06/01/2025 05:40
06/01/2025 05:35
06/01/2025 05:34
06/01/2025 05:33
06/01/2025 05:32
06/01/2025 05:30
06/01/2025 05:30
06/01/2025 05:30
06/01/2025 05:25
06/01/2025 05:21
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 04/01/2025 03:18
En 1995, Douglas Lawson y Sherry McCoy fueron brutalmente asesinados en Tampa; Martínez fue acusado sin pruebas contundentes (EFE) Al español Joaquín José Martínez no le quisieron cargar un solo muerto sino dos y, sin comerla ni beberla, fue a parar al corredor de la muerte de la cárcel de máxima seguridad de Raiford, en Florida, donde pasó cuatro años de infierno, a metros no más de la silla eléctrica. Lo incriminaron sin pruebas, solo con el dudoso testimonio de su ex mujer, una grabación ilegal de muy mala calidad y la desesperación del policía a cargo de la investigación por encontrar un culpable. Si vivió para contarla fue porque el 4 de enero de 1999, su acusadora se arrepintió y admitió haber participado de la trampa que le tendieron, lo que dio lugar a un nuevo juicio donde, en junio de 2001, un jurado lo declaró inocente, o “no culpable, como es la fórmula que se utiliza en el sistema judicial estadounidense. La caída en desgracia de Martínez empezó en octubre de 1995, cuando Douglas Lawson y su novia, Sherry McCoy, aparecieron muertos en el departamento que compartían en la bahía de Tampa. A Lawson le habían pegado cuatro tiros, a Sherry la asesinaron con 21 puñaladas. El hombre trabajaba en la empresa de comunicaciones AT&T Atlantic y engrosaba sus ingresos traficando drogas a pequeña escala. La mujer era bailarina de caño en un local nocturno de la ciudad. Martínez conocía superficialmente a Lawson porque había estado empleado un tiempo en la misma compañía y nunca en su vida se había cruzado a la bailarina McCoy. Cuando ocurrió el doble asesinato, el español tenía 23 años y acababa de separarse de su mujer, Sloane Millian, con quien tenía dos hijas de uno y dos años. El divorcio lo pidió la mujer, harta de las infidelidades de Joaquín José, que ahora vivía con su nueva novia, una compañera de trabajo llamada Laura Babcock. La relación entre Martínez y su ex esposa no marchaba por el mejor de los carriles y era raro que Sloane lo dejara siquiera visitar a sus hijas. Por eso a Joaquín José le llamó la atención que una tarde Sloane lo llamara por teléfono y lo invitara amablemente a visitar a las nenas al día siguiente. La charla telefónica fue trivial y, entre uno y otro asunto, la mujer le comentó que estaba apenada por la muerte de Lawson, con quien habían compartido una que otra velada cuando estaban casados. Martínez le respondió que él también se sentía mal, incluso culpable – usó esa palabra -, porque había quedado en malas relaciones con Lawson luego de una discusión por cuestiones del momento. Lo que Joaquín José nunca imaginó fue que toda la conversación estaba siendo escuchada desde una extensión del teléfono de la casa de Sloane por Mike Conigliaro, el detective a cargo de la investigación del doble crimen, y que la invitación a visitar a las nenas era una trampa. Cuando el policía escuchó la palabra “culpable” de boca del español decidió que acababa de resolver el caso. Al día siguiente, cuando Martínez llegó a casa de su ex, lo esperaba también un micrófono oculto en el pañal de la más pequeña de sus hijas. Y, sin saberlo, el español volvió a decir que se sentía “culpable”. Joaquín José Martínez junto a sus padres (EFE) Con el testimonio de Sloane y esa grabación de muy mala calidad, donde ni siquiera se entendía bien la palabra supuestamente auto incriminatoria, en enero de 1997, Joaquín José Martínez fue condenado a morir en la silla eléctrica y fue a dar con sus huesos al corredor de la muerte de la prisión de Raiford. De nada sirvió que Laura Babcock, la nueva novia, declarara en sede policial que el día de los asesinatos el español estaba con ella, porque – presionada por la policía – en el juicio cambió su testimonio y lo incriminó. Una trampa mortal La defensa de Martínez apeló la sentencia y sus padres vendieron todo lo que tenían para pagar el proceso judicial, pero cada día que pasaba en el pabellón de la muerte el español se iba convenciendo más de que nada lo salvaría de morir atado a la silla eléctrica. A todo eso se sumaba el dolor por la traición de Sloane, cuyo resentimiento la había llevado a tenderle una trampa que acabaría con su vida. Por esos días, un periodista del diario madrileño El Mundo consiguió una autorización del juez para entrevistar al “primer español condenado a muerte en los Estados Unidos”, como lo definió en el artículo. “Aun después de separarnos, mi ex mujer me estaba haciendo la vida imposible con sus ataques de celos. Pero nunca pensé, de verdad, que pudiera llegar a eso. Yo creo que lo hizo sin pensar dónde se metía, presionada por la policía. Me cuesta imaginar que quiera ver morir al padre de sus hijas”, le dijo un atribulado Martínez, que describió con todo detalle la trampa que le había tendido con el detective Conigliaro. “Me llamó mi ex mujer para que fuera a ver a las niñas, y todavía me acuerdo de lo contento que iba por el camino: me acababan de decir que me aumentaban el sueldo. Estaba conversando con ella cuando entró la policía. No me lo podía creer: me quedé como atontado. La policía me había tendido una trampa y usaron a mi ex mujer y a una de mis hijas. Le pusieron un micrófono en un pañal y luego utilizaron la grabación como prueba. Yo no confesé que había matado a un amigo, ni ese día ni nunca. Lo único que le dije una vez a Sloane es que tenía un gran remordimiento, pero era por otra historia que nada tenía que ver con esto”, relató. El español Joaquín José Martínez escucha los argumentos iniciales en su nuevo juicio por un doble asesinato en 1995, el miércoles, 30 de mayo de 2001 en el Tribunal del Condado de Hillsborough en Tampa, Florida (AP Photo/Steve Nesius) —¿Dónde estuvo la noche del crimen? – le preguntó el periodista. — Estuve con Laura en una fiesta; ella misma lo declaró así a la policía. Luego la presionaron y cambió la declaración; le obligaron a decir que llegué con sangre y todas esas cosas. —¿Sostiene que todos los testigos lo hicieron bajo presión policial? — Así es. Tenían que encontrar un culpable y dieron conmigo. En España todo el mundo es inocente hasta que no se demuestra lo contrario; pues aquí parece que es al revés. Hicieron caso a mi mujer, que me denunció por una cuestión de celos, y luego se inventaron el resto de la historia. —¿Conocía a los asesinados? — A él, sí, a ella no la había visto nunca. —¿Es cierto que Douglas Lawson estaba en deuda con usted? — Ésa es otra mentira que se han inventado. Ni siquiera era mi amigo y jamás le presté dinero. Tan sólo le conocía de vista porque durante un tiempo trabajamos en la misma compañía. —¿Cuál fue su reacción cuando le declararon culpable? — Me quedé atontado, sin acabar de creérmelo. No había pruebas, no habían encontrado el arma, no había testigos... Yo estaba convencido de que me iban a poner en la calle sin más. Pero lo peor vino luego, cuando ya no pudimos pagar otro abogado y nos tocó uno de oficio. Me dijo que si quería evitar la pena de muerte, que me declarara culpable. Yo me negué, por supuesto. Le dije: “¿Cómo voy a confesar una cosa que no he hecho?”. En la entrevista, su última frase fue para sus hijas: “No dejo de pensar en ellas. Las pobres no saben qué es todo lo que está pasando y la última vez que me vieron, con este uniforme, tuve que decirles que es por mi nuevo trabajo, que ahora soy marinero”, contó. El nuevo juicio La suerte de Joaquín José Martínez parecía definitivamente echada hasta que, el 4 de enero de 1999, Sloane se presentó ante la justicia y cambió su testimonio. Eso abrió la posibilidad de un nuevo juicio, donde se volvieron a evaluar las pruebas. El juez no admitió la grabación tomada ilegalmente por el detective Conigliaro con la ayuda de Sloane y requirió un nuevo análisis de las pericias forenses. Sentado en el banquillo de los testigos, Conigliaro tuvo que admitir que Joaquín José Martínez nunca estuvo en la lista de sospechosos que elaboraron en las semanas posteriores al doble homicidio. Y que solo pusieron foco en él cuando Sloane denunció que su ex marido había tenido problemas de dinero con Douglas Lawson. También dijo que, a partir de ahí, dejaron de investigar a otros sospechosos, como los hermanos Ronnie y Robert Suggs, las últimas personas que estuvieron con las víctimas. Cuando los interrogaron, presentaron una coartada que no se siguió investigando luego de la detención de Martínez, y luego desaparecieron de los lugares que solían frecuentar. Joaquín José Martínez, entre su padrey su madre, Sara, tras ser liberado en la prisión federal de Orient Road (Tampa, Florida) el 8 de junio de 2001. Tenía 29 años. ( EFE) Interrogados por la defensa de Martínez, dos peritos forenses declararon que no habían encontrado ninguna huella dactilar del español en la escena del crimen y que tampoco detectaron rastros de sangre de las víctimas en su auto, dos pruebas de su posible inocencia que no habían sido tenidas en cuenta en el primer juicio. El 6 de junio de 2001, después de deliberar menos de tres horas, el jurado encontró a Martínez “no culpable” de los asesinatos de Douglas Lawson y Sherry McCoy. Tres semanas después dejó los Estados Unidos para radicarse en España. Luego de su liberación, Joaquín José Martínez se convirtió en un conocido activista de la Comunidad de Sant’Egidio que trabaja a nivel mundial en varios frentes para lograr tanto la moratoria de las ejecuciones como la abolición completa de la pena capital en los países que aún la mantienen. “Antes yo creía en la pena de muerte, pensaba que aliviaba el dolor de los familiares de las víctimas, porque la muerte es lo que se merecían las personas que cometen crímenes crueles. Hoy sé que la pena de muerte representa la institucionalización del odio, falta de compasión, de humanidad y de perdón”, dice en sus conferencias. Cada tanto viaja a los Estados Unidos para visitar a sus hijas, que en la actualidad tienen 26 y 27 años. No le resulta fácil volver al país donde estuvo condenado a morir en la silla eléctrica.
Ver noticia original