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» Comercio y Justicia
Fecha: 07/11/2024 12:41
Por Marina Oddi y Cecilia Valsecchi (*) La mediación penal juvenil y los acuerdos restaurativos, como una práctica transformadora tendientes a restablecer derechos vulnerados y transformar las relaciones sociales, nos demuestran que vale la pena y se puede trabajar en red por un joven. Dos adolescentes participaron de un hecho delictivo. Juan, de 17 años, actuaba de “campana” de un compañero que ingresó por los techos de una vivienda con intención de robo. Pablo, el propietario, alertado por los ruidos, aseguró el ingreso donde se encontraba con su familia y llamó a la policía, Juan es aprehendido. La denuncia policial siguió su curso y pasado unos meses Juan, notificado de la reunión de mediación llegó, junto a su mamá Marta, y realizó un acuerdo compromiso sin un encuentro con el damnificado Pablo, quien estaba predispuesto, más Juan no aceptó. Trabajamos con él en las reuniones para fomentar la internalización de responsabilidades y protagonismo que tuvo en el conflicto. El acuerdo compromiso unilateral de Juan fue una propuesta de servicios a la comunidad, teniendo en cuenta los derechos del adolescente y sus posibilidades concretas de cumplimiento. En la reunión final de seguimiento del Acuerdo compromiso, Juan, con 18 años, nos comenta que se encuentra trabajando en tareas de jardinería, “… he mejorado mucho, progresé con la disciplina y conducta. Me alejé de los amigos, no me suman. Estoy enfocado en el trabajo, …me esfuerzo”. Rindió para obtener el carnet de conducir de la moto y gestiona el de conducir automotores, para poder manejar la chata del patrón. “…Mi patrón es muy recto y él sabe que yo lo sigo. Me pide que sea correcto. Es un ángel para mí, me ayudó un montón, …con mi mamá bien, la ayudo acomodando la casa, hablo con mis hermanos, que ayuden. Mis hermanos me hacen renegar un poco, pero son tranquilos, …”. Su mamá, Marta, asiente y participa en a la reunión reforzando los cambios producidos en Juan, se la observa contenta y orgullosa. Imposible no recordar a la mamá al comienzo de este proceso, angustiada, avergonzada y dolida por la situación de su hijo. La transformación necesaria se hace presente en todas sus expresiones, el reconocimiento del cambio posible desde la construcción personal está presente. Nos queda un momento más. En el momento del cierre y luego de explicarle cómo se termina este proceso, Juan nos sorprende con un pedido “… antes me daba vergüenza, yo quisiera hablar con el señor al que le hice daño. Estoy muy arrepentido …”. Contactamos a Pablo y este accedió a participar, a pesar del tiempo transcurrido. ¿Cómo describir los sentimientos, emociones y sensaciones que se desplegaron? Juan comenzó dirigiéndose a las mediadoras, momento en que lo invitamos a mantener la conversación con Pablo. Desde esa intervención las mediadoras guardamos silencio. Juan expresó: “Te pido perdón, porque disculpas se piden cuando alguien hace algo sin intención, yo sabía lo que estaba haciendo, sabía que estaba mal y lo hice igual, hoy estoy muy arrepentido del daño que causé. Quise esperar que esto concluyera porque no quería que pensaras que sólo era para zafar, realmente lo siento mucho”. Pablo verbaliza su situación, la instancia que había atravesado, los miedos que quedaron y que se habían mudado del lugar por ese episodio. Agradeció la actitud de Juan reiteradamente. La conversación se sostuvo entre dos personas que ahora se veían, reconocían el valor de la mediación al darles esta oportunidad que tenían de escucharse y comprenderse. Compartieron numerosas apreciaciones marcadas por la experiencia, la emotividad y el reconocerse. Las drogas, las malas compañías, las manos tendidas, las oportunidades, los aciertos y desaciertos estuvieron sobre la mesa. A las mediadoras el silencio nos acompañó. Ambas sabíamos que lo que estábamos experimentando era único, que cada palabra de ese encuentro llenará nuestra profesión durante muchos años. Tendremos tiempo y oportunidad de hablar de lo que sucedía, era momento de aferrarnos al silencio para guardar en nuestro interior cada palabra, cada gesto de este encuentro. Pablo comenta que cuando él accedió a concurrir a la primera reunión con las mediadoras, seis meses atrás, en su familia manifestaron descontento “¡Cómo vas a ir! ¡Ahora van a saber dónde vivimos, vaya a saber qué pasa!” Cuando regresó a su casa y contó la experiencia, su esposa le agradeció que hubiera concurrido ya que ahora se quedaba más tranquila. También nos comenta que esta vez ella quería venir, más está cursando un embarazo y no se sentía bien, por lo cual no pudo hacerlo. Nuestro silencio fue largo, muy largo, hermosamente largo. Nos volvimos invisibles en una construcción humana maravillosa. La reunión se acercaba a su final. Juan y Pablo quedaron en mantenerse en contacto, intercambian números telefónicos, se ofrecieron estar si alguno necesitaba algo, Juan expreso su deseo de que Pablo conozca a su mama y Pablo propuso a Juan que conozca a su familia. La reunión concluyo en un fuerte y sincero abrazo y se despidieron. La puerta de la sala de reunión se cerró y las mediadoras nos miramos emocionadas. Era nuestro momento de compartir. Hemos sido testigos de aquello que nos mueve a abrazar la mediación penal juvenil. Salimos fortalecidas en nuestras convicciones, reconociendo que Juan y Pablo de este relato son una realidad posible, concluyendo que todos los involucrados en este caso hemos transitado un proceso restaurativo y transformador de manera exitosa. (*) Mediadoras
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