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  • Los novelistas muertos

    » Diario Cordoba

    Fecha: 26/11/2024 02:28

    Nos cuesta disociar el carpe diem de aquella película que nos empalagaba con la tradición de los «Colleges», los versos de Walt Whitman, los trofeos bollados por el orín y los daguerrotipos en sepia que se hermanan con la calavera de las ermitas. Frente al Club de los Poetas muertos, Pablo Carbonell se arrimó a la irreverencia ochentera para muletear el Cossio en territorio zombi. Los Toreros muertos saludaban con un cubata la inmortalidad grana y oro del redondel. Ahora les toca a los novelistas muertos, aunque -y el espóiler casa mal con la narrativa- aquí nos topemos con los gatillazos. A Javier Cercas lo mataron hace tiempo. De ser cierta esa noticia, el autor de Soldados de Salamina no habría leído este fin de semana el discurso de aceptación de su ingreso como nuevo miembro de la Real Academia Española de la Lengua. El pasado 14 de noviembre el fallecido fue Fernando Aramburu, quizá una venganza póstuma de quienes salieron feamente retratados en Patria, incómodos por la derrota de ese aquelarre estéril que amadrinó la serpiente etarra. Para gozo de los lectores, Aramburu está vivo, aunque ya ha confesado su propensión a retirarse como los elfos de este tránsito mundo, asqueado ante la chulesca propagación de la desinformación. Lo realmente preocupante es que el bulo de la muerte de Aramburu lo difundiera la agencia Efe, que en España y en gran medida Iberoamérica ha venido a ser la palabra de Dios de los teletipos, igual que lo era la credibilidad del Ministerio del Interior hasta la política atribución de los atentados del 11-M. La dirección de esta agencia ha entonado el mea culpa, quizá sin llegar a emular a Escarlata O’Hara jurando que nunca más se la van a jugar. Es cierto que el contraste de la información es una titánica lucha contra la tergiversación, con una redes sociales indisimuladamente orientadas a la captación del poder por unos pocos. En tiempos de posverdades, patrañas y postureos, la falsedad es otra opción del casillero, tan legítima para amigarse con el relato y acomplejar la rectitud de los hechos. En los bulos se ha avivado la veda de los novelistas muertos. Y no se trata de una pieza menor, porque la literatura sublima la realidad de una manera que nunca alcanzará ni la más refinada de las mentiras. En este mundo saturado de algoritmos, los cronistas se convertirán en micólogos de lo acontecido, obligándose a distinguir como las setas las comestibles y las venenosas. Que vivan, pues, los novelistas muertos.

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