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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 11/11/2024 04:51
El efecto de desinhibición en línea se divide en formas benignas y tóxicas, influenciado por anonimato e invisibilidad Cuarta Revolución Industrial. Psicología de Internet, una de sus consecuencias No podemos imaginar el mundo sin Internet. Esta situación, que se nos presenta como una evidencia, es uno de los emergentes de la denominada Cuarta Revolución Industrial. En la segunda década del siglo XXI, la mayoría de la población mundial (58 %) utiliza Internet y el uso de las redes sociales se ha convertido en una forma primaria de comunicación e intercambio de información. Así, las interacciones sociales, la comunicación y los patrones de comportamiento se están transformando en casi todos los aspectos de la vida, inclusive, por supuesto, en la dinámica política. Como consecuencia de esta transformación, las estructuras jerárquicas tradicionales se han aplanado, y ha aumentado la capacidad para construir tanto redes personales y profesionales como ideológicas y políticas. El uso extendido de dispositivos móviles permite descentralizar las redes de comunicación y facilita la formación de grupos de personas no relacionadas de forma presencial en cuestión de segundos. Ya ha sucedido, por ejemplo, con el rápido crecimiento de movimientos sociales como la Primavera Árabe, el Movimiento de los Indignados (15-M), el #MeToo y diferentes manifestaciones políticas y de protesta social tanto a nivel local como regional, o con el papel decisivo que han jugado en los procesos electorales de distintos países -Estados Unidos, Reino Unido, etc.-. Nadie ni nada es ajeno a esta nueva dinámica social y política, mediada por la revolución tecnológica. Este cambio paradigmático dio nacimiento, entre muchas otras cosas, a la denominada Psicología de Internet; una disciplina joven, que forma parte de un dominio más amplio, la ciberpsicología, cuyo objeto de estudio son las variables psicológicas que median la relación entre las personas y la tecnología, y que analiza de qué modo influye en las conductas y en los procesos psicológicos el estar en interacción con los entornos virtuales, cómo difiere el comportamiento de las personas cuando están online y cuáles son las variables psicológicas vinculadas a estas diferencias (Castro Solano A. et al., 2024). Internet creó lo que describimos como espacio digital, mundo virtual, ciberespacio, y más cerca en el tiempo el denominado metaverso, un mundo alternativo que tiene sus propias reglas y es muy distinto del mundo real o mundo offline. Esta es una primera disociación que trajo la tecnología y dio lugar a lo que podríamos considerar una nueva realidad de las personas, aunque sus conductas tienen consecuencias en ambas esferas. Se pregunta oportunamente Castro Solano (2024) “… ¿Yo soy el mismo en el mundo offline que en el online? ¿Me comporto del mismo modo? ¿Muestro mi intimidad de la misma manera? ¿Tengo vínculos solo en el mundo online que no traspasan al mundo offline? ¿Revelo información? ¿Esta información que autorrevelo es verdadera o falsa? Cuando las personas están online, sienten que están ingresando a un “lugar” lleno de significado y de propósito. En un nivel psicológico profundo, la gente percibe sus computadoras y el ciberespacio como una extensión de sus mentes y de sus personalidades, y reflejan allí sus gustos, actitudes, ideas políticas e intereses. Desde un punto de vista psicodinámico, este ciberespacio puede convertirse en un “espacio transicional”, en el sentido de que es una extensión del mundo interno del individuo. Internet, al ofrecer un entorno multimedia interactivo, ha acelerado este proceso, convirtiendo al ciberespacio en un espacio psicológico humano y social que trasciende los medios tradicionales…” (Barak, 2008, Castro Solano A., 2024). Está demostrado que cuando las personas interactúan en el mundo virtual o digital se sienten menos restringidas, con menos inhibiciones, dicen y hacen cosas que normalmente no harían en su vida cotidiana offline. Este fenómeno comenzó a estudiarse en los primeros entornos virtuales y los autores lo denominaron efecto de desinhibición (Suler, 2004). A pesar de que la Internet de hoy usa más claves visuales y la comunicación sucede en tiempo real, este efecto de desinhibición se mantiene toda vez que haya anonimato e invisibilidad. Según Suler (2004, 2016), podemos identificar dos formas de desinhibición: la benigna y la tóxica. La desinhibición benigna se refiere a la capacidad de las personas para expresar temores, deseos o emociones que nunca revelarían o comunicarían cara a cara. Puede incluir el desarrollo personal, la resolución de conflictos interpersonales, la exploración de nuevas dimensiones emocionales o identitarias, la generosidad y el apoyo emocional. Puede ser una forma de catarsis que permita explorar aspectos desconocidos de la propia identidad. Por su parte, la desinhibición tóxica se manifiesta cuando las personas se autorrestringen menos y actúan de manera distinta a como lo harían fuera de la pantalla, con violencia, discriminando, injuriando, buscando, -y festejando- el daño al otro, etc. (muy propio en la actuación política digital actual, en especial con trolls y haters, y sus mandantes). Este tipo de desinhibición puede estar relacionada con cuestiones personales psicológicas no resueltas y constituye una conducta sumamente desadaptativa. El anonimato, la invisibilidad y la asincronicidad son tres causas del efecto de desinhibición. El anonimato y la invisibilidad brindan a trolls y haters la sensación de inmunidad e impunidad, y les permiten no asumir la responsabilidad de sus acciones, al estar protegidos por el velo de la identidad virtual. Además, la asincronicidad hace posible que no tengan que enfrentar de manera inmediata las respuestas emocionales que podrían surgir de lo que se dice o se hace online (Suler, 2004). Sumemos a este escenario la denominada disociación, que se produce cuando las acciones realizadas en línea se perciben como separadas de la realidad, lo que crea la ilusión de que existen dos mundos completamente distintos -aunque sabemos que hoy su interrelación es íntima, en especial en las consecuencias dañosas-. En algunos casos, las personas pueden llegar a creer que lo que hacen en el mundo virtual no tiene ninguna conexión con sus acciones en el mundo real. Una conducta típica de esta inhibición tóxica desadaptativa -muy común dentro del sistema político actual, como se dijera- es el comportamiento de trolls y haters. Los trolls generan caos mediante comentarios provocativos, mientras que los haters dedican su energía a atacar a individuos o grupos específicos con el objetivo principal y excluyente de desacreditar y, así, polarizar. Más allá de que tanto unos como otros se enmarcan dentro de las denominadas conductas antisociales online, se puede diferenciar que el hater expresa comentarios negativos de odio hacia los demás, mientras que el troll utiliza comentarios provocativos, insultos y contenido ofensivo con el objeto de llamar la atención y perturbar a una comunidad, grupo o individuo (Lupano Perugini M. L., 2024). Tanto trolls como haters actúan de manera anónima o bajo perfiles falsos para poder evitar las consecuencias de sus acciones. El hecho de permanecer en el anonimato y la falta de coherencia en sus actos hacen que esta conducta en línea se distinga de otros comportamientos online agresivos, como el ciberbullying, donde el actor de la agresión está identificado en la mayoría de los casos. Igualmente, las acciones de trolls como de haters pueden provocar en sus víctimas consecuencias psicológicas tan indeseables y graves -hasta irreversibles-, como en el caso del ciberbullying. Las acciones de trolls y haters no solo buscan provocar reacciones emocionales, sino que también tienen la intención de desestabilizar el discurso y debate público, el quehacer político, la opinión pública.Rasgos de personalidad predominante de los trolls y haters. Diversos estudios psicológicos han identificado rasgos de personalidad patológicos entre los individuos que participan en actividades de trolling y tienen comportamiento de hater. Se ha encontrado mayor proporción en estas personas de rasgos de personalidad psicopáticos -comportamientos insensibles, impulsivos y dañinos-, alejados de los rasgos de responsabilidad -ligado al orden y autodeterminación- agradabilidad -orientación hacia el altruismo-. Estas características psicopáticas se traducen en una falta de empatía, necesidad de control y disfrute del sufrimiento ajeno, lo que les permite participar en actos de desinformación y ataque sin remordimientos. Sumado a que el anonimato que ofrecen las plataformas digitales reduce la responsabilidad personal y aumenta el comportamiento desinhibido y disociado, lo que incentiva a este tipo de perfil psicológico. Concretamente sus características de personalidad son: insensibles, impulsivos, dañinos, negligentes, individualistas, con predominio de emocionalidad negativa. En suma, los estudios científicos dan cuenta de que en las personas que se comportan como trolls y haters hay una significativa tendencia o correlación con la disfuncionalidad, presencia de rasgos narcisistas, conductas impulsivas, manipuladoras, tendientes a la gratificación personal, que sacan provecho, además, del anonimato, la asincronicidad y desinhibición, para desarrollar estas conductas desadaptativas (Lupano Perugini y Castro Solano, 2021b,2023). La manipulación política en redes. Su influencia concreta en procesos políticos y electoralesEn diversas investigaciones -muy difundidas algunas de ellas en documentales y series- se ha estudiado cómo a través de las redes sociales se puede manipular la opinión política de los votantes, y de qué manera, y a través de qué medios, hacerlo. Uno de los elementos estudiados son las denominadas trolls farms (granjas de trolls), grupos de cuentas coordinadas de redes sociales que difunden propaganda simulando mensajes de personas reales o fuentes de noticias confiables. Un informe, citado por María Laura Perugini (2024), estima que, en 38 de 65 países encuestados, los líderes políticos utilizan a estas granjas de trolls para manipular elecciones y otros eventos políticos internos (Freedom House, 2019). Existe evidencia de que han sido utilizadas por parte de gobiernos como Rusia, China, Irán y Arabia Saudita (Martin et al., 2019) para manipular elecciones. El caso más resonante es el de las elecciones de Estados Unidos en 2016, en las que resultó electo Donald Trump, en las que se sospechó que numerosas granjas de trolls coordinadas por Rusia actuaron con la intención de manipular al electorado, sobre todo entre ciertas minorías raciales. Un procedimiento distinto, pero con el mismo objetivo de incidir en las conductas de los votantes por medio de las redes sociales, encontramos en el proceso de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, conocida comúnmente como Brexit del año 2016, y la manipulación de datos que allí habría ocurrido (ver aquí ). Aquí se acreditó la capacidad de las redes sociales de recopilar información de los usuarios sin consentimiento de los titulares de las cuentas, mediante algoritmos de inteligencia artificial, para luego enviar contenido dirigido de forma intencionada con la finalidad de influir en sus decisiones electorales. La tecnología actual también ha mutado la forma de hacer propaganda política ya que está demostrado que resulta mucho más efectivo hacerlo a través de estos medios que de la manera tradicional, que aún persiste, pero en volumen e influencia claramente decreciente. Así, el usuario poco precavido e informado de estas técnicas de redes sociales puede no llegar a diferenciar o distinguir si quien está opinando políticamente es una persona real o un programa digital programado a tal fin. Las redes sociales han emergido como herramientas clave para quienes recurren a la manipulación política, en este caso digital, como método de construcción de poder. A través de la difusión de contenido falso y la amplificación de narrativas sesgadas, los trolls y haters pueden influir en la percepción pública sobre candidatos, partidos y decisiones políticas. Esta manipulación se apoya en la vulnerabilidad de las plataformas digitales y en lo fácil que resulta crear y compartir información engañosa. Estas tácticas se muestran efectivas por la capacidad de desviar el debate hacia ataques personales, alejando a los votantes de los temas sustantivos. Tengamos presente que las plataformas digitales no cuentan aún con mecanismos propios adecuados para detectar y limitar la desinformación ni las conductas online desadaptativas, lo que, sumado a la falta de regulación adecuada, facilita su propagación y la obtención de los objetivos buscados. Otro vínculo entre la política y la psicopatía. La sociedad como víctimaLa proliferación de trolls y la manipulación política digital representan un peligro para la cohesión social y la salud de las democracias. Estas tácticas alimentan la polarización y erosionan la confianza en instituciones y procesos democráticos. La incapacidad de los ciudadanos para distinguir entre información verídica y desinformación puede llevar a la fragmentación social. Consecuencia directa de esta fragmentación es que los diferentes grupos sociales tiendan a vivir en las llamadas “cámaras de eco”, reforzando creencias extremas disfuncionales y disminuyendo la disposición al diálogo, la colaboración y la comprensión empática. Como dijimos en nuestro anterior “Psicopatía y política: psicoeducación como antídoto “…La pregunta que se impone, entonces, es: ¿la política es una actividad donde hay una prevalencia de determinados rasgos de la personalidad de aquellos que la ejercen? ¿Hay más presencia de rasgos de la Triada Oscura de la personalidad –psicopatía, maquiavelismo, narcisismo- que en otras actividades? La respuesta es sí. Distintos autores (Taylor, S. –ob.cit-, S., Piñuel, I., Dutton, K., Hare, R., entre otros) han llegado a la conclusión de que hay una mayor proporción de psicópatas en la política que en la población general (como así también en las poblaciones carcelarias y el mundo empresarial)”. La actividad de trolls y haters, y en muchos casos de aquellos con quienes están ligados políticamente, es un ejemplo más de la lamentable e íntima vinculación de aquellas variables, psicopatía y política. A pesar de la creciente y positiva visibilización para tomar conciencia sobre el problema de la manipulación política digital, la falta de normativas efectivas limita la capacidad de las plataformas y los gobiernos para abordar estos desafíos. Las regulaciones existentes a menudo se muestran ineficaces, o se revelan insuficientes, permitiendo que los trolls operen sin restricciones y propaguen desinformación sin consecuencias; lo que no solo permite que la persistencia del fenómeno, sino que lo alimenta y lo amplifica, creando un ambiente propicio para la manipulación. La reciente intervención, no exenta de polémica, del juez Alexandre De Moraes, suspendiendo a la red social X (antes Twitter) en Brasil, en el marco de la causa conocida como “Milicias digitales”, relacionada con los atentados ocurridos en Brasilia el 8 de enero de 2022, es un indicio de la necesidad imperiosa de abordar legalmente estos asuntos, y de las dificultades que se presentan al hacerlo. Para mitigar el impacto de la manipulación política digital, es vital implementar una serie de recomendaciones. Primero, fomentar la educación y alfabetización mediática en la ciudadanía, fundamental para fortalecer el pensamiento crítico y la capacidad de discernimiento. En segundo lugar, establecer regulaciones que obliguen a las plataformas digitales a ser más responsables en el manejo de contenido dañino. Además, el establecimiento de sanciones severas para las actividades de desinformación y la creación de asociaciones entre gobiernos, plataformas y organizaciones civiles para abordar estos problemas de forma coordinada pueden ser pasos decisivos hacia una solución. La manipulación política digital y los rasgos psicológicos negativos y disfuncionales que la acompañan son realidades alarmantes en la sociedad actual en general y en parte del sistema político, en particular. La capacidad de los trolls y haters para influir en procesos electorales y en la opinión pública demuestra que es necesario actuar con urgencia. Nos preguntamos entonces qué se puede hacer ante la presencia de un accionar de este tipo. ¿Es atemperable, previsible, evitable de algún modo el accionar psicopático y sus consecuencias? Sí ¿De qué manera? En primer lugar, instando, y la educación formal es el camino, a una sociedad más humanista, empática, donde el dolor del otro no sea indiferente. Y visibilizando, además, la psicopatía con sus patrones y modos de actuar característicos, principalmente con la psicoeducación en la escuela, universidades, medios de comunicación, periodistas, familias, trabajo, parejas, justicia, partidos políticos, etc. Conocer estas características permite analizar críticamente otros aspectos de los liderazgos que los promueven y sus implicaciones en la sociedad en la que estamos inmersos y, consecuentemente, en el plano político poder distinguirlos, dentro de una sociedad activa, con conciencia crítica. En definitiva, la mente detrás de quien ejerce el poder es más importante que el cargo que lo legitima y se lo permite. Por eso, y dado que no sería realista pretender curar a todos los sujetos sin empatía, se debe proteger a la sociedad de los mismos, intentando restringir su poder y limitar su influencia. El deber ser que se impone es que los lugares donde actúan -el ciberespacio, el metaverso- no sean para ellos la vía reggia de su psicopatía y que, por el contrario, sean más atrayentes para las personas con rasgos empáticos y altruistas. Proteger la integridad del debate público y la salud democrática requiere de una acción colectiva que promueva la educación, la regulación efectiva y la responsabilidad en el entorno digital. Solo así se podrá aspirar a un futuro donde la política se desarrolle mayormente en un marco de respeto y verdad.
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