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  • La cumbre de los líderes aliados en Teherán en 1943: cómo se descubrió el plan nazi para asesinar a Churchill, Roosevelt y Stalin

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/11/2024 02:59

    Cumbre entre Franklin D. Roosevelt, Iósif Stalin y Winston Churchill en Teherán, capital de Irán, en 1943 Fue una reunión difícil, por momentos tormentosa, donde en cuatro días de discusiones los tres principales líderes de los Aliados, “los tres grandes”, cambiaron el curso de la Segunda Guerra Mundial y comenzaron a planificar una nueva configuración del mundo. Porque en la Conferencia de Teherán, realizada entre el 28 de noviembre y el 1 de diciembre de 1943 en la capital iraní, el premier británico Winston Churchill, el líder soviético Iósif Stalin y el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt no solo decidieron la operación Overlord, la estrategia militar que definió la contienda sino que se discutió el futuro de Alemania y de toda Europa en lo que fue casi un reparto de las zonas de influencia de los Estados Unidos y Gran Bretaña por un lado, y de la Unión Soviética por el otro. “Cumplí 69 años cuando estaba allí y dediqué el día casi por completo a negociar uno de los asuntos más importantes en los que me he visto involucrado en toda mi vida”, escribió Churchill en sus memorias. Las discusiones fueron ríspidas y en muchos momentos encontraron al premier británico y Roosevelt haciendo frente común contra Stalin, mientras que en otros el presidente estadounidense trataba de mediar entre las posiciones casi irreductibles de sus colegas. En ese juego, Stalin estuvo a punto de dejar la reunión. Lo contó el entonces embajador soviético en Washington, Andrei Gromiko, en sus memorias: “Se levantó de su silla y le dijo a Voroshilov y Molotov: ‘tenemos mucho que hacer en casa para perder el tiempo aquí. Así no vamos a ninguna parte”, relató. Con el correr de los años –porque en ese momento se guardó el más riguroso de los secretos sobre los hechos– se supo que la realización de esa reunión clave pudo haber terminado dos veces en catástrofe: primero con la muerte de Roosevelt, víctima de un grueso error de su propia Armada cuando se dirigía en barco a Teherán y, después, de los tres líderes en un atentado preparado por los alemanes para asesinarlos durante la conferencia. Roosevelt y el “fuego amigo” Roosevelt llegó vivo a la reunión por pura suerte, después de salvarse de terminar junto con su plana mayor en el fondo del mar víctima de fuego amigo. Por razones de seguridad, el presidente estadounidense debía viajar en barco, con su plana mayor, desde los Estados Unidos a Irán. Era un largo trayecto, siempre bajo la posible amenaza del ataque de los submarinos alemanes. Partió en el acorazado presidencial “Iowa” el 12 de noviembre, escoltado por una formación de barcos de guerra. Un diario estadounidense reflejó lo sucedido en la reunión de Teherán en la que se trazó el plan para derrotar a los nazis Los jefes navales estimaron que ese largo viaje era una buena oportunidad para lucirse, mostrándole al presidente lo profesional y eficaz que era la Armada con un simulacro de guerra. Básicamente, el ejercicio naval consistía en algo así como un tiro al blanco, durante el cual las defensas antiaéreas del “Iowa” debían disparar contra unos globos meteorológicos que simulaban ser aviones enemigos. Para que no se perdiera detalle, instalaron a Roosevelt –que tenía dificultades motrices como secuela de una poliomielitis sufrida en la infancia– en su silla de ruedas sobre la cubierta. Todo iba bien hasta que el comandante de uno de los barcos de la escolta, el “William D. Porter” –conocido entre los marinos como el “Willie Dee”– se sumó al simulacro y, además de hacer que sus defensas dispararan contra los globos, ordenó un simulacro de ataque con torpedos contra “naves enemigas”. Como afortunadamente para la seguridad presidencial no había naves enemigas en los alrededores, el comandante del “Willie Dee”, Wilfred Walter, eligió al “Iowa” como blanco, para que Roosevelt pudiera apreciar desde la primera fila la eficacia de su ataque. Quedaba claro que viajar en esa “nave enemiga” no significaba peligro alguno para el presidente, porque los torpedos que se dispararían en el simulacro no llevarían los detonadores de las cargas explosivas, que debían ser oportunamente retirados por los marineros. El desastre casi se produce con el lanzamiento del tercer torpedo de la serie, al que dos marineros, de apellidos Dawson y Fazio, se olvidaron de sacarle el detonador. Se dieron cuenta de inmediato: en tres minutos el torpedo impactaría contra el “Iowa”. Gracias al aviso inmediato, el barco en el que navegaba el presidente giró a tiempo y esquivó el torpedo, que explotó sobre la estela y levantó una enorme columna de agua. Por el giro y el bamboleo, la silla de ruedas tuvo que ser detenida por los custodios para que no cayera al mar con Roosevelt sentado en ella. “Lunes. Demostración de artillería. El Porter nos lanzó un torpedo por error. Lo vi. Falló por mil pies”, dejó anotado el presidente de Estados Unidos en su diario. El plan nazi para matarlos Pasado el mal trago del incidente del fuego amigo, Roosevelt llegó a Teherán sin imaginar que su vida seguía en peligro, esta vez junto con la de los otros dos líderes aliados. No sabía que Hitler había ordenado la preparación de un plan para secuestrarlos o asesinarlos mientras estuvieran allí. El espía albanés Elyesa Bazna, que trabajaba para los nazis y era conocido por el nombre de “Cicerón”(Grosby) “Operación Weitsprung” fue el nombre en clave que recibió el plan que debía llevar a cabo el ejército alemán y la fecha quedó fijada para el primer día de la conferencia, el 28 de noviembre. La persona encargada de organizar el complot fue el jefe de la Gestapo y de la Oficina Central de Seguridad del Reich, Ernst Kaltenbrunner. Para llevar a cabo el complicado operativo, Kaltenbrunner confió el mando de la misión al coronel de origen austríaco, Otto Skorzeny, quien formaba parte de la unidad Friedentahler encargada de las operaciones especiales. La elección de Skorzeny fue aprobada por el propio Hitler, admirado por la capacidad que había mostrado el jefe del comando de las Waffen SS un mes antes, al rescatar al líder fascista Benito Mussolini de su cautiverio en la fortaleza-prisión en el Hotel Campo Imperatore, en el Gran Sasso, el pico más alto de los montes Apeninos. La Operación Weitsprung contaría con la colaboración de un agente alemán, el espía albanés Elyesa Bazna, más conocido por el nombre en clave de “Cicerón”. Su misión consistía en transmitir datos de interés acerca de la reunión que se iba a celebrar en Teherán desde Ankara, la capital de Turquía. La primera información de la existencia de un operativo alemán en curso llegó a Moscú de parte del agente soviético Nikolai Kuznetsov, quien, haciéndose pasar por el oficial de la Wehrmatch Paul Siebert, logró sonsacar información a un oficial de las SS llamado Ulrich Von Ortel, a quien se le había detectado un punto débil: era “charlatán” y “bebedor”. Kuznetsov lo emborrachó y logró que hablara. A partir del dato que aportó por Kuznetsov, en Teherán los soviéticos diseñaron un sistema de seguridad que quedó a cargo de un joven agente llamado Gevórk Vartanián, o Amir, elegido a pesar de tener apenas 19 años. El trabajo dio sus frutos cuando el equipo de Vartanián interceptó una señal radiofónica enviada por una avanzada de seis paracaidistas alemanes que habían sido lanzados cerca de Qom, una ciudad a 60 kilómetros de Teherán. Al decodificar las transmisiones de ese grupo, Vartanián descubrió que estaba planificada la llegada de un segundo grupo, comandado por el jefe de la Operación, Otto Skorzeny, que sería quien llevaría a cabo el atentado contra los tres líderes aliados. Con esa información, los soviéticos comenzaron a preparar un operativo que les permitiera capturar o eliminar a los integrantes del comando de Skorzeny antes de que éste entrara en acción. Otto Skorzeny saluda a Adolf Hitler. Luego de la Segunda Guerra, el encargado de la operación que fracasó en Teherán, aseguró que ambos coincidieron en que aquel plan era imposible de llevar a cabo (Gravestone) No hizo falta llevarlo a cabo, porque uno de los agentes alemanes en Teherán descubrió que estaba siendo vigilado y envió un mensaje cifrado con un código diferente al habitual para informar a sus superiores en Berlín sobre la situación y pedir que se abortara la Operación Weitsprung. “Deliberadamente le dimos a un operador de radio la oportunidad de informar sobre el fracaso de la misión”, informó Vartanián a sus superiores. Aunque sin capturar a los alemanes comandados por Skorzeny, el joven espía y su Brigada Ligera se anotaron el triunfo más importante: localizaron al otro grupo de desembarco enviado por los nazis: seis operadores de radio que viajaban en camello y cargados de armas. Así, los “tres grandes” pudieron reunirse en Teherán sin que sus vidas corrieran riesgo. El golpe planificado por los nazis había quedado en la nada. Debates y decisiones Durante la Conferencia de Teherán, el principal objetivo de los líderes aliados fue acordar los detalles militares de la operación Overlord, nombre en clave de lo que se convertiría poco tiempo después en la batalla de Normandía. Definieron que se realizaría en mayo de 1944 en el sur de Francia, pero que antes era necesario realizar maniobras distractivas para dividir las fuerzas del ejército alemán para que las tropas aliadas que desembarcaran no tuvieran que soportar tanta presión. Acordaron entonces que se abriría un nuevo frente en Italia, entre Pisa y Rímini, donde, según palabras de Churchill, “entretendrían allí a todas las divisiones enemigas que pudieran”. Más allá de esa estrategia militar, Stalin, Roosevelt y Churchill llegaron a otros acuerdos: apoyar a los partisanos yugoslavos que luchaban contra los nazis, la entrada de Turquía en el conflicto y la intención de crear una organización multinacional, el germen de la futura organización de las Naciones Unidas. Gevork Vartanián, fue nombrado "Héroe de la Unión Soviética" en 1984 La reunión también estuvo atravesada por la desconfianza del papel que jugaría la Unión Soviética después de la guerra. Aunque Stalin era aliado, tanto Roosevelt como Churchill se mostraban cautelosos sobre el futuro, especialmente con la situación fronteriza de Polonia, que acabada la guerra podría suponer un nuevo foco de conflicto entre Europa y Moscú. En este sentido, Churchill dejó constancia en sus memorias que tanto él como Roosevelt obraron con diplomacia, porque “no había estado bien que en Teherán las democracias occidentales fundamentaran sus planes en sospechas sobre la actitud rusa a la hora del triunfo y cuando hubieran desaparecido todos los peligros”. El 1 de diciembre los tres líderes dieron por terminada la conferencia con una cena compartida, donde tuvieron un nuevo desacuerdo. Stalin propuso que, después de la segura victoria aliada que acababan de sellar con sus decisiones, era necesario ejecutar entre 50.000 y 100.000 oficiales nazis para que Alemania quedara incapacitada de iniciar una nueva guerra. Roosevelt solo se mostró disconforme con la cifra: “Tal vez con 49.000 sería suficiente”, respondió. En cambio, Churchill reaccionó con indignación: se negó terminantemente a perpetrar “la ejecución a sangre fría de los soldados que lucharon por su país” y dejó en claro que la posición británica era que los criminales de guerra debían ser juzgados.

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