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  • Sueños de paz y libertad – El Heraldo

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 07/09/2024 09:02

    Es que desde que les fuera atribuido el asesinato del Zar Alejandro II los judíos sufrían los progroms, persecuciones, linchamientos, violaciones y asesinatos, razón por la cual intentaban escapar de aquel infierno. Fue así que apareció el Barón Hirsh, multimillonario filántropo que, junto a su esposa Clara, organizaron la migración a distintos países del mundo, entre ellos, Argentina: “El señor Hirsh, a quien Dios bendiga ha prometido salvarnos, a la Argentina iremos todos y volveremos a trabajar la tierra, a cuidar nuestro ganado que el altísimo bendecirá”, escribe Gerchunoff, en el primer capítulo de los Gauchos judíos, sugerentemente llamado “Génesis”, en el que la confluencia del proyecto del “Moisés de las Américas” como llamaron a Hirsch y el de un país que se abría a promover la inmigración se unieron milagrosamente. Así llegaron a nuestras tierras, a “El Carmel”, “Villa Domínguez”, “San Gregorio”, “Colonia San Vicente”, “Villaguay”, “Villa Clara” etc. para soñar con la paz y el trabajo agrícola que apenas comenzaban a conocer. Que terrible destino el de Abraham, el padre de Alberto Gerchunoff, que anheló esa vida amable, y que encontró una muerte violenta en el cuchillo artero de un gaucho malo, en un triste y confuso episodio que su hijo narra solapadamente en “Los gauchos judíos”, maravillosa obra, oxímoron que describe no sólo esa fantástica odisea, sino el deseo de los perseguidos de asimilarse pacíficamente a una Patria que les abría los brazos. Así lo sentían al menos, a diferencia de los inmigrantes que intentaron modificar un orden a todas vistas injusto, el de una Oligarquía que los invitó a “Hacer la América y que los hacinaba en conventillos, que los explotaba en el trabajo, los reprimía y expulsaba, cuando alzaban sus voces de protesta. La historia de la inmigración judía, es mi historia, esa lejana e ignota que vino de Ucrania y Lituania con mis abuelos (en ese momento, fines del siglo XIX pertenecían a Rusia), la bave y el zeide, que instalaron su nueva pobreza en “Colonia San Vicente”, donde nació mi viejo, esa pobreza tramada por los sueños de progreso y libertad. Es esa historia que constituye nuestra identidad, el origen, constituida por mitos y leyendas para nombrar un derrotero tan enigmático como dramático. Esa historia que baña nuestro ser, el de la comunidad y la familia, entre los recuerdos infantiles de la alegría de la bellísima “haba nagila” en fiestas y casamientos, gustos agridulces de las comidas y el idish como segundo idioma, mezclado entre palabras y frases. En esa tensión que entramó las tradiciones y la cultura de un pueblo y el de un país que recibió sus ansias y esperanzas, se tejió la vida de generaciones de inmigrantes y sus familias, en esa impresionante convivencia con una diversidad de pueblos y culturas que forjaron nuestros destinos, con todo lo bueno y lo malo que nos pasó a los Argentinos, con esa prehistoria penosa de aniquilación de originarios y negros, esta Patria fue el espacio común que pudimos construir, con sus orgullos e injusticias. Esa Patria común que sigue abierta, en este momento tan espacial, a la edificación de la paz y la justicia social, aun ausente, aun en falta, para nosotros y para todos los hombres del mundo que quieran habitar este rico suelo Argentina.

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