Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • La guerra interminable

    » Diario Cordoba

    Fecha: 07/10/2024 12:06

    De nuevo el mundo se asoma a un abismo. Es frustrante volver una y otra vez a tener que analizar las consecuencias de una situación de guerra abierta difícil de predecir en su evolución. Seguramente quienes tengan la perspectiva dentro de cincuenta años o más, describirán los hechos como una sucesión concatenada de acontecimientos que inevitablemente habrían de conducir al desastre mayor. Creo que así será. Justo como nosotros hoy vemos lo ocurrido en Europa en los años previos a 1939, donde una tras otra iban cayendo las oportunidades de acertar a parar lo inevitable, hasta rememorar la imagen, que hoy resulta patética, de Chamberlain agitando un papel firmado por Hitler que no sirvió para nada. Hay en la actualidad hechos y procesos que, sumados uno tras otro y con las correspondientes variantes, marcan un ritmo histórico que asemeja en muchos aspectos a esos otros tiempos pasados. No, la historia no se repite, pero tiene ciclos y tendencias que sí ofrecen similitudes para el observador del futuro. Desde un punto de vista antropológico e incluso neuronal, en expresión de algunos autores, el tribalismo es una componente humana que construye comportamientos que desde siempre nos acompañan en nuestra evolución. Sin embargo, en general, las sociedades democráticas rechazan las acciones militares, salvo como recursos defensivos. Es evidente que el recuerdo de la II Guerra Mundial y la peligrosidad nuclear de la Guerra Fría, actuaron como antídoto frente al fascismo, al nazismo y a la belicosidad nacionalista imperante en aquellos tiempos. Sin embargo, inevitablemente el tiempo pasa y la memoria va debilitando la terapia inoculada tras más de cincuenta millones de muertos. Hasta tanto es así, que incluso los herederos de las víctimas del holocausto son capaces de reproducir actitudes de los verdugos de sus antepasados. Pero además la heroicidad de lo bélico siempre está latente en nuestras calles y ciudades: monumentos a héroes, recuerdos de batallas, la historia que enseñamos en las aulas. Todo ello crea un rescoldo cultural que hace de la guerra un elemento que tiene algo de mítico y que con la debida excitación a las masas puede abandonar los límites del reproche moral, para convertirse en un elemento legítimo de imposición de unos determinados intereses. No olvidemos que la guerra en todo caso supone también un riesgo físico evidente y la propia supervivencia de los que participan en ella. Por eso, casi nunca los que las crean asoman a las líneas del frente. Eso sí, generan la suficiente propaganda y excitación social para justificarlas y sacrificar a otros por los valores que ellos dicen encarnar. Pero, ¿qué es una guerra? Carl von Clausewitz, que vivió a caballo entre el siglo XVIII y el XIX, afirmó que «la guerra es la continuación de la política por otros medios». Ello, básicamente, encerraba la idea de que un conflicto armado siempre tiene un objetivo: una conquista de nuevos recursos, de un espacio territorial mayor, una venganza, la destrucción preventiva de una supuesta amenaza, etc. La guerra contiene en su esencia una motivación económica, es una inversión en materiales y vidas para obtener un beneficio. Así de crudo es y hay que desnudarla de toda su estética heroica. El autor citado afirmaba que, desde el neolítico hasta hoy, la finalidad política que contiene la guerra es siempre económica. Es, en sus palabras, una «guerra práctica», frente a una «guerra ideal». En la guerra se legitiman todas, o casi, las actuaciones que serían impensables en tiempos en los que el Derecho ordena la sociedad y sus relaciones internas y externas. La guerra es la quiebra absoluta del Derecho. En ella está legitimado el asesinato, la violencia indiscriminada, el robo, y todo el mal que se nos ocurra. Hay algunas normas en la guerra, pero extremadamente frágiles y vulneradas a cada instante. Solo hay que ver lo que estamos observando con horror en estos días. En la guerra también se acepta la doble o la triple vara de medir. Así, si Rusia invade ilegítimamente Ucrania, Israel, en cambio, ocupa temporal y justificadamente parte del territorio de otro Estado, pretendiendo que comulguemos con esta descomunal rueda de molino. Es difícil hacer en las guerras de nuestro presente más inmediato una distinción con relación a su naturaleza, porque en todas ellas hay una cierta mezcla de componentes. Hay guerras ideológicas, en las que se pueden unir ideas junto a creencias, en las que aparentemente el objetivo primario no es un botín, sino la afirmación religiosa, nacional, étnica y supremacista, una ideología salvífica basada en un ideal universal, pero siempre, a poco que uno rasque la superficie, aparecen intereses económicos más o menos ciertos. Sus élites religiosas, ideológicas o partidarias obtendrán considerables beneficios en detrimento del resto de los correligionarios, que permanecerán en buena medida al margen del reparto de las ganancias generadas. En este tipo de conflictos es relativamente fácil movilizar el derecho a la agresión a partir de razones morales. Basta un argumento más o menos justificado para que salgan a la luz los elementos más primarios de la mente tribal que nos acompaña desde el origen. Y aquí ya aparece la unión a «los míos» contra «los otros». La paradoja es que este tribalismo solo adquirió forma de verdadera persecución o linchamiento de un grupo identificado por su religión o etnia, no hace demasiado tiempo en la inmensidad de la Historia. Primero las Cruzadas en el siglo XI, luego la configuración del racismo ideológico a partir del siglo XIX y, finalmente, el nacionalismo y el comunismo redentor del siglo XX, vieron aparecer una verdadera «yihad cristiana» contra el islam, los pogromos contra los judíos, el Holodomor ucraniano o la revolución cultural china. En estas estamos. De nuevo los mismos argumentos y los mismos que los propalan. Los manipuladores que se ofrecen como la solución -¿final?- a todos nuestros males, pero que han tenido en sus manos manchadas de sangre la responsabilidad de conducirnos a ese abismo. El sistema de relaciones internacionales nacido después de la II Guerra Mundial y las Naciones Unidas están en peligro. El actual gobierno de Israel y Hamás han minado la ya maltrecha credibilidad de las democracias occidentales. El nuevo sur global, es decir, la mayoría de la población mundial, ya no nos cree. No es posible una democracia ad intra y una vulneración de los derechos humanos ad extra. Estamos avisados. El desastre llama a nuestras puertas y la solución no la tienen los que antes ya nos condujeron a la destrucción. Ahora no tienen, de momento, la estética nazi, pero hablan y actúan igual que ellos. Lo increíble es que vuelvan a votarlos, y lo están haciendo. *Catedrático en la Universidad de Córdoba Suscríbete para seguir leyendo

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por