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» Diario Cordoba
Fecha: 13/11/2024 10:36
Quizá si estos días preguntásemos al puentecito de San Rafael dónde está Julio Romero, lo tendría difícil. Este otoño está por todas partes. La pequeña construcción, camino del cementerio, que salvaba el arroyo de las Piedras y bajo la cual, cuentan las crónicas, se albergaba algún que otro inquilino, ya se fue. Pero perdura en la copla de Perelló y Monreal junto a la pregunta. Y es que Julio permanece. Como la materia, ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Y, como el conocimiento, se actualiza y enriquece conforme al paso del tiempo. Julio vivió en una época de tertulias, vida social y relaciones propiciadas por cambios históricos e intelectuales. No es de extrañar que en un mundo en similares circunstancias como el actual el diálogo siga siendo un motor propicio para la mejor comprensión de su vida y su proyección artística. Dice la copla que vive. Y efectivamente, Julio está estos días más presente que nunca. Antonio Machado ya le dedicaba los amaneceres de otoño «cuando la tierra está mojada por las gotas de rocío y la alameda dorada hacia la curva del río» mientras su hermano Manuel recordaba «los nombres de menta y de ilusión de sus mujeres, que todos conocemos y nadie las conoce». Y sabemos que al menos el día de su cumpleaños estuvo muy cerquita de La Corredera, donde situó a tres Rafaeles: Guerra («Guerrita»), Molina («Lagartijo») y al Custodio sirviendo de fondo a la figura de un cuarto -González- «Machaquito». Dejó caer su memoria hacia la tarde noche en la librería «La inaudita» de la forma en que solo él sabía hacerlo: a través de la mirada de 97 cordobesas y 27 cordobeses que han recreado fotográficamente, en un libro - Mírame- su mundo y sus obras desde una visión contemporánea. Con la colaboración de la UCO y Xibarit más Federico Castro al prólogo, Álvaro Bermejo ha puesto los textos y Joseba Urretavizcaya las imágenes para hablar de cuerpos y máscaras, recoger las lágrimas de Eros o la mirada de Medusa - amén de evocar magias y sortilegios- llegar a la Eva futura y recordar que Córdoba es un nombre de mujer. Nada como las palabras iniciales de Stephane Bigham : «En nuestro espacio terrestre somos nosotros quienes miramos el cuadro, pero en el espacio celeste, sobre el cual el icono abre una ventana, somos nosotros el objeto de la mirada» Y la mirada es uno de los caminos que propician los diálogos más profundos. Los que nos llevan a su casa cordobesa, donde contrapone iconografías y lenguajes con Ouka Lele , Marina Abramovic, Juan Gris o Paul Devaux. A la Sala Vimcorsa, donde retoma conversaciones con Zuloaga, que junto con Sorolla es uno de sus contertulios habituales. O a su infinito universo femenino en el Museo de Bellas Artes, a través de biografías, retratos, versos, sentidas dedicatorias e incluso algunos ojos verdes de mirada lánguida o algún reproche, mientras en el Archivo Histórico Provincial transita del XIX al XX de la mano de Pastora Imperio, Carmen de Burgos, Raquel Meller o la bella Otero además del Flamenco el Teatro y el Cine. El arte de conversar le viene de antiguo. Lo ha hecho ya en varias ocasiones, con otros creadores y en otras muestras. Incluso pueden encontrarse sus ecos, al otro lado del río, en los onirismos de zapato, sombrero y guitarra de Mercedes Azpilicueta. O quepa pensar en Romero como un palíndromo silábico, de los de Alegría y Piñero, que se puede oler en la Fundación Botí, donde está prohibido no tocar para «ver» al tacto las obras de Julio. Y quien sabe si el día 9, cuando todas esas sedes cerraron sus puertas, los presentes en sus cuadros cobraron vida para celebrar entre ellos el aniversario. Desde que Ben Stiller y Shawn Levy hacen cine, de noche, en los museos, pasan cosas muy extrañas. *Periodista
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