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  • Manolatismo y venganza

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 27/10/2024 03:00

    No hay más vuelta que darle a la realidad argentina. El presidente Javier Milei, con un círculo de primeras espadas reducidísimo, logró meter tantas medidas económicas, institucionales y políticas que cualquiera extranjero que haya conocido a la Argentina progresista y solidaria de hasta hace algunos años se toparía, en caso de regresar al Cono Sur después de un par de lustros, con un país diametralmente opuesto en su filosofía de vida. Hace unos seis o siete años por una reforma previsional que implicaba modificaciones cosméticas en comparación con los hachazos aplicados al gasto público por Milei, al gobierno de Mauricio Macri lo tapiaron con 14 toneladas de piedras lanzadas por manifestantes de distintos sectores de un abanico opositor que, poco tiempo después, se convertiría en oficialismo, encolumnado detrás del inefable Alberto Fernández. A partir de allí, el modelo bipartidista que había imperado desde 1983 recibió al inesperado integrante libertario con un método poco ortodoxo que hasta el momento dio resultados tanto puertas adentro como puertas afuera. En el plano íntimo, la construcción de poder que puso en marcha el jefe de Estado autodefinido como el “topo” que viene a destruir lo público alcanzó una consolidación sorprendente, con la hermana Karina y el superasesor Santiago Caputo en el rol de ejecutores de cualquier mordida que implique concentrar la autoridad decisional. Y en la dimensión exterior, los efectos de la administración libertaria para el común de los argentinos se observan devastadores para la economías hogareñas pero esperanzadores en lo que se refiere a macroeconomía. La inflación ha bajado, el déficit fiscal se redujo a cero, el riesgo país desciende y el tipo de cambio mantiene un nivel de quietud que va de lo destacable a lo intrigante. Para algunos, el dólar estable es un signo de salud económica. Para otros, es la antesala de una corrida que podría producirse el año que viene como consecuencia de la escasez de reservas. Sea como sea, hoy Milei se encuentra muy bien plantado en medio del cuadrilátero político, se da el lujo de desbaratar estratagemas opositoras en el Congreso, hostiga a las universidades con el argumento de que sus administradores malversan fondos (pero sin demostrarlo cabalmente mediante denuncia judicial), vacía de recursos al sistema estatal de salud, paraliza la producción cinematográfica nacional y enfila hacia la privatización de trenes y aviones. Todo eso en 10 meses de gestión y sin que la oposición peronista haya podido activar algún contraataque eficaz para contrarrestar esta avanzada libertaria que nadie esperaba en un territorio patrio donde la movilidad social ascendente y el principio de justicia social fueron, históricamente, los disparadores del movimiento obrero, el accionar comunitario, el asociativismo vecinal, el cooperativismo agrícola y la integración juvenil en los clubes deportivos. Hoy pareciera que todo lo que represente gestión comunitaria de las distintas problemáticas sociales ha sido reemplazado por el martillo sentencial de un gobierno que no cura, sino que amputa. El individuo y sus méritos, sin importar el contexto socioeconómico que le haya tocado en suerte, se ubica por encima de los conceptos asociativos o cooperativos de forma tal que se van desintegrando los mecanismos de impulso colectivo a las franjas más vulnerables, que casualmente son las más numerosas con siete de cada diez niños sumergidos en la pobreza. El gran triunfo de Milei, frente a la desigualdad cada vez más pronunciada, es la apatía social. A Macri por una decisión política que no implicaba ni la milésima parte de los tajos perpetrados por la motosierra de hoy casi le incendian el país. Al intrascendente Alberto, por el anuncio (y casi inmediata retractación) de la expropiación de Vicentín, le estalló una pueblada en medio Santa Fe. ¿Y ahora? ¿Por qué no eclosionan los reclamos con la virulencia de otros tiempos? Dice Lilita Carrió que la gente que antes se levantaba contra las injusticias y salía a las calles con cacerolas, carteles de “yo soy el campo” o apoyaba la carpa blanca de la Plaza de Mayo ha perdido la iniciativa a extremos irrecuperables. “Están vencidos y aceptan esa realidad mientras sobreviven”, analizó recientemente la ex diputada líder de la Coalición Cívica. ¿Es así realmente? ¿La argentinidad progresista se dio por vencida y pasó a un estado de mera observación pasiva mientras la nueva ola individualista lima, aserrucha y demuele instituciones públicas que hasta la llegada de La Libertad Avanza funcionaban bien o -al menos- dentro de parámetros de normalidad? Puede que esa sea la sensación reinante en una parte de la ciudadanía que ya no produce personajes irreverentes y auténticos como Norma Pla o Diego Maradona, pero el diagnóstico no se agota en ese razonamiento. Hay modas, hay cambios de época, hay convicciones caprichosamente adquiridas por personas que no se informaron lo suficiente y se limitaron a formar criterio con metadatos masticados por los estrategas de las redes sociales. Gente que aprendió a odiar al kirchnerismo por los casos de manolatismo (si cabe el término sui géneris para catalogar a los metedores de manos en latas como Báez, Jaime y López) y que actúa conforme corrientes de opinión superficiales, simples pero muy efectivas, que reclutan conciencias vía cadenas de Whatsapp. Hay pobres que están conformes con Milei a pesar de no poder consumir lo necesario para una dieta completa durante el día. Hay desempleados que manejan Uber y motodeliverys de aplicaciones que se motivan cada vez que escuchan las arengas del presidente rockstar anunciando que meterá presos a “los chorros” que se quedaron con lo fondos universitarios. Hay estudiantes de facultades estatales que aplauden al “Peluca” mientras exigen a los profesores que “laburen”, a la vez que tildan de “zurdos” a los integrantes de la casa de altos estudios que los está albergando mientras reciben conocimientos sin pagar aranceles. Los aplaudidores de Milei que nada han recibido en este primer año de gestión más que un desbaratamiento de sus propias condiciones de vida, hallan en la figura presidencial un referente inspiracional con una retórica rebelde que seduce con promesas de crecimiento económico, pero -por sobre todo- cautiva con su cruzada contra la clase política tradicional, a la que tachó con asertividad total con el apelativo “casta”. Aunque el ajuste, finalmente, fue pagado por los mismos de siempre, que vendrían a ser los ciudadanos de a pie, trabajadores, cuentapropistas, jubilados, pequeños empresarios y microproductores obligados a ajustarse el cinturón en todo lo esencial (comida, indumentaria, remedios y transporte), lo que importa en la nueva era del individualismo extremo es que todos aquellos que vivieron en el confort de un sueldo estatal, se graduaron con honores en la universidad pública y se independizaron de los suegros con una casa procrear, ahora corran la coneja con la misma desesperanza que los postergaos, los de todavía más abajo, venían experimentando desde que los gobiernos peronistas o progresistas dejaron de cumplir con su rol de integración social. Los leales a Milei consideran que su gran error fue haber confiado en políticos, funcionarios, gremialistas y referentes sociales que naturalizaron el modus operandi de tomar los beneficios del Estado como cosa propia. Ni siquiera de corrupción se trata, sino del acomodo, el amiguismo, los empleos hereditarios, el moverse con pasajes proveídos por el Congreso, el viajar con vales de nafta repartidos por la Secretaría de Transporte, o el desayunar a costa de las cajas chicas de las miles de oficinas públicas integrantes del aparato burocrático del Estado. Hasta que vino uno y dijo “no hay plata”. Y cerró Télam. Y cerró el Inca. Y cerró la AFIP. Muchas veces, para los famélicos, los que nada tienen que perder y por ende nada temen, el que déspota que empareja hacia abajo ejecuta los actos de justicia más elementales, primitivos y eficaces: la venganza, el desquite, el ojo por ojo y todo otro método taliónico que extienda a los otros el pesar propio.

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