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» Diario Cordoba
Fecha: 28/12/2024 05:25
Proteger la alegría es un deber, pero eso ya se empieza a comprender más tarde. Como todas las fiestas, la Navidad ha venido a llevarse la pena por delante. Hay una edad en la vida en la que piensas que cuidar la alegría es un derecho, porque la reivindicas. Y creo que ya es un paso hacia la plenitud sentir que la alegría es un derecho, como lo ha venido siendo con el desarrollo jurídico del hombre. Alguno de mis momentos más felices como estudiante de derecho los evoco descubriendo que los padres fundadores de Estados Unidos, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson, en su Declaración de Independencia, tuvieron la visión de elevar la felicidad a principio fundador de su nación, como en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 se habla expresamente de la «felicidad de todos», y también la Constitución francesa de 1793 afirma que «El fin de la sociedad es la felicidad común». Queridos amigos, la felicidad es un derecho, y todos los derechos merecen ser luchados: como lo hicieron nuestros bravos constitucionalistas de Cádiz, en 1812, al establecer que «El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen». Bienestar, felicidad y alegría como derecho, sí; aunque también como intención legisladora, porque toda constitución gana carta de naturaleza individual en esa vigencia que cada uno le otorga, hecho conciencia, desde el convencimiento del derecho. Sin embargo, hay un cambio de ciclo cuando aprendes que hay derechos que son también deberes: como el trabajo, como cuidar a tus hijos. Y proteger la alegría, cuidarla y mimarla, aislarla de tantas agresiones externas, es también un derecho convertido en deber. Esto lo ves claro cuando adviertes que la vida es un don, que todo nuestro tiempo es un regalo, y que cada minuto que descuentas merece ser vivido y exprimido con la máxima plenitud. Y para eso, muchas veces, tienes el deber de defender tu alegría de toda esa caterva de tarados -y taradas también: no las olvidemos- que parecen gozar de una alegría propia saboteando la ajena, de cualquier manera, en el espectro público o privado. No les dejéis entrar: blindad vuestros momentos de emoción y esperanza, que se queden ladrando muro afuera. Es una buena gimnasia, es también un deber y es un derecho. Defender la alegría de la gente que amas, que es también la tuya y es tu vida. El rumor de ladridos se diluye entre los sonidos del atardecer, con ese viento azul, mientras llega el olor reconfortante de la leña que arde en nuestra chimenea. Defender la alegría es también una fiesta, porque el canto crepita y nos da luz al final de la noche. *Escritor Suscríbete para seguir leyendo
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