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» Diario Cordoba
Fecha: 22/11/2024 11:56
Hace muchos años, se contaba un chiste muy malo sobre el gentilicio de los naturales de Lucena, que no eran lucentinos sino extraterrestres. Porque en Lucena todo el mundo tenía una nave. Ya les he advertido que el chiste era manifiestamente mejorable, aunque retratase el carácter industrioso de quienes fueron capaces de levantar uno de los pocos lugares de Andalucía con pleno empleo técnico. La Suiza del Sur, que llamaban al fenómeno. Así como no hay París sin Torre Eiffel, ni Bruselas sin Atomium, el icono pop y contracultural de esa Lucena emprendedora era la enorme silla que se enseñoreaba sobre los veintipico metros de altura ante los perplejos conductores. El artefacto, un auténtico hito de lo kitsch, ha acabado incomprensiblemente entregado a la picota sin que haya un historiador del arte o un instituto cultural que proponga su protección como el bien de interés artístico que siempre hemos apreciado los amantes del satanismo arquitectónico. Otra pena para los que considerábamos las viejas oficinas de Calmante Vitaminado, las que se cepillaron los rumanos, como una obra cumbre en su género. Otros artículos de Rafael Ruiz No ni na Maíllo No ni na Alfaros No ni na En plan Ha contado aquí nuestro padrino, Rafael Verdú, que una nueva empresa adquirió las oficinas de la firma de mobiliario que levantó la sillaca hace un cuarto de siglo sin que haya habido forma de que alguien diese un paso adelante para darle la consideración histórico-artística que merecía. De hecho, no se entiende que un pueblo tan racial como el lucentino, apegado a sus iconos, no haya dado un paso adelante para asegurarse el factor diferencial. Se imaginaba uno en su ingenuidad que alguien levantaría el orgullo patrio en defensa de esa silla gigante. Que no molino, Sancho. El Estado español, sirva como ejemplo, se tuvo que comer los toros de Osborne diseñados por Manuel Prieto, cuando ya estaba en marcha la orden de desmontaje por incompatibilidad manifiesta con la seguridad vial. Lo hizo posible una carísima campaña lobista que tuvo detrás a altos cargos de Felipe González para salvaguardar los intereses empresariales y que llegó a plasmarse en una singular sentencia del Supremo. Pero aquí no hay interés por la estética, ni por los poemas visuales, ni por el arte que sale en la segunda cadena. Tanto C3A y tanto colectivo artístico en nómina, y no advertimos que la belleza se encuentra en las rotondas, en los polígonos industriales y en los bares de carretera, donde no llegan las subvenciones culturetas de la mano tonta. Y nadie va a protestar al Pleno, aunque sea, para la defensa de la verdad, las buenas costumbres y las sillas monumentales. Y así no hay manera, señora. *Periodista Suscríbete para seguir leyendo
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