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  • Anillas para un mundo mejor

    » Diario Cordoba

    Fecha: 30/09/2024 09:10

    Decía Marco Aurelio (aunque por boca de Máximo Décimo en la película ‘Gladiator’) que «lo que hacemos en esta vida tiene eco en la eternidad». Imagino que el emperador se refería a cosas trascendentes, como conquistar Germania, más que al hecho cotidiano de acudir a un trabajo, arreglar una silla o dar un biberón, porque lo cierto es que, si lo pensamos, nuestras vidas, en general, no dan para acontecimientos históricos especialmente registrables. Es habitual saber sobre nuestros padres y nuestros abuelos, pero más allá de eso, empezamos a perder el rastro de quiénes eran nuestros antepasados, a no ser que hayan escrito un libro, escalado un ochomil o descubierto la cura para alguna dolencia, con la consiguiente calle dedicada en el pueblo. Y no me refiero a olvidar sus nombres, sino a sus vidas, qué les importaba, qué pensaban sobre algunas cosas, qué temían... Otros artículos de Mercedes Barona Con permiso de mi padre Tiempos de silencio Con permiso de mi padre Grupos y grupitos Con permiso de mi padre Ser o no ser berberechos Supongo que, en realidad, bastante tenemos cada cual con enfrentarnos a nuestra propia existencia con una cierta dignidad como para andar escarbando en las cabezas de quienes nos precedieron, y además, la sociedad actual no facilita (por la tele, los teléfonos, las prisas...) ese antiguo arte de conversar, después de una comida o en eventos familiares, los mayores explicando sus circunstancias, los pequeños aprendiendo de lo que escuchan. No es culpa de nadie, es como son las cosas ahora. Pero, de pronto, un día nos despertamos con la necesidad de hacer algo que perdure (más allá de tener hijos, que ya es perdurar bastante, aunque haya días en que nos desesperen hasta -casi- el arrepentimiento), y hay quien se decide a escribir un libro (millones de bodrios publicados cada año para regodeo de egos exigentes). Lo de plantar árboles no tiene mérito, lo difícil es hacer que aguanten el paso de los años y lleguen a dar cobijo a quienes nos sucedan. Esta semana he estado colocando, con mi padre (el señor que me riñe por poner tacos en los artículos), una anilla en una pared del campo; una anilla de las que se usan para atar a los caballos mientras los almohazas o los aparejas. Y en realidad, aunque parece un gesto nimio o rutinario, esconde más de lo que parece a simple vista: implica una tarea a medias, compartir una afición y, sobre todo, que esperas que esa afición perdure y se prolongue en generaciones venideras. Como una redonda apuesta de futuro para quienes vendrán después a preguntarse desde cuándo está eso ahí, y para agradecer, aunque no sepan a quién, la utilidad del gesto. Quizás no resuene en la eternidad, pero a menudo pequeños actos construyen un mundo para quienes los disfrutan. Feliz día, hagan que merezca la pena. Suscríbete para seguir leyendo

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