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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 15/11/2024 04:46
Se despertó contento aquella mañana del domingo 15 de noviembre de 1992, pensando en escuchar por radio el partido que su amado Estudiantes de La Plata jugaría por la tarde con Independiente en Avellaneda. Ricardo Barreda le tenía fe al equipo de sus amores que dirigía el uruguayo Luis Garisto. Y no se equivocó con su optimismo porque El Pincha terminó ganando por 1 a 0 con gol del uruguayo Alejandro Larrea Marsol. Pero sucedió algo imprevisto, los planes de toda la familia para esa jornada de descanso terminaron a los tiros, y el hecho pasó a ser uno de los crímenes más espeluznantes de la Argentina. El odontólogo dedicaba los fines de semana para descansar y hacer otras tareas totalmente diferentes a las profesionales como dentista. Ese día en particular caminaba tijera en mano para podar un poco la parra en el patio. Ya había plumereado parte del techo de la casona de calle 48 entre 11 y 12 porque le daba fastidio que se acumularan telarañas e insectos. Pero se cruzó en su camino su hija Cecilia de por entonces 26 años, la mayor y además colega. A la joven no se le ocurrió mejor cosa que observarlo de arriba abajo e intentar una broma, quizás: “Parece que Conchita –mote peyorativo con el que según él lo clasificaban su propia familia tal como lo confió ante la justicia- se levantó temprano y se puso a trabajar”. Todo terminó de la peor manera. Su padre se detuvo de inmediato y volvió sobre sí mismo para cambiar de destino. Entró a su cuarto y cambió de elemento. Dejó la tijera y tomó una escopeta Víctor Sarasqueta calibre 16 que le había obsequiado su suegra. Sin dudarlo la sostuvo con sus dos manos y empezó a caminar por el amplio pasillo que llevaba al living. La primera en aparecer en su camino fue Gladys Mac Donald, su mujer y la remató con dos disparos. Luego continuó con Cecilia a quien ejecutó de tres tiros. Cuando asomó Adriana, su hija preferida, fue alcanzada con dos más. Espantada por los estruendos se acercó corriendo y en camisón su suegra, Elena Arreche y con ella tampoco le tembló el pulso para finalizar la masacre. Su casa era un baño de sangre, pero su mente determinó que su tarea había terminado y salió a la calle como si nada. Pensó que lo mejor que podía hacer era encontrarse con una de sus amantes, conocida cariñosamente como Pirucha (Guastavino), pitonisa local que ese día lo evitó no se sabe por qué motivo. Pero Barreda no se amilanó y siguió camino para encontrarse con otra, Nilda Bono. Juntos fueron a un hotel alojamiento platense, tuvieron sexo, y el hombre regresó a su vivienda pasada la una de la madrugada. El escenario era dantesco, aparecían los primeros olores y entonces se apuró a llamar a la policía argumentando que las habían matado en el lapso que él dejó el hogar familiar. Para los investigadores de entrada sus explicaciones y la abundancia de detalles que aportaba resultaron sospechosos. Pero no hizo falta ahondar demasiado porque dos días después, acorralado, terminó admitiendo que había sido el autor de los homicidios. En el juicio oral se ventiló gran parte del día a día y la intimidad de la familia. Barreda se defendió como pudo dando las explicaciones mencionadas donde se mostró como una víctima del maltrato que su esposa, sus hijas y su suegra ejercían sobre él, como si eso fuera cierto justificara la decisión de eliminarlas. Un episodio singular generó el momento más traumático del debate. Ocurrió cuando los integrantes del tribunal que lo juzgó –Sala I de la Cámara Penal integrada por los jueces Carlos Hortel, Pedro Soria y María Clelia Rosentock- les preguntaron a forenses y peritos que intervinieron en la autopsia y prestaron declaración testimonial, qué fue lo que más les llamó la atención relacionado con el múltiple asesinato. Y de acuerdo con la palabra del doctor Horacio González Amaya, abogado de las víctimas, presente en cada jornada, los expertos coincidieron en detallar que fueron los magullones en los muslos de las hijas, aclarando que no pudieron haberse producido por golpes y tampoco cuando cayeron al piso luego de que las baleara. González además abundó en más detalles sorprendentes relatando que los especialistas que manifestaron también hallaron “una sustancia –fosfatasa ácida prostática, una enzima que aparece en el semen- en la vagina de las chicas”. Ante eso Barreda interrumpió: “¿En cuál de las dos?” Y recibió como respuesta fulminante: “En las dos”. No fue todo, el reconocido perito psicológico Elio Linares, quien más dialogó con el homicida por su trabajo profesional, estaba convencido de que Barreda penetró a sus hijas luego de matarlas. Y en una charla con la revista Noticias detalló: “Recuerdo claramente que Ricardo Barreda me preguntó: ‘¿Pero había semen?’”. Pese a testimonios y evidencias, el homicida siempre negó haber cometido semejante atrocidad. Solía responder con fastidio cuando le preguntaban si recordaba a sus hijas. “Es muy difícil para mí por todo lo que sucedió. Prefiero no hablar de eso”, repetía cortando cualquier tipo de repregunta. Gentileza revista Gente 162 El odontólogo terminó condenado en 1995 a prisión perpetua por los delitos de “homicidio calificado por el vínculo –tres hechos- y homicidio simple, todos en concurso real”, ya que entonces no existía la figura de femicidio. Ya antes de 2006, cuando cumplió 70 años, Barreda venía pensando cómo solicitar el beneficio del arresto domiciliario. Pero tenía un problema, como había matado a toda su familia no podía establecer un domicilio y alguien responsable que le brindara refugio. No se sabe si fue casual o intencional, pero empezó a saludar y dialogar con una mujer, docente de profesión, que cada tanto iba de visita a la cárcel a ver a un pariente. Se llamaba Berta André y también dedicaba un tiempo para charlar con él antes de retirarse. Así entablaron una relación que terminó en romance, y en 2008 le otorgaron la domiciliaria. Entonces Barreda salió en libertad de la prisión de Gorina en La Plata y pasó a residir en el barrio de Belgrano con su enamorada. Al principio pareció que el vínculo funcionaba, pero con el tiempo él empezó a maltratarla. La llamaba “Chochan” de manera despectiva, y con el tiempo ella empezó a padecer trastornos psicológicos. Tanto que en 2014 le revocaron el beneficio y ordenaron volver a detenerlo en la cárcel de Olmos por resolución del juez Raúl Dalto, que calificó de peligrosa la relación y no se equivocó ya que la mujer falleció en 2015 sumida en una profunda depresión. Barreda se desesperó, se había acostumbrado a la buena vida. Pero tuvo la suerte de que a fin de ese año la justicia determinó que había cumplido su condena. Luego de salir en libertad anduvo por varios lugares y se refugió en un hospital de General Pacheco hasta que lo terminaron echando porque fingía alguna que otra enfermedad para quedarse allí. El último tiempo se instaló en San Martín, primero en el Hotel España, ubicado en el Boulevard 25 de Mayo a metros de la transitada peatonal Belgrano. Allí se reunía en un bar cercano a la estación con amigos que había hecho, algunos de la barra de Chacarita. La cruz que cubre la tumba de Barreda en José C. Paz En sus últimos y difíciles años, Barreda solo recibía la visita de su biógrafo, el periodista y actor Pablo Martí, quien además de conservar celosamente copia del expediente completo y haber hablado con familiares y algunas de sus parejas, dispone de horas y horas de charla con confesiones del odontólogo asesino, esperando convertirla muy pronto en una controvertida serie para cualquier plataforma de streaming. En agosto de 2019 Barreda se descompuso y se salvó de milagro porque el encargado del hotel llamó de inmediato al servicio de emergencia. Lo internaron en el Hospital Interzonal General de Agudos Eva Perón donde le salvaron la vida. Allí diagnosticaron que padecía una severa neumonía, y deterioro cognitivo con pérdida de memoria. Tardó en que le dieran el alta para alojarlo en marzo de 2020, justo antes de que se desatara la pandemia del coronavirus, en la residencia geriátrica Del Rosario en José C. Paz donde murió el 25 de mayo. Fue enterrado en el cementerio local con una cruz que reza: “Ricardo Alberto Barreda: 16-06-1935/25-05-2020 “arrepentido de mis pecados cometidos”.
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