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  • El eterno triunfo de San Rafael

    » Diario Cordoba

    Fecha: 26/10/2024 14:43

    Vuelve San Rafael para guardarnos de nosotros mismos. Estamos en otra mañana de cuarzo, neblinosa y ligeramente fría, de finales de octubre de 1278: Córdoba está siendo azotada otra vez por la peste. Los cuerpos se amontonan junto al río. La muerte es un silbido solitario, en un silencio íntimo de espasmo que se resiste a su condenación bajo una lluvia suave. Un hedor de fantasmas putrefactos atraviesa las calles, con las puertas y las ventanas apuntaladas por dentro, como si así pudiese evitarse el paso del contagio: es la carne la que se descompone, pero también el ánimo de toda una ciudad. Ahora mismo, a salvo, se hace difícil entenderlo, desde el abismo de tiempo que nos hace imaginarnos aquella situación, pero los cordobeses vivirían aquello convencidos de estar asistiendo al Apocalipsis. Entonces, una mañana tan nublada como esta, San Rafael se le aparece al padre Simón de Sousa: si el obispo ordena colocar una imagen de San Rafael y celebra una fiesta cada año en su honor, no morirá ni un solo cordobés más por la peste. Quizá primero en San Pedro, y luego en la Mezquita-Catedral, se coloca la primera torre coronada por San Rafael, que luego van a extenderse por nuestra geografía del recuerdo. Más tarde, en 1578, cuando la peste apenas se recuerda como un manto funesto que arrasó la ciudad con su sombra funesta, San Rafael se aparece al presbítero Andrés de las Roelas, para descubrirle que el osario descubierto tres años antes, en la parroquia de San Pedro, son los restos de los Santos Mártires de Córdoba. «Yo te juro por Jesucristo Crucificado que soy Rafael, Ángel, a quien Dios tiene puesto por Guardián de esta Ciudad», escucha el padre Roelas el 7 de mayo. Se lo confía al presbítero Juan del Pino, y así es como ha llegado hasta nosotros, tantos siglos después, convertida esa revelación en una fiesta que nos lleva al reencuentro, nos cita y nos confronta con nuestra identidad. Pasear una ciudad es escribirla con un lenguaje propio de recuerdo, pero también con cierta conquista del presente. Somos lo que somos por la acumulación de capas y de edades, de sustratos de hombres y mujeres, entre azares cambiantes, vuelos y derrumbes, ligados a unas piedras que de pronto aparecen con su codicia de perduración. Tengo la certeza de que también ahora necesitamos cierta protección: de nosotros mismos, de nuestros temblores, de todos esos sueños que nos hacen despertar y salir al aire de la vida. Ante cada triunfo callejero o en una taberna con un San Rafael en la repisa, siento que el arcángel nos mira y nos protege, a través de los ojos de esa inmensidad de hombres y mujeres que estuvieron antes, que hoy nos reconocen, y son los que también velan por ti. *Escritor Suscríbete para seguir leyendo

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