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» Diario Cordoba
Fecha: 04/11/2024 07:37
«Todo el mundo que va a la Mezquita-Catedral sale fascinado, tanto los que la ven por primera vez como los que repiten la visita, que siempre descubren algo nuevo», afirma sin disimular una pasión, que va mucho más allá de su trabajo, el arquitecto conservador del conjunto Gabriel Ruiz Cabrero. Pero... ¿Por qué? ¿Cuál es el atractivo que muchas veces no se puede explicar con palabras pero que siente el visitante? ¿Qué hace que, además de serlo, se perciba la Mezquita-Catedral como un edificio único en el mundo? Y es que para hablar de los méritos que le valió aquel reconocimiento de la Unesco a la Mezquita-Catedral un 2 de noviembre de 1974 en Buenos Aires (la noticia se conoció al día siguiente en España por un despacho de ‘Efe’, que se publicaría en este periódico el día 4, hace justo hoy 40 años), podemos fácilmente recurrir a cualquier manual de historia o arquitectura y, actualmente, a la misma Wikipedia, por no hablar de toda una pléyade de autoridades en todos los aspectos de las ciencias y las artes que han publicado desde enciclopédicas obras a extensísimas tesis doctorales sobre los más diversos y puntuales aspectos del monumento. Aunque si quiere ir al grano, y sin desmerecer de otros enlaces en internet, nada mejor que visitar la web oficial. Así, tendremos cifras, años, etapas, características técnicas... Todas importantes. Importantísimas. Como esa extensión de 22.400 metros que ocupa el monumento (sin contar con el Patio de los Naranjos) tras las sucesivas ampliaciones desde la mezquita fundacional de Abderramán I, las 746 columnas, los 184 capiteles romanos y visigodos reutilizados, las 45 capilllas, las 11 naves paralelas, los 18 altares, el coro, el tesoro, el mihrab, las puertas, la torre-campanario que conserva dentro el minarete de Abderrmán III... Y lo que no se suele ver y desconocen los propios cordobeses: la sala capitular, la biblioteca y archivo, las cubiertas, el aljibe bajo el Patio de los Naranjos... 'Rezar' en piedra Pero, como decíamos, por muy transcendentes y relevantes que sean los fríos datos deben buscarse otras razones por las que el conjunto Mezquita-Catedral se sabe y se intuye como único. La clave principal nos la da precisamente Gabriel Ruiz con un argumento arquitectónico incontestable que ya expuso en su día: «La gran diferencia de la Mezquita-Catedral y cualquier otro gran edificio, sean mezquitas o catedrales, es que están presentes dos conceptos teológicos traducidos en construcción, en arquitectura». Ruiz Cabrero se refiere, por un lado, a la horizontalidad que aporta la construcción islámica, que responde a un concepto de espacio plano, de religiosidad popular, de oraciones en donde el musulmán reza hombro con hombro diluyendo diferencias sociales y resaltando el papel de comunidad en un recogimiento entre penumbras. Vista aérea del conjunto monumental de la MezquitaCatedral, recortado sobre la campiña cordobesa. / VÍCTOR CASTRO Por otro, y en el centro de la construcción, la verticalidad de la catedral, el concepto cristiano de aspirar al cielo, de la búsqueda de la luz, de la relación personal entre el individuo para ascender con sus oraciones a Dios... Un diálogo entre dos formas de entender la religión y la espiritualidad singularísima. «Eso es lo más hermoso, lo que convierte a la catedral de Córdoba en única en el mundo. Es algo muy emocionante», afirma el arquitecto sin disimular su entusiasmo. Frágil y viva Otro aspecto que, aunque quizá no es tan excepcional en la historia de la arquitectura, sí es particularmente raro, el que la Mezquita-Catedral sea un «monumento vivo», como definió ya en su día Ruiz Cabrero. Incluso en el siglo XX, y también en el siglo XXI, sigue esa evolución, aunque ya, lógicamente, buscando responder a las raíces del conjunto. Sin embargo, una consecuencia de este uso ininterrumpido, con una actividad permanente desde 786, hace de sus mayores ‘debilidades’ su gran ‘fortaleza’. «Todos los materiales con los que fue construida la Mezquita (Ruiz Cabrero usa indistintamente el término «mezquita» y «catedral») son muy frágiles. Usa una piedra fosilífera de canteras cercanas, que hace que la piedra se pierda», dice refiriéndose a ese proceso acelerado de disgregación de la blanda calcarenita cordobesa. «Pero también el sistema de tejas, de morteros de cal, de madera... Todo es muy vulnerable. Las tejas se mueven, el mortero se deshace, la madera es atacada por la humedad y las termitas...». Y, sin embargo, «¡No pasa nada!». Eso sí, «siempre que haya un mantenimiento adecuado y se esté encima en todo momento, que es lo que hacemos ahora y se ha hecho casi siempre, sobre todo en los momentos de bonanzas y salvo algún periodo antiguo donde no había dinero y eso generaba cierto abandono». En todo caso, lo que más importa es que, «ahora mismo, la Catedral tiene un mantenimiento al día a día... Perfecto». Puerta del Perdón, bajo la torre, de acceso al Patio de los Naranjos. Al fondo, la Puerta de las Palmas. / VÍCTOR CASTRO Más aún, precisamente, el gran valor del conjunto nace de lo que podría verse como una debilidad debido a esas continuas modificaciones para hacer frente al tiempo, las ampliaciones, las reparaciones, los nuevos materiales, técnicas y estilos artísticos que se sucedían con los siglos... El arquitecto pone un ejemplo de unos descubrimientos recientes realizados, un caso de los que se podrían contar decenas y decenas. «En la restauración de las cubiertas de los brazos del crucero, que es una obra muy importante y enorme, aunque no se aprecie desde abajo, nos sorprendimos con los puntos donde la nueva construcción ‘rompe’ con las construcciones preexistentes». Hablamos de unas conexiones siempre muy complicadas de solucionar arquitectónicamente, por ejemplo, con el sistema de evacuación de aguas pluviales. Así, «encontramos que eso (la salida del agua de lluvia) se había resuelto de cuatro o cinco maneras distintas a lo largo de la historia». Una de ellas, explica, de forma tan llamativa como hacer descender el agua por bajantes dentro de las mismas pilastras del edificio (pocos saben que estos elementos se concibieron con un hueco dentro), lo que con el tiempo tuvo que causar enormes problemas de filtraciones obligando a adoptar otro sistema. Entonces, al restaurar, «¿cómo lo hacemos? ¿Mantenemos la última solución histórica que ha llegado hasta nosotros? ¿Recuperamos algunas de las soluciones antiguas? Tienes que hacer un análisis de las ventajas e inconvenientes de unas y otras y acabas eligiendo una de ellas. Eso es muy delicado, tienes mucha responsabilidad y siempre hay un riesgo de equivocarse... Pero es lo que se debe hacer». Eso sí, «utilizando los mismos materiales que se han usado siempre. No introducimos ningún material nuevo porque cambiaríamos la naturaleza del edificio», puntualiza el arquitecto. Lo inmedible Pero quizá puede hablarse de un tercer aspecto que hace a la Mezquita-Catedral única: la pasión que despierta. Hablamos de una cualidad del espíritu, del alma, tan difícil de medir como poco científica, pero en la que también nos adentra Gabriel Ruiz Cabrero. Y es que a pesar de que sus conocimientos precisos, matemáticos y exactos (que le han valido el doctorado ‘cum laude’, la cátedra, participar en proyectos tan señeros como la adaptación de la estación de Atocha junto a Moneo, el Premio Nacional de Bellas Artes con el también arquitecto-conservador Gabriel Rebollo Puig o ser profesor invitado en las universidades de Harvard, Miami, Cambridge, Milán, Glasgow, Venecia o Columbia), cuando el arquitecto habla de la Mezquita-Catedral lo hace en clave espiritual. «A mí me sorprende la Mezquita todos los días. Y me sorprende de varias maneras: primero, porque, como digo, estamos haciendo descubrimientos continuamente, pero también porque cada día la Mezquita es distinta. Cada vez que entro me da un vuelco el corazón. Veo que la luz no es igual porque entra por un lugar distinto, descubro relaciones en las que no me había fijado, desde un pequeño elemento que tiene encima otro cristiano perfectamente engarzado hasta las cubiertas... Todo sorprende». Y eso desde «que tuve la fortuna de que me hicieran un primer encargo hace más de cuarenta años y me quedé fascinado. Como cualquier estudiante de arquitectura aplicado ya conocía antes el edificio, pero cuando me encargaron el proyecto me quedé ‘cogido’, la Mezquita-Catedral me atrapó. Desde entonces todos los días veo cosas nuevas y las disfruto». Porque quizá la gran singularidad del monumento, puede que la más intangible pero no la menos importante, sea el espíritu y la pasión. «Creo que para ver la Mezquita hay que entregarse a ella. En la Mezquita hay que entrar dejándose sorprender por todo lo que hay», aconseja, resume y sentencia Ruiz Cabrero.
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