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  • 50 años investigando para mejorar el mundo desde Córdoba

    » Diario Cordoba

    Fecha: 21/09/2024 16:12

    Hay dos tipos de exploradores, los que salen al mundo para vivir una aventura y observan a sus gentes y culturas desde fuera y los que se dejan tocar por lo que ven y encuentran el sentido de la vida en intentar mejorarlo. La historia del trabajo de cooperación y desarrollo de ETEA-Loyola y de lo que años más tarde se transformaría en la Fundación ETEA (que aún conserva el nombre de la antigua Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Córdoba) empezó hace 50 años con uno de esos exploradores empáticos, el jesuita Jaime Loring, inspirador del proyecto. Esa etapa inicial liderada por ETEA daría lugar en febrero de 2002 a la fundación, que heredó no solo el nombre de la facultad sino todas sus redes de contactos, socios y beneficiarios. Las personas que han estado en la dirección de la fundación, Pedro Caldentey, Vicente González y José Manuel Martín, tienen claro que «todo nació en los años 80 de un trabajo impulsado por el contacto de Loring con las universidades de Centroamérica de la Compañía de Jesús». Fue ahí donde surgió una colaboración docente, de apoyo y asesoramiento, con países como Honduras, Nicaragua, Cuba o Paraguay, que iría extendiéndose con el tiempo a Asia y África hasta llegar al día de hoy. González y Martín coinciden en que la fundación se constituyó porque la actividad a principio del milenio había crecido tanto temática y geográficamente que se hizo necesario contar con una figura jurídica que diera agilidad a la toma de decisiones y que, sin perder la vinculación con ETEA, diera cierta autonomía a la cooperación universitaria. Fue así como el trabajo por el desarrollo cobró una nueva dimensión, combinando siempre la presencia en el terreno, con la investigación académica y la asistencia técnica en el diseño de políticas de transformación en los pueblos en desarrollo. «Eso es lo que distingue a la fundación de una oenegé al uso», comentan. Por un lado, «la investigación académica, que se va consolidando, además incorporándose al funcionamiento de la universidad, y por otro, la capacidad de asistencia técnica para la toma de decisiones de los decisores políticos de instituciones internacionales o de gobierno». Y es que «nada cambia si las políticas públicas no cambian», decía Loring. Trabajar en desarrollo no solo será una finalidad de la universidad sino que definirá poco a poco su funcionamiento, en la medida en que «es lo que da realmente sentido a la investigación que realizamos, enfocada siempre a mejorar la calidad de vida de las personas», apunta José Manuel Martín. «Hay mucha investigación que se publica en grandes revistas científicas que no tiene ninguna traducción en la vida de las personas, creemos que una manera de nuestra misión como universidad es llegar a esas personas que están pasándolo mal en muchas partes del mundo», añade. Actual equipo de la Fundación ETEA, que mantien el nombre de la antigua facultad de Empresariales. / CÓRDOBA El trabajo de acompañamiento realizado en Centroamérica a lo largo de tantos años ha dado importantes frutos. Uno de los casos más paradigmáticos es el de Honduras, donde la Fundación ETEA ha acompañado a los productores de café en el fomento de prácticas productivas y comerciales sostenibles y competitivas, promoviendo la participación de las mujeres y asesorando en el control de los recursos productivos y económicos. Cocafelol es ejemplo de ese trabajo. «Cuando empezamos a colaborar era una pequeña cooperativa que luchaba por los problemas de hambre de sus socios y que producía un café que malvendían a intermediarios», comenta Vicente González, que añade que «hoy es una de las cooperativas más potentes del país, referente en profesionalidad y en internacionalización de su café». No es un caso aislado, la Fundación ETEA apoya a más de 20 organizaciones de productores con gran reconocimiento en el terreno. Acompañamiento También es relevante la labor de acompañamiento realizada por la fundación en el proceso de integración centroamericano y en la elaboración de políticas regionales integrales. La raíz académica de la institución la convierte en un centro generador de pensamiento que le ha permitido ofrecer asesoramiento a las instituciones públicas (unas veces más receptivas que otras) para mejorar la vida de los ciudadanos. Ese modelo de acompañamiento, alejado de la visión paternalista y asistencial de la cooperación, es el que se ha llevado a países de África y el sudeste asiático. Productores de café de Honduras, uno de los proyectos liderados por el profesor Vicente González. / CÓRDOBA El camino de la cooperación al desarrollo nunca es lineal, advierten sus protagonistas. Hay casos como el de Nicaragua en el que fue posible avanzar durante unos años hasta que todo se fue al traste. Y es que cualquier cambio de los responsables políticos puede arruinar o ralentizar un proyecto de este tipo. La lista de personas que han participado en este proyecto a lo largo de cinco décadas es muy larga y cada vez más ancha, ya que desde que nació la Universidad Loyola Andalucía, no ha dejado de crecer la implicación de profesores y alumnado. Además de los dos presidentes de la fundación ETEA (Ildefonso Camacho y Jaime Oraá) y de los directores de ETEA ( Manuel Cabanes, Jesús Ramírez y Gabriel Pérez Alcalá), hay tres personas que han sido decisivas para la historia del trabajo en desarrollo de la institución. Jaime Loring fue determinante «por su visión preclara de la finalidad que debía tener ETEA y de la importancia de trabajar la cooperación». Francisco Amador aportó «la solidez de sus conocimientos a la hora de impulsar la cooperación, el trabajo en el terreno, la investigación y el acompañamiento técnico de las políticas públicas». El tercero es José Juan Romero, una persona sobre la que parece haber un consenso sobre el hecho de que fue quien aportó «el poso espiritual del desarrollo de ETEA-Loyola». Jesuita de profundas convicciones, aportó «una manera de concebir el desarrollo», apuntan sus discípulos, «era una autoridad moral, una mente privilegiada y al servicio de los pobres, una voz autorizada sobre cómo trasladar el trabajo de desarrollo al terreno, a la investigación...». Más recursos Entre 2004 y 2009, la cooperación española duplicó sus fondos y esa abundancia de recursos hizo posible que la fundación viviera una expansión general de sus actividades. Fue entonces cuando sus intervenciones alcanzaron a países como Camboya, Bangladesh y Timor Oriental, así como a Marruecos o Ecuador. Poco a poco, la fundación fue especializándose en materias concretas como el desarrollo rural, presente en el ADN de ETEA desde sus orígenes; la integración regional en Centroamérica; o la promoción de la pequeña empresa, trabajando las habilidades con los empresarios y apoyando el fortalecimiento de los mercados locales. La recesión que vino después de la crisis del ladrillo (2008-2009) trajo el recorte de los fondos de cooperación oficial española pero coincidió con la creación de Loyola, que selló la vinculación entre ambas instituciones poniendo a la fundación el apellido de Instituto de Desarrollo de la Universidad Loyola Andalucía en 2015, con Gabriel Pérez Alcalá como rector y pieza clave del proceso. Gaspar Rul Lan, Francisco Amador y Lorenzo Estepa, en el programa de apoyo a jóvenes emprendedores de Camboya. / CÓRDOBA En el año 2021, la Fundación ETEA elaboró un plan estratégico con un horizonte temporal que llega a 2025, que vino a fortalecer la iniciativa de los grupos de investigación en la propuesta de proyectos mientras que la fundación mantenía su función de acompañamiento y asesoramiento y las intervenciones de cooperación, investigación y transferencia. «El desarrollo siempre ha formado parte de esta institución, cuando era ETEA y ahora como Loyola», asegura José Manuel Martín, que recalca el efecto transformador que genera este trabajo para toda la comunidad universitaria. El próximo 25 de septiembre, la fundación hará un alto en el camino para mirar atrás. Tocará brindar por otros 50 años. Suscríbete para seguir leyendo

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