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    » El litoral Corrientes

    Fecha: 17/11/2024 08:41

    Javier Milei nunca imaginó que su gobierno llegaría acorazado por una maraña de fuerzas fácticas al final de su primer año como jefe del Estado al que dice odiar. Plagado de contradicciones como, justamente, ser la cabeza de la organización que su ideología demoniza, logró tomar decisiones y consumarlas sobre una superficie que parecía ser un campo minado por sus opositores, pero que terminó siendo una pista de ensayos para el ejercicio de gobierno libertario más revolucionario del que se tenga recuerdo. Está como antecedente la experiencia brevísima de Liz Truss en Gran Bretaña, pero con un resultado fatal. De allí que el adjetivo “revolucionario” no le quede grande a la faena de Milei al frente de un país que, hasta su llegada, jamás había osado abandonar el principio de solidaridad garantizada por su ordenamiento jurídico a partir de una premisa que ahora se ve restringida: la naturaleza reguladora del Estado como contrapeso de los capitales concentrados y garante de los resortes igualadores que emanan de la Constitución Nacional. La Argentina tuvo gobiernos de derecha, dictatoriales, aristocráticos, liberales, populistas y neoliberales, pero nunca esto. Pasó en su momento por la democracia ficcional de la década infame, sufrió años de plomo sangrientos en los 70 y atravesó el latrocinio institucionalizado bajo formas democráticas que instauró el kirchnerismo, pero -hasta ahora- nadie se había atrevido a desacoplar la locomotora del Estado de un convoy donde lo suficiente y lo necesario solo está asegurado para las clases acomodadas de un empresariado definido como heroico. La sistemática desregulación que el gobierno aplica en cada célula del aparato estatal desactiva funciones que en otros tiempos se consideraban vacas sagradas de la política institucional. ¿Quién iba a decir, hasta hace solo un año atrás, que las obras públicas debían cesar? ¿En qué cabeza cabía la idea de interrumpirlas por completo, sobre la hipótesis de que no son necesarias para dinamizar la economía? Solo en el esquema anarcocapitalista de Milei cabía esa posibilidad como una herramienta de dominación económica que, al menos desde su perspectiva, se aplicó exitosamente. Hoy miles de kilómetros de autopistas se hallan paralizados y centenares de familias perdieron la posibilidad del techo propio a través del ya extinto Procrear, del mismo modo que miles de trabajadores de la construcción debieron bajar sus expectativas para insertarse en la obra privada o reconvertirse como jardineros, vendedores callejeros o repartidores de Pedidos Ya. También, una cantidad indeterminada de vidas humanas se ha perdido en las rutas inconclusas o en los pavimentos urbanos, producto del meteórico aumento de la siniestralidad, de la pauperización social y de la superpoblación de motitos de baja cilindrada. Pero lo importante es que los números cierran. El Estado ya no genera déficit gracias a que dejó de sostener comedores para niños pobres y de aportar lo que por ley les corresponde a las escuelas técnicas. El riesgo país desciende, el dólar se mantiene calmo, el tipo de cambio se estabiliza en un equilibrio controlado por el cepo y (por supuesto, el gran logro prometido en campaña) la inflación baja. El último registro de 2.7 fue una nueva dosis de vitamina política para el presidente, quien transita su momentum. El índice de precios con tendencia a la baja, el triunfo de Donald Trump, la docilidad de los legisladores que se hacen pis en los boxers cuando reciben un llamado de la hermana Karina o de Martín Menem, la posibilidad de que al final de cuentas el ajuste salvaje salga bien hasta los extremos de reformular el Estado sin efectores públicos y sin el imperio del artículo 14 Bis de la Constitución, completa un escenario idílico para el “Javo”, que ya logró la foto con el hombre más poderoso del planeta. ¿Trump? No. Elon Musk, el genio de las finanzas que introduce autos eléctricos con el sofisma de que son “limpios” mientras viaja al espacio e instala un sistema de internet satelital que multiplica hasta el infinito el panóptico de Foucault. Con una representación parlamentaria tísica, a golpe de decreto y con los pechazos gallináceos del que corre con la vaina, Javier Milei no solo sobrevivió a los pronósticos de una tempranera abdicación, sino que dio vuelta el país como una media. De pronto es más conveniente alquilar que comprar una casa propia y es mejor ser dueño del tiempo propio para emprender en soledad antes que un empleo con sueldo semiesclavo. ¿Y la gente? Aguanta, dicen los analistas más reconocidos en la metrópolis porteña. Digamos que sí, que la gente aguanta este cambio tan repentino. Un colega muy querido dijo que la sociedad observa anestesiada cómo se pulverizan sus antiguos derechos sociales mientras la corrección política del viejo progresismo es reemplazada por una derecha joven, vigorosa y rebelde, aglutinada en torno de la palabra libertad sin comprender quizás que tal vocablo, según la ocasión, puede adquirir sentido negativo. “Son libres de morirse”, dijo alguna vez Milei cuando era candidato presidencial, al ser preguntado sobre la suerte de los débiles. Pero el suicidio está penado por las religiones, así como el aborto es condenado por los propios libertarios. Entonces, ¿hasta dónde llega el concepto de libertad? No es tan fácil de definir. ¿Era libre el kirchnerismo de adjudicar a Lázaro Báez obras que nunca se terminaron para recibir presuntos retornos y enriquecerse descaradamente? Desde luego que no. ¿Es libre el actual gobierno de despojar a la ex presidente Cristina Fernández de su jubilación porque fue condenada? Tampoco. La única razón por la cual un ex funcionario podría perder el beneficio previsional es mediante juicio político con posterior destitución por mal desempeño, un vía crucis por el cual la hoy presidenta del Partido Justicialista y máxima contrafigura de Milei, sencillamente, nunca pasó. La libertad, como todo en la vida, tiene límites que deberían ser respetados en nombre de la convivencia pacífica, pues quien eleva a niveles irreversibles la crueldad de los castigos abre un portal hacia las insondables dimensiones de la venganza que, en el futuro, podría volver como un bumerang afilado con efectos devastadores no sólo perjudiciales para el bando derrotado sino para todos los componentes del cuerpo social. Hoy las fuerzas fácticas que consolidan las bases de sustentación de La Libertad Avanza confieren una sensación de poder infinito. Pero no siempre será de ese modo. Hay que remitirse a los ejemplos de la historia, cuando en nombre de la libertad la comunidad de Berlín salió a derrumbar el muro. Caía el comunismo y no como consecuencia de las armas o las conspiraciones de la Guerra Fría, sino debido al afán incontenible de un pueblo que deseaba beber Coca Cola y comer McDonalds. La libertad positiva que ofrecía el estilo de vida de Estados Unidos, gran ganador de aquel conflicto solapado que durante años mantuvo al mundo en vilo, había doblegado al régimen soviético por una sola razón troncal: la gente quería ejercer su libre voluntad a través del consumo en el mercado pletórico de bienes. De pronto, eran importantes frivolidades como el último modelo de Volkswagen y ese sofá acolchado que aparecía en las películas occidentales. En la Argentina de hoy se declama la palabra libertad y se ufana el gobierno de haberla conseguido mediante una importante reducción inflacionaria, pero más de la mitad de los argentinos no puede ejercer la libertad de consumo porque los precios quedaron en la estratósfera y los ingresos en el subsuelo. Y sin poder adquisitivo la libertad se torna negativa, capaz de envilecer los ánimos y conducir la voluntad de las masas hacia caminos inesperados. El presidente que viaja al imperio norteamericano para alinearse con su admirado Trump tiene, a estas alturas de su éxtasis, la oportunidad de mantener los pies en la tierra para no perder de vista una realidad que su corte de streamers disimula y edulcora. En esa otra cara de la Argentina libertaria hay pobres resignados a la miseria que buscan sobrevivir influidos por un mensaje de salvación individual. Pero la resignación es un sentimiento temporal. Todo aquel toca fondo tiende a subir para satisfacer sus necesidades esenciales a como dé lugar, con todos los instrumentos disponibles. Así como los berlineses derrumbaron el muro para comprarse una hamburguesa en busca del estado de bienestar alcanzado por el sistema capitalista, los postergados de la Argentina podrían cruzar, llegado el momento, su propio muro.

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