, cada tanto, se trasladaba a alguna carpa para charlar un rato. Y parece no equivocarse porque el jefe de la expedición evoca esa circunstancia como terrible, “los siete días más largos de mi vida”. Así fue transcurriendo la travesía rumbo a los 90 grados de latitud sur. Según relatan los protagonistas, las dudas y la ansiedad comenzaron cuando faltaban alrededor de 100 kilómetros para llegar a la meta. Por los relatos de los antecesores, trataban de vislumbrar a la distancia unos puntos negros que indicarían la presencia de la base norteamericana Amundsen- Scott, sin embargo, nadie lograba verlos. Cada tanto detenían las motos para mirar con atención, pero nada interrumpía la uniformidad del paisaje. “Recién respiramos aliviados cuando faltaban menos de 20 km, porque vimos algo oscuro y supimos que lo habíamos logrado”, expresa Figueroa. Entonces, después de llorar abrazados, se pusieron la ropa de presentación y recorrieron el último tramo con el orgullo de haber cumplido el objetivo. “Como ocurre en la montaña, explica Cataldo, cuando se llega a la cima uno se da cuenta de que el sufrimiento y el esfuerzo valieron la pena”. Víctor H. Figueroa, Nicolás Bernardi, Julio Dobarganes, Daniel Paz, Ramón Celayes, Luis Cataldo y Juan Brusasca fueron los 7 expedicionarios de la segunda conquista argentina al Polo Sur. (Foto: archivo DEF) Regreso con gloria Después de presentarse ante el jefe de la base polar estadounidense, se comunicaron con las autoridades argentinas y plantaron la bandera en el mástil de comunicaciones que los había acompañado durante todo el trayecto. Transcurridos cuatro días durante los cuales descansaron y repararon las motos y trineos, emprendieron el regreso que fue mucho más fácil porque conocían el terreno e incluso, en algunos trayectos, reconocían las huellas dejadas por las motos poco antes, cuando todo era incertidumbre. Los 39 días de ida se redujeron a solo 12. “Fue más rápido y a la vez más peligroso por el ansia de la llegada”, afirma Paz. En la base Belgrano los esperaban con un gran asado de bienvenida, donde abundaron la alegría, las charlas y las anécdotas. Veinticinco años después, todos los exploradores polares recuerdan con tristeza la muerte, el 11 de agosto de 2021, de Ramón Celayes, el topógrafo de la expedición. Por otra parte, y pese a los grandes desafíos que debieron afrontar, coinciden en que jamás tuvieron dudas de lo que estaban haciendo. “Nosotros sabíamos que era peligroso, pero no dudamos. Hay que estar ciento por ciento convencido porque si no la Antártida te devora”, dice Brusasca con una voz colectiva. “La historia está hecha por gente que asume riesgos”, concluye.
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