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» Misioneslider
Fecha: 27/11/2024 00:11
Un universo de arte en una verdulería En el corazón de la Ciudad, en Nazca 2121, existe un lugar donde el arte y el oficio se entremezclan. La fachada podría engañar a cualquier observador desprevenido: parece una verdulería común, con frutas y verduras apiladas y frescas. Pero es solo la primera impresión, ya que luego se despliega un universo completamente distinto, en el que aparecen inmensos colosos de hierro. La historia de Darío Lepera Dario Lepera, el hombre detrás del mostrador, tiene 51 años y una historia que, como sus obras de metal, está forjada en la constancia y el sacrificio. Es la tercera generación de verduleros y lleva más de tres décadas en el negocio, pero en los últimos años, la verdulería se ha convertido en algo mucho más que eso. El taller artesanal de Darío Al pasar la puerta del fondo, cualquier curioso se encuentra con un taller artesanal donde la chispa del soldador ilumina esculturas imponentes, hechas de piezas y restos de autos recolectadas de la calle o regaladas por amigos y talleres cercanos. Más allá, aún en el tercer ambiente de este «templo», se descubre una habitación colmada de cuadros y esculturas, cada uno como una pequeña ventana al alma de Darío. El proceso creativo de Darío «Acá es mi centro de elaboración», dice con una sonrisa, mientras señala una de sus esculturas más queridas y la primera que se animó a hacer: un camión con un tanque atmosférico, hecho con un matafuegos y caños que encontró por el camino. «Empecé hace dos años viendo a un amigo que hacía arte en metal, y ahí supe que también podía hacerlo. Me compré una soldadora, aunque al principio no entendía nada y veía como salía chispa por todos lados», recuerda. Pero para Darío, la vida ha sido prueba y error desde siempre, y el taller pronto se convirtió en un refugio donde volcar su creatividad. Con una soldadora y una mesa que antes eran tres cajones de frutas apilados, comenzó a trabajar cada noche. La pasión por el arte de Darío A las ocho, cuando cierra la verdulería, Darío empieza una segunda jornada de trabajo que puede durar hasta la madrugada. Cada una de sus piezas tiene un proceso laborioso, donde limpia, pule y suelda metales hasta lograr obras que parecen cobrar vida. Nunca necesita de bocetos; «yo dibujo en el aire», asegura. Hay noches en las que la inspiración lo lleva hasta las cinco de la mañana, y sin siquiera dormir, se va directo al Mercado Central. El renacer artístico de Darío «Me rechazaron por no estudiar. Me bloqueé y dejé de pintar», cuenta con una mirada de tristeza. Sin embargo, hace unos años, cuando uno de sus hijos enfermó gravemente, volvió al arte como una forma de catarsis. Aunque al principio sus cuadros eran oscuros y tristes, acumuló más de 150 sin siquiera mostrarlos. «Lo hacía como una descarga; el arte siempre fue mi refugio». El reconocimiento de Darío Fue la insistencia de amigos y familiares la que lo llevó finalmente a exponer algunas piezas. Al mostrar sus esculturas al público, Darío descubrió que su trabajo tenía un valor. Ingresó a un grupo de artistas de metal y hoy sus obras participan en diversas exposiciones. De hecho, el 30 de noviembre (hasta el 1° de diciembre) expondrá con Quinto Elemento en una casa de arte llamada 8 IMPAR, ubicada en Lobos, en el marco del cierre del calendario de Polo. “Tengo más de 15 diplomas”, dice, casi con incredulidad, consciente de que su talento ha superado las barreras de la formación académica. El legado artístico de Darío Entre las frutas y verduras, Darío sigue creando y explorando. Su taller es su refugio, y el arte, su salvación. Desde ese pequeño universo en Nazca 2121, muestra que la pasión y el esfuerzo, cuando se mezclan, pueden transformar una vida normal en una obra extraordinaria.
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