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  • La perdurabilidad de las reformas y el fantasma del péndulo

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 22/12/2024 11:44

    Para una comunidad que se ha acostumbrado a ir de banquina en banquina en función de los resultados electorales coyunturales todos los avances que se realizan en una dirección parecen inexorablemente transitorios. Esta no es una mirada que deba aceptarse mansamente, ya que no es indiscutible, pero habrá que decir que la historia reciente abona esa presunción ya que muchas veces una política pública fue poco tiempo después revocada por un adversario. El ejemplo más categórico ha sido el de las privatizaciones y estatizaciones que se han alternado sin cesar en varias ocasiones, inclusive con protagonistas coetáneos que desde el parlamento han apoyado una decisión en un instante y la opuesta con un intervalo acotado validando entonces esta tesis tan arraigada en el saber popular. Ante tan elocuente testimonio es absolutamente razonable que muchos observadores afirmen que pese a las profundas modificaciones que se vienen planteando todo lo que está sucediendo podría ser solamente una temporada efímera que se esfume cuando los humores ciudadanos dispongan. Claro que no todos los predicadores de esta visión son genuinos representantes de esta interpretación. Muchos son actores inclinados a promover esa conclusión por las conveniencias políticas derivadas de esa postura personal e ideológica. No hay en ese caso un análisis ecuánime sino un sesgo que alimenta sus chances de tomar el poder. Sería interesante abordar esta cuestión admitiendo la posibilidad de que ahora no sea sólo un viraje clásico, propio de las oscilaciones habituales de décadas de repeticiones cíclicas que hacían girar en círculo sin poder salir de este decadente esquema. Para eso es vital comprender las raíces de esta etapa y además conjeturar con astucia lo que podría ocurrir en el futuro con el comportamiento de las nuevas camadas que potencian hoy estos paradigmas con gran entusiasmo y pasión. Dicho de otra forma, o se cree casi religiosamente en una suerte de determinismo histórico del cual es imposible salir, o se intenta ir más allá para saber si lo que emerge es una flamante versión de lo ya conocido, o un verdadero cambio de parámetros que podrá luego tener matices, pero no un cuestionamiento visceral a todo lo explicitado. Siempre es extremadamente riesgoso hacer vaticinios tajantes. Es inviable asumir que se puede conocer el porvenir con precisión. La mayoría de los que intentaron proyectar el presente en base a los datos disponibles han claudicado estrepitosamente ya no por sus yerros deliberados sino por la ausencia de información valiosa para componer los eventuales escenarios. Más allá de esa semblanza quizás algunos elementos podrían dilucidar, al menos parcialmente un panorama con las alternativas de mayor probabilidad de ocurrencia, siempre aceptando el margen de error esperable y hasta la presencia de un “cisne negro” que podría patear el tablero y romper abruptamente con toda la lógica previa. Todo siempre puede cambiar, pero esta vez aparecen tres aspectos muy significativos que podrían quebrar la inercia ambigua que exhibe la tradición. Una de ellas es el fenómeno generacional, la irrupción de los jóvenes y su potente impronta política no tiene precedentes. Lo segundo es el innegable peso de la batalla cultural y la poderosa influencia de esa discusión política cívica que perfora todos los estamentos y cuestiona una nómina interminable de creencias que antes se consentían linealmente y que ahora están constantemente interpeladas con una pasión inusual. El tercer ingrediente es el estruendoso fracaso del socialismo contemporáneo que no puede demostrar ninguna victoria relacionada a sus patéticas consignas, hoy más vacías que nunca. No pudieron combatir la pobreza ni disminuir la desigualdad. Todos sus experimentos culminan con dirigentes corruptos enriquecidos y una sociedad pauperizada y humillada por regímenes tan autoritarios como despreciables. El fantasma del péndulo de la política regional seguirá acechando. La amenaza de que una vez concluido el actual mandato presidencial o inclusive luego de los dos términos consecutivos que la Constitución habilita todo pueda retroceder es irrefutable. Negarlo sería desconocer el pasado y presumir de una arrogancia intelectual totalmente desaconsejable. Pero si fuera posible apostar se podría aventurar que esta vez es probable que el país esté peregrinando por un sendero que sin estar exento de tropiezos marca un rumbo perdurable sobre la base de al menos dos generaciones de individuos dispuestos a sostener un núcleo de ideas fuerzas asociadas a la sensatez de construir con reglas transparentes una nación abierta al mundo, competitiva, en la que la cultura de trabajo fije el norte y la ambición de convertirse en vanguardia innovadora sea una brújula que oriente hacia una renovada épica. Eso dependerá, en buena medida, de la opinión pública, de la persistencia y de la comprensión de que nada bueno se logrará con facilismo, demagogia y cantos de sirena. El éxito es la consecuencia de perseverar a pesar de las dificultades y quizás esta vez, una mayoría de votantes estén dispuestos a hacer ese recorrido con la convicción intacta.

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