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  • El guaraní prehispánico

    » Elterritorio

    Fecha: 28/10/2024 00:40

    domingo 27 de octubre de 2024 | 6:00hs. La cultura del guaraní prehispánico, profundamente ritual y religiosa, inspirada y sacramentada en el canto y la danza, la conocemos a partir de la interpretación y traducción de los himnos esotéricos de la cosmogonía guaraní por parte del etnólogo paraguayo León Cadogan, quien vivió muchos años entre los mbya-guaraní. A él le fue dado el honor de conocer y dar a conocer los himnos orales, míticos religiosos, los “Ayvu-Ra´pyta”, fuente imprescindible para el conocimiento de esta cultura. En la interpretación de esos himnos se considera que la naturaleza establecía una sincronía entre el mundo y el hombre. La explicación primera de todas las cosas encontraba sentido a partir de su religiosidad. No había una jerarquización de sus divinidades, a pesar de creer en un Dios primero y el Verdadero. Las divinidades se constituían en fuerzas explicativas de la naturaleza. Para el guaraní, la tierra no es un dios, pero toda ella está impregnada de experiencia religiosa. El mundo no es sólo un hermoso paraíso natural, sino también un lugar de hombres que viven con felicidad en esta morada terrenal creada a partir de la neblina vivificante, la “tatachiná”, a partir de la inspiración de Ñanderúvuzú. Y la tierra es el soporte del principal elemento de la cultura guaraní, la reciprocidad, que se resuelve paradigmáticamente en las fiestas, la forma de vida a la que aspira como plenitud. Es la tierra la que permite tener buenas y concurridas fiestas. Pero así como existe una concepción de tierra perfecta, también hay un permanente temor de su inestabilidad. Alrededor de estas ideas entienden su situación los grupos guaraníes actuales, aquellos que no se han mestizado, donde el avance del hombre blanco, lo ha constreñido en pequeños espacios en el interior de la selva. Y la falta de tierras quita la posibilidad de una economía de abundancia, que no permite la realización de las fiestas. Por eso consideran aquellas cosas que hagan imposible la fiesta como el supremo mal de la tierra. Y allí se confunden la penetración de los conquistadores, las encomiendas, la deforestación de las selvas. La abundancia de alimentos está relatada desde los primeros cronistas. Los propios jesuitas en su documentación no dan muestras de haberse tenido que contactar con un pueblo perezoso e incapaz. Al contrario, aseguran muchas veces que, si la agricultura había podido florecer en las reducciones había sido, sin dudas a la capacidad agrícola del pueblo guaraní. Las herramientas con que los proveyeron no hicieron más que potenciar y desarrollar el sistema agrícola ancestral. La agricultura guaranítica, así como el trabajo todo, no se entiende si no es visto en la forma de colaboración común. Ruiz de Montoya en su “Tesoro de la Lengua Guaraní” indica que al trabajo cooperativo lo denominaban “potiró”, derivado de “po” que etimológicamente significa “todas las manos”. En los tiempos jesuíticos este sistema siguió siendo la base de la organización social y económica. En estrecha relación con la forma de cooperación, el “potiró”, se encuentra el “pepy”, que es la noción de convite. Y ambos se estructuran en una forma económica más amplia que determina el modo de ser guaraní, que es el “jopoí”, es decir, la reciprocidad. Montoya indica que su significado es el de “abrir la mano dando”. Porque la reciprocidad y la cooperación no son sólo actos colaborativos con el otro. En el trabajo y la producción el guaraní encuentra el modo de reproducir el don, es decir el darse a los demás. Pero a la vez recibe el don de los otros, por ello, si se da y se recibe a la vez, encontramos en la reciprocidad guaranítica el sentido mismo de la humanidad. El potiró, el pepy y el jopoí son momentos que definen el “modo de ser guaraní”, el “tekó”, que se concretan en la producción de bienes materiales, que no sólo se realizan como modos de subsistencia, sino de práctica cotidiana de la vida. El guaraní no se desarrolla en forma individual si no es junto al otro. Y ello encuentra su sentido en el “tekoá”, la aldea, el lugar donde el tekó, o el modo de ser del guaraní, se desarrolla junto al otro. Se transforma no en un simple espacio habitacional, sino un espacio de interrelaciones. Básicamente el tekoá contiene tres ámbitos. El primero está conformado por las casas alargadas (“og-jekutú”) y un patio circular en el centro, donde se desarrollaban las fiestas, danzas, asambleas, etcétera. Un segundo ámbito es el “koy”, o las chacras o huertas comunitarias y el tercer ámbito es una especie de lugar de paseo, un lugar de descanso, donde se conservaban las trampas, las redes de pesca, miel de los montes, etcétera. Los guaraníes, desde sus tiempos ancestrales siempre se consideraron una gran familia, la familia avá, que puede traducirse como persona. Sólo ellos son avá. Y se puede entender como que quienes no son avá, no son personas. Y la unidad y totalidad de la comunidad está centrada en las celebraciones, en las fiestas, que no son sólo fiestas de consumo, sino como un “movimiento centrífugo de dones”. Las fiestas se constituyen como reparto de dones. En el tekohá, la religiosidad ocupa un espacio fundamental, pues la economía y la sociedad, se hallan íntimamente relacionadas, cobran sentido, como experiencias religiosas. Constituyen símbolos religiosos. La vida en las reducciones, en este aspecto fue concebida por el guaraní como un espacio religioso. Es entendible por ello que no fuera necesario al jesuita educar al indio guaraní en ese sentido. El éxito misional de los sacerdotes de la Compañía se fundó en un notable conocimiento y respeto por la cultura ancestral guaranítica, lo que dio espacio al nacimiento de una nueva cultura la guaraní-jesuítica.

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