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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 03/01/2025 05:14
“No se inventa lo que no se tiene, sino aquello con lo cual uno ha jugado”, decía Artur Fischer, uno de los inventores más destacados del siglo “Mi trabajo como inventor está lejos de haber terminado, porque lo que a mí me interesa es encontrar la solución de cualquier problema que se me presenta”, decía Artur Fischer en 2014, cuando el Parlamento Europeo lo premió por su obra. Tenía entonces 94 años y llevaba patentados más de 1.100 productos, un récord que superaba al de las 1.093 patentes registradas por Tomas Alva Edison durante su vida. La mayoría de los inventos de Fischer está lejos de deslumbrar, porque no llaman la atención, pero tienen una virtud que muchas veces pasa inadvertida: están al alcance de la mano de cualquiera y solucionan problemas de la vida cotidiana, como fijar estantes de biblioteca en una pared con un tarugo y un tornillo, cortar en rodajas un huevo duro con una sola maniobra o iluminar la escena para sacar una foto; también sirven para entretener a los chicos, como los juguetes que se arman con bloques y otros elementos constructivos que les permiten aprender los conceptos básicos de cuestiones técnicas de forma divertida y desarrollar su creatividad, los Fischertechnik. Por cosas como ésas, la Oficina Europea de Patentes lo considera “el inventor más exitoso de todos los tiempos”. La historia de Fischer como inventor no escapa al modelo de muchos de sus colegas, aunque lo supera, y se puede contar con una carrera que se inicia en un pequeño taller casero para culminar en una gran empresa, en este caso el Fischer Holding, una compañía con miles de empleados y filiales en 50 países del mundo que factura casi 700 millones de dólares por año. Hijo de un sastre y una planchadora, Artur Fischer nació el 31 de diciembre de 1919 en Tumlingen, ahora parte de Waldachtal, Alemania. Dejó la escuela a los 13 años para meterse de aprendiz de cerrajería en un taller de Sttugart. Corría la década del ‘30 y como muchos jóvenes se incorporó a las juventudes hitlerianas, en su caso con la aspiración de que fueran un camino para incorporarse a la Luftwaffe. Quería ser piloto de aviones, pero no pudo por dos razones: tenía problemas de visión y no tenía los estudios suficientes; le permitieron, en cambio, incorporarse como mecánico y asignado a la región del Palatinado. Durante la Segunda Guerra Mundial fue enviado al Frente Oriental y participó del sitio de Stalingrado, donde se salvó de caer prisionero del Ejército Rojo en uno de los últimos aviones que evacuó soldados antes de la rendición de las tropas alemanas. Fue destinado entonces a Italia, donde sí fue capturado por los aliados y enviado a un campo de prisioneros en Gran Bretaña. Lo liberaron en 1946 y pudo volver a Alemania, donde consiguió trabajo en una planta de ingeniería eléctrica. Además del tarugo, inventó portabotellas, porta CDs, guanteras para autos, taladros, morteros con agregado de cemento y hasta piezas que podían encastrarse para construir distintos objetos Pasión por inventar Mientras trabajaba en la planta, armó un taller en su casa, donde empezó a desarrollar sus primeros diseños usando chatarra militar. Lo que puede considerarse el primer invento de Fischer fue un artilugio que le encargó una empresa textil, un interruptor de telar que nunca patentó. El siguiente respondió a una necesidad propia, la de sacar fotos dentro de su casa. Corría 1948 y por entonces se utilizaban las lámparas de magnesio, demasiado peligrosas para sacar fotos en el estrecho espacio del departamento donde vivía con su mujer y su pequeña hija. Desarrolló entonces una lámpara de destello -un flash- que logró hacer funcionar sincronizada con la cámara fotográfica. Cuando presentó el invento en una feria de tecnología, los ingenieros de Agfa no dudaron un momento antes de comprarle los derechos para utilizarlo. Con el dinero que le proporcionó esa patente, Fischer tomó sus primeros empleados y montó una pequeña empresa. Se puede decir que se dedicaba a resolver cualquier problema técnico que le presentaran, con la precaución de patentar el artilugio antes de entregarlo. El gran salto lo pegó en 1956, con el que hoy sigue siendo su invento más famoso: el anclaje de expansión, el “taco Fischer” que hoy conoce todo el mundo, que se adapta a la superficie que se perfora y se une a ella de forma inextricable, ya sea ladrillo, yeso u hormigón. El flash de la cámara fue uno de sus primeros grandes inventos: quería fotografiar a su hija, pero no había suficiente luz en el departamento La idea le surgió cuando un fabricante de balaustradas le pidió un elemento que le permitiera fijar bien los muebles de pared. La respuesta del inventor fue una suerte de “enchufe” de plástico con ranuras y dientes que permitiera aprisionar los tornillos y evitara que éstos se doblaran al entrar en la pared. No solo patentó la idea, sino que a partir de ella desarrolló todo tipo de anclajes y pasadores, de plástico y de acero, incluso algunos específicos para la medicina traumatológica, que los utiliza para resolver las fracturas de huesos. Fischer mismo contaba cómo su pasión por inventar objetos o mecanismos se le convirtió en un hábito frente a cualquier problema que se le presentara y relataba, como ejemplo, un episodio que ocurrido en un hotel donde estaba pasando las vacaciones. En una conversación trivial, el dueño del establecimiento se quejó de que los huéspedes tenían dificultades para cortar el huevo duro que se les servía con el desayuno. Días más tarde, ya en su taller de diseño, el inventor desarrolló el aparato que hoy conoce todo el mundo, donde se apoya el huevo duro y al bajar una suerte de “tapa” con filos queda cortado en rodajas perfectas. Frente a problemas similares, con el correr de los años, desarrolló portabotellas, porta CDs, guanteras para autos, taladros, morteros con agregado de cemento y hasta mecanismos de ventilación específicos para el aire acondicionado. Otro de los inventos más populares de Arthur Fischer surgió a partir de la necesidad de hacer un regalo diferente. A mediados de la década de los ´60, con la empresa ya afianzada, el inventor buscó hacer un obsequio navideño que fuera novedoso, destinado a los hijos de sus empleados y contratistas. Se trataba solo de eso, pero el resultado se convirtió en uno de los juguetes más famosos del siglo XX. Fischer ideó un conjunto de bloques y otros elementos que se podían encastrar para construir distintos objetos. Así nació el primer set de Fischertechnick, pionero de otros juegos muy similares, como los Lego o los playmobil, desarrollados después por otras empresas. "Mi trabajo como inventor está lejos de haber terminado, porque lo que a mí me interesa es encontrar la solución de cualquier problema que se me presenta”, decía Artur Fischer Del taller al mundo entero Aquel primer taller de Artur Fischer se desarrolló hasta dar lugar a una cincuentena de fábricas diseminadas en más de treinta países. El producto estrella sigue siendo el famoso “taco”, cuya producción alcanza niveles siderales: unos 14 millones por día. Quienes visitan la fábrica central, en Tumlingen, en la Selva Negra, se sorprenden por el ritmo de trabajo que alcanza una cadena de robots controlados por un grupo de trabajadores especializados que verifican que todo marche bien sin hacer ningún esfuerzo físico. A pesar de su impresionante desarrollo, el Fischer Holding sigue siendo una empresa familiar, que en la actualidad dirige Klaus, el hijo de Arthur. El inventor le cedió la conducción a mediados de la década de los ‘80, pero no porque quisiera retirarse sino para dedicar más tiempo a su pasión: inventar nuevos productos en la oficina de diseño. Lo siguió haciendo casi hasta su muerte, a los 96 años, el 27 de enero de 2016, en Waldachtal en la Selva Negra, donde fueron enterrados sus restos. Si se revisan los perfiles que se publicaron por su fallecimiento, en casi todos se repite una de sus frases, la que define su filosofía como inventor: “No se inventa lo que no se tiene, sino aquello con lo cual uno ha jugado”.
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