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  • Cafetines de Buenos Aires: el Roma del Abasto, cerca de donde cantaba Gardel y sus mesas eran atendidas por Jesús

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 22/12/2024 02:47

    El Roma del Abasto fue inaugurado en 1927. Se encamina a los cien años de funcionamiento La celebración de la próxima Navidad me trae el recuerdo de una historia sucedida en un viejo cafetín de Buenos Aires atendido por Jesús. La anécdota, que se remonta al año 2013, surgió a partir de la lectura de una nota publicada en el diario La Nación donde el escritor uruguayo Eduardo Galeano afirmaba que todos los días tomaba un café con Dios. La ocurrencia —que no faltaba a la verdad— venía a cuento porque Dios era el apellido de la camarera andaluza que trabajaba en el Café Brasilero de Montevideo, destino donde este poeta y parroquiano se apoltronaba a diario. Tuve la fortuna de leer el artículo en una de mis clásicas visitas a cafés en las segundas mañanas. Al terminar la lectura, miré a mi alrededor y vi a Jesús detrás del mostrador. La analogía con la afirmación de Galeano saltaba a la vista. Fue entonces que, retrucando el lance de un cafetero oriental, me animé a decir que si en Montevideo se tomaba café con Dios en Buenos Aires se lo podía hacer con Jesús. Poco después asistí a uno de sus tantos milagros. El fenómeno ocurrió durante una jornada del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI). Las pantallas de los cines del Abasto Shopping servían de sede al Festival y el Bar Roma, en la esquina de Tomás de Anchorena y San Luis, era el café de Jesús. En sus mesas pasaba mis ratos libres entre los huecos de la programación. Salía del Centro Comercial por Anchorena y atravesaba el colorido y pertrechado recorrido de tres cuadras que me separaban del café y se parecían a los pasillos interiores de depósitos donde se acumulan las escenografías usadas de viejos films. En otras palabras, el Abasto Shopping era mi Cinecittá. El Roma, su bar de película donde lograba tomar distancia de las ficciones en las que me había sumergido horas antes. La paz de sus mesas invitaba a la reflexión y a la crítica. A la tarde noche del aludido prodigio, me encontraba con Gabyn, mi Penélope Cruz del hogar, y un amigo cinéfilo, por entonces ciudadano de Tolhuin, Tierra del Fuego, donde había creado un Ciclo de Cine sin películas. El fueguino tenía por costumbre hacer coincidir sus vacaciones laborales con las fechas del BAFICI. Entonces, volaba a Buenos Aires y nos pasábamos largas jornadas viendo cine. El retrato más conocido del General José de San Martín, está en el Roma del Abasto Pero no es este un relato sobre la vida de los apóstoles. Hoy el protagonista es Jesús. La noche que traigo al recuerdo no tenía nada de buena. Era espantosa. Diluviaba en Buenos Aires. La tormenta perfecta gestada en el tiempo que dura un film y donde la temperatura desciende tantos grados que pone en crisis el vestuario escogido al momento de salir hacia el cine. Sin embargo, obtusos y programados como estábamos, corrimos bajo el temporal hasta nuestra sala de profesores donde jugábamos a ser jurados del Festival. Llegamos al Bar Roma empapados. Con un aspecto que daba lumpen. Jesús, misericordioso, nos recibió como hermanos andrajosos y desdichados. Nos pidió nuestros abrigos y los puso a secar cerca de un calefactor. A continuación, cumpliendo con el rito bíblico, nos preparó comida caliente y multiplicó las bebidas. Entre risas reformulamos una conocida sentencia para dejarla así: Dios está en todos lados, pero su hijo atiende en un bar de Buenos Aires. Afuera el cielo seguía marcando el ritmo de la narración. Adentro discutíamos sobre cine, opinábamos de directores y elegíamos los mejores guiones. Sin saberlo, estábamos siendo parte de una puesta que la naturaleza, con cierta frecuencia, desata furiosa sobre esta vasta llanura para que no olvidemos quien es el único director del rodaje. Una bendición bañada con agua de lluvia. Carlos Gardel debutó cerca del café Roma. Cuando en el Abasto había vida durante las 24 horas La escena era la siguiente: Exterior/Noche, la cámara nos toma desde la calle, a través del ventanal, para transmitir la furia climática, nosotros éramos súbditos romanos cobijados y a resguardo de Jesús, de pronto la cámara se aleja y abre a plano general, luego se eleva dejando ver toda la esquina más las instituciones judías ortodoxas vecinas. La lluvia no cesa. Sensación de final de película. A lo lejos suena un tango. La escena es única. Faraónica. De lo mejor que se pueda recrear. Jesús. Roma. Cristianos. Judíos. Abasto. Más Buenos Aires imposible. ¿Pero quién era ese Jesús, el buen pastor que atendía en el Bar Roma? Jesús Llamedo nació en 1928. Fue uno de los dos asturianos dueños del Bar Roma. El otro fue su primo Laudino Pruneda, ocho años más joven. En 1952, tomaron las riendas del negocio. Los archivos comerciales dan cuenta que al Bar Roma del Abasto —hago la aclaración porque existe un homónimo, también Notable, en La Boca— lo inauguró un tal Indalecio Rodríguez en 1927. No hay certeza sobre la razón que dio motivo a su denominación. Mejor así. La falta de evidencias suele nutrir las más descabelladas hipótesis. La remodelación mantiene pisos, sillas y ventanas. Hay un nuevo Roma que conserva la tradición del lugar Prefiero creer que don Indalecio pretendió convertir a esta esquina del Abasto en un punto de referencia que dominara el amplio territorio porteño. Cierto es que el Mercado del Abasto —que llegó a funcionar las 24 h— fue un foco de atracción en la ciudad. Y que a su alrededor pulularon fondas, bares y despachos de bebidas. Sería inabordable enumerar todos los boliches de cercanía del Mercado, sus habitués y trascendencias. A modo de ejemplo, menciono tres casos: Carlos Gardel debutó en Bar O’Rondeman, de Agüero y Humahuaca; en el Viejo Café Gariboto de Pueyrredón y San Luis tocaba Juan Pacho Maglio; y, por último, José Ovidio Bianquet, el Cachafaz, era el bailarín estrella que le sacaba lustre a los pisos de las milongas vecinas. En este relato se le otorga al Abasto categoría política de barrio, aunque carece de título administrativo habilitante, porque todo el mundo llama así al microbarrio de Balvanera colindante con el actual shopping. La foto de los dos asturianos que condujeron el Roma, está en el salón. Los nuevos dueños respetan el legado Jesús y Laudino se mantuvieron al frente de este hermoso café barrial por casi siete décadas. Los frecuenté con cierta rutina durante los primeros años del presente siglo. El Roma, como ya expliqué, era mi café a la salida de los cines del Abasto Shopping. Luego las nuevas plataformas me alejaron de la pantalla gigante y, por consiguiente, del Roma. En 2019, cuando los primos se encontraban bien entrados en años y con ganas de abandonar, Martín Auzmendi entró al bar, pidió un café y comenzó una conversación con ellos. La charla concluyó un año más tarde cuando Auzmendi compró el Roma del Abasto. Martín traía a cuestas una larga experiencia en el rubro. Amante de la pizza de calidad, creó la Maratón de la Pizza y publicó el libro Nuestra Pizza (2014). De inmediato, reunió a un grupo de amigos gastronómicos para hacer del Roma una referencia inevitable de la alta pizza porteña. Tanto que convocaron al mayor hornero de la ciudad, Walter Cossalter, el fumista —el auténtico nombre del oficio— que le construyó el horno a las importantes pizzerías de Buenos Aires. Martín y los suyos resultaron ser los Reyes Magos que Jesús esperaba para pasarles la posta. Desde adentro: el Roma mira al Abasto La puesta en valor de la esquina hizo revivir la barriada. Es el trabajo de restauración patrimonial mejor logrado de todos los bares de la ciudad. La obra estuvo en manos de los arquitectos Teresa Chiurazzi y Luis Díaz. Y la gráfica y el diseño son de Florencia Capella y Martín Laksman. El Roma actual expresa en cada rincón cariño y respeto por la herencia recibida. Mantuvo el piso de granito, sus aberturas originales, mesas y sillas. Hay fotos que respaldan esta afirmación. El bar no ha perdido espíritu ni identidad. Sus nuevos dueños han sabido cumplir el último deseo de los asturianos que soñaban pasar a retiro con la tranquilidad de que su añosa historia en una esquina del Abasto seguiría escribiéndose. Hoy ni Jesús ni Laudino están entre nosotros. Una foto de ambos se luce en el salón del bar entre nuevos diseños más una vieja imagen del General San Martín. Jesús partió en 2021. Vivió en la planta alta del bar y mantuvo su mesa de costumbre hasta el final. Laudino se fue el año pasado. Me cuenta Martín Auzmendi que acaban de renovar el contrato con los familiares de ambos primos. Es decir, el Bar Roma del Abasto va camino a celebrar en 2027 sus cien años de vida de la mano de sus protectores. Roma eterna.

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