02/11/2024 16:36
02/11/2024 16:35
02/11/2024 16:34
02/11/2024 16:34
02/11/2024 16:34
02/11/2024 16:33
02/11/2024 16:33
02/11/2024 16:33
02/11/2024 16:31
02/11/2024 16:30
» Diario Cordoba
Fecha: 02/11/2024 07:07
Sin techo ni esperanza en el Balcón del Guadalquivir Según los últimos datos de la Red Cohabita, en Córdoba hay más de 300 personas sin techo, de las cuales más de un centenar no cuentan con la posibilidad de dormir resguardadas. La llegada del otoño y con él las lluvias, y con unas temperaturas cada vez más bajas, hacen aún más difícil la situación de quienes carecen de ayudas tanto familiares como institucionales. Para ellos, cada día es una auténtica batalla mental. En improvisados refugios, dos personas tratan de subsistir en el Balcón del Guadalquivir, concretamente junto al puente de El Arenal. Sus testimonios son los de dos hombres que hace no tanto tiempo tenían una vida como la de cualquier otro ciudadano y a las que la crisis y el infortunio han colocado en una posición de extrema vulnerabilidad. Sus ojos reflejan soledad e incertidumbre frente a un futuro en el que han perdido buena parte de la esperanza. Sin embargo, se resisten a rendirse, haciendo de cada día una batalla más que ganar. Unos metros más adelante de donde vive Alami, se encuentra Sergio Rodríguez, un cordobés de 50 años que desde el pasado mes de junio vive frente al embarcadero. «He estado toda mi vida trabajando de camarero en Salou (Tarragona), Marbella (Málaga) y, por supuesto, Córdoba», cuenta. Al igual que Alami, Sergio se quedó en paro durante la pandemia. «Tenía una vida normal, llegaba a final de mes un poco apurado, pero me alcanzaba para sobrevivir», explica. Para él, el despido fue un golpe anímico «muy duro» y desde entonces admite no haber podido levantar cabeza. «No sabía cómo reponerme de la situación, todo era muy confuso. No sabía qué iba a pasar con mi vida, tanto a nivel profesional como personal», narra con resignación y con la mirada clavada en el suelo. En 2021, y por primera vez, vivió en la calle. «Aquello duró solo dos meses; pude mudarme a un albergue rápido y volver a trabajar por un tiempo». Tras encadenar varios empleos precarios, el pasado año volvió a quedarse sin hogar ni trabajo, aunque únicamente durante un mes. Después de un año en un albergue y desempleado, el pasado junio decidió salir para no dejar solo a un compañero. «Echaban a mi mejor amigo del albergue, un hombre de 80 años que, aunque es fuerte mentalmente, no lo está físicamente. No me pareció una situación justa y, para que no tuviera que afrontarla en soledad, decidí acompañarle», narra. Sin embargo, este encontró rápidamente acomodo en un albergue de su tierra, Jaén, por lo que desde entonces Sergio está solo a los pies del Guadalquivir. «Siempre que he vivido en la calle lo he hecho aquí. Se está cómodo y tranquilo, aunque es verdad que hace mucho frío y en verano está lleno de mosquitos», matiza. Sergio con su perra Chica, de su amiga María. / Víctor Castro Durante la conversación, Sergio juguetea con su mechero. Le cuesta mirar a la cara, y sus gestos dejan entrever a una persona completamente superada por las circunstancias, aunque agradece que se le pregunte sobre su estado. «Honestamente, estoy abatido, se me hace todo muy cuesta arriba. Me habéis pillado de casualidad; por las mañanas suelo ir a un refugio cercano, pero hoy no tengo ganas», explica apesadumbrado. La única compañía que tiene este cordobés es la de su amiga María, con la que convivía antes de quedarse sin trabajo: «Por ser buena persona se ha quedado aquí; yo vivo en un albergue y sigo sin entender por qué decidió salirse», cuenta ella con dureza. «Son las pequeñas cosas, como un plato de comida caliente, las que más se echan de menos cuando estás en la calle» Por las mañanas, Sergio va a Prolibertas, donde le ayudan con las gestiones para lograr ayudas y encontrar un techo bajo el que dormir. «Allí hablo con la gente, aunque no tengo demasiados amigos», relata. Sin embargo, lo que más agradece es darse «una buena ducha y tener un plato de comida caliente. Cuando estás en la calle, todo lo que tomas está frío. Si llegas y hay un plato de sopa, es una bendición», afirma. Es en ese momento cuando la voz se le quiebra y, por primera vez, mira a su interlocutor a los ojos. «Al final, las pequeñas cosas como ésta, que no valoras en tu día a día, son las que echas de menos cuando vives en la calle: soplarle al plato porque está muy caliente, una conversación tranquila con un amigo... para mí, eso es lo más duro de estar aquí», sentencia. Por las tardes suele acudir a una iglesia cercana a la Mezquita-Catedral. «Soy amigo del cura», dice. Tras regresar al Balcón del Guadalquivir, quema las horas como puede en su cama hecha con cartones y mantas descoloridas. «Ya tengo experiencia en esto y sé cómo no pasar frío», comenta. Intenta mantenerse despierto hasta las 23.00 horas, cuando llega Cruz Roja, que le da algo de comida. «La hora no es exacta; a veces me tiro una hora esperando de pie, pero toda ayuda es bienvenida», explica Sergio. Respecto a sus ingresos, cuenta que recibe «100 euros cada dos meses de la tarjeta monedero» pero no percibe «ni Ingreso Mínimo Vital ni nada». Respecto a encontrar un techo bajo el que dormir, ha perdido toda esperanza de conseguirlo en los próximos meses y lo fía todo al programa Ola de frío. Hasta entonces, seguirá con la mirada clavada en el embarcadero. Lo hará solo mientras espera que todo cambie. Suscríbete para seguir leyendo
Ver noticia original