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  • El hombre de mis sueños

    » Diario Cordoba

    Fecha: 24/09/2024 01:15

    Una sola letra lo cambia todo. O no. Intimidad e intimidar se asemejan a unas mal avenidas siamesas enzarzadas en una puja continua; en ese intento de afirmación introspectiva del yo frente a tanta amenaza externa que se confabula con los demonios interiores. A Jorge Luis Borges se le quedó pequeña su Historia universal de la infamia ante las recurrentes actualizaciones de la depravación. Pero el caso Pelicot fuerza un adenda propio en nuestra retorcida capacidad de abrirle otras puertas al mal. La dramática experiencia de Gisèle Pelicot es la antítesis, incluso la némesis, del cuento de La bella durmiente. Ya sabíamos lo devaluados que estaban los príncipes azules, pero no hasta el punto de quien una vez provocase mariposas en el estómago de Giséle, se convirtiese en proxeneta de la fase REM de su señora esposa. Pocos exponentes como éste para comprobar que la perversión se fragua en entornos cercanos. Porque ese sucedáneo de burundanga no se suministraría en el descuido en un bar de copas, sino sorbiendo una vichyssoise mientras te ensopabas un telediario. Ansiolíticos para cuadrar el círculo del envilecimiento: Dominique Pelicot era el cornudo violador; el voyerista que vilmente deconstruía aquella cinta de Steven Soderbergh (Sexo, mentiras y cintas de vídeo) con el «pequeño» matiz de que la sumisión química privaba a la víctima de cualquier amago de consentimiento. Cincuenta y un hombres se sientan en un tribunal de Aviñón, la ciudad de los siete Papas y de la floración del teatro en los más indómitos escenarios. Mas aquello no es una triste farsa, sino la imputación de un delito continuado de violación (entre 2011 y 2020) a tipos que, alineados en el banquillo evocaban la imaginería de pensionistas aguardando número en un ambulatorio. Y, sin embargo, se prestaron a aquel ultraje, una fantasía que aunaba las muñecas hinchables con la química orgánica y en las que algún acusado advertía al taquillero que algo iba mal, porque su mujer parecía que iba a despertar. Otro declaró ante el Tribunal que nunca tuvo la intención de violarla, menudo frontispicio de descargo como aquel «el trabajo os hará libre» que en la cancela daba la bienvenida a los huéspedes de Auschwitz. No nos espanta la porosidad de tan bajos instintos. El ego pútrido de Dominique Pelicot se topa con un émulo de esas despreciables conductas, un discípulo en eso de drogar a tu mujer, retratando también su pequeñez al rebuscar el placer anulando la voluntad de tu esposa. Esta sociedad necesita una sentencia ejemplarizante para cortocircuitar este efecto llamada. Se puede destronar al príncipe azul, evitando que el hombre de mis sueños se transforme en pesadilla. Suscríbete para seguir leyendo

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