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  • Elogio de las librerías

    » Diario Cordoba

    Fecha: 19/11/2024 17:27

    En otra vida yo hubiera sido librera. Como los cocineros expertos en pasteles, habría sufrido atracones al tener la tentación al alcance de la mano, pero con el tiempo, aprendería a dosificar la lectura y a no dejarme los ojos cada noche entre las páginas. Aun así, como en Florencia, hubiera sufrido el síndrome de Stendhal, seguro. Pasearía los dedos por las estanterías, casi borracha de emoción, sin saber dónde pararme, qué elegir. Adornaría mi librería como si fuera una clase de primaria. Celebraría el otoño, la Navidad, la primavera. Organizaría presentaciones de autores a las que siempre iríamos los mismos (padres, hermanos, algún compañero de trabajo, los amigos), y quizá luego serviría vino y queso, como si estuviéramos en familia. Convocaría concursos de cuentos. Invitaría a escritores e ilustradores, pero sobre todo, sería feliz recomendando libros, dejándome recomendar por los lectores, como un médico de cabecera, siempre aprendiendo. Perdería tardes buceando en la maravilla de los libros infantiles. Cómo pueden algunos no leer con las joyas que publican cada día si nosotros aprendimos en libros que tenían de atractivo solo el interior, y no a menudo. La niña golosa que vive en mí desplegaría solapas, buscaría a Wally, saldría de laberintos y volvería a navegar por la mitología que aprendió en un único capítulo de aquella enciclopedia marrón que se llamaba El mundo de los niños. En abril y mayo sacaría los libros a la calle, los llevaría a institutos y colegios, viviría rodeada de cajas y alergia al polen, de feria en feria. Seguramente tendría pérdidas económicas, o sería difícil cuadrar a fin de mes. O vadearía los trimestres a costa de vender otra cosa que no fueran libros, aunque me sería difícil desprenderme del olor de las gomas de Milán y resistirme al de madera de lápiz, magdalenas de Proust de mi infancia. Aun así, a pesar de las dificultades, que deben de ser muchas, en otra vida, si fuera posible, sería librera. Por eso, siento como mío el Día de las librerías, que se celebró el once de noviembre. Porque si tuviera otra vida paralela, trataría de comportarme como mis libreros de cabecera, de estar al día, de aconsejar, de no ceder ante el desánimo. Procuraría recibir a los clientes con la dedicación, el cariño y el entusiasmo con que me reciben. Abriría a diario una puerta para escapar o enfrentar una realidad cada vez más estrecha, más oscura, más irreal y falsa. E intentaría no sentirme una isla, sino que procuraría levantar un refugio para náufragos.

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