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  • No hay cosa más satisfactoria que repartir plata... pero de otros

    » La Nacion

    Fecha: 31/08/2024 13:29

    Escuchar Hace poco tiempo encontré la mejor manera de ser feliz y de encarar el resto de mi vida: recibí una fórmula que nunca falla. Es simple: no enfermarme nunca y tener mucho dinero. Y listo. La vida es mucho más fácil de lo que parece, y si logro convencer a mis seres queridos de que apliquen la misma fórmula, ellos también serán felices, y mi entorno será el ideal. Bueno, ya les revelé el secreto. Nos encontramos en la próxima nota. Ahora, hablando en serio, a veces escucho millones de consejos y soluciones macroeconómicas, como que hay que eliminar el cepo, y listo; que hay que poner un tipo de cambio competitivo, y listo; que hay que hacer crecer el producto bruto interno (PBI) y lograr superávit fiscal con mayor recaudación, sin hacer ajustes, y listo. Que hay que subir los salarios de todos los actores de la economía para que crezca el poder adquisitivo de las personas, se demanden más bienes, se genere más producción y empleo, y listo. Pero parece que la teoría no contempla las restricciones de la vida real: enfermedades repentinas, accidentes, contingencias externas, como la baja en el valor de las materias primas, climas difíciles de anticipar, o guerras cuyos protagonistas olvidan avisarnos de antemano para poder anticiparnos. Como dice el profesor Juan Carlos de Pablo, a las nubes, cuando tienen que actuar, poco les importa lo que dicen los meteorólogos. Es fácil opinar sobre el bolsillo ajeno. De ahí la vieja sentencia: si hay que agarrar una víbora venenosa, que sea con las manos de otro. Cada año muere un 0,0001% (10 de cada 100,000 personas) de la población mundial en accidentes de tránsito. Estoy seguro de que aquellos que formaron parte de ese 0,0001% nunca pensaron esa misma mañana que les iba a tocar a ellos. “A veces escucho consejos y soluciones macroeconómicas que son teoría, pero que no contemplan las restricciones que existen en la vida real” Amigos, el ceteris paribus no existe; la vida es un continuo de acontecimientos no siempre predecibles. Quien toma decisiones siempre se enfrenta a restricciones, desarbitrajes y decisiones binarias. Y ante cada determinación, reglamento, decreto o ley, habrá ganadores y perdedores. Por esa razón hay tantos lobistas tratando de empujar la moneda hacia su lado. Cuando era chico, crecí con la idea de que la escasez de energía era culpa de que nos estábamos quedando sin petróleo, y de que las megaempresas, conspirativas y ambiciosas, habían decidido mantener sus reservas bajo tierra para hacer subir los precios que los consumidores pagaban por la energía. Con el tiempo surgieron mis primeras contradicciones: el avance de la tecnología fue más rápido que el agotamiento de los recursos. De hecho, hoy se necesita la mitad de petróleo para impulsar un auto que lo que era necesario hace cinco años. Y las empresas, además de ser más productivas, cuidan más el medio ambiente. Además, las grandes corporaciones del pasado ya no existen y las empresas más grandes del mundo son más jóvenes que mis hijos. El próximo desafío pasó a ser la administración de la abundancia a menores costos. El campo experimentó una revolución tecnológica y produce mucho más en las mismas hectáreas. La minería es mucho más efectiva y eficiente. La realidad es mucho más compleja de lo que aparenta ser. “Es fácil opinar sobre el bolsillo ajeno; de ahí la vieja sentencia: si hay que agarrar una víbora venenosa, que sea con las manos de otro” Donald J. Boudreaux nos desafía a considerar la economía mundial actual en la cual miles de millones de personas, cada una con preferencias, talentos y conocimientos únicos, toman diariamente innumerables decisiones. La mayoría de ellas son pequeñas, y casi todas se ajustan en función de los resultados de las decisiones que otros van tomando. La economía mundial es increíblemente compleja y, sin embargo, funciona de manera sorprendente, tanto que la damos por sentada, y solo notamos sus fallas cuando no cumple con nuestras expectativas ideales. ¿En serio vamos a creer que es el Estado el que resolverá los desafíos de la microeconomía? ¿Que es solo cuestión de devaluar, de romper con el Fondo Monetario Internacional (FMI), o de poner control de precios? Pensemos en algo tan aparentemente sencillo como la remera que llevás puesta. No la hiciste vos. Probablemente ni siquiera sabrías por dónde empezar a hacerla. ¿Quién cultivó el algodón? ¿Quién lo transportó a la fábrica? ¿Quién aseguró estas operaciones comerciales? ¿Quién diseñó la remera? ¿Quién financió al comerciante para que tuviera la remera en stock antes de que decidieras comprarla? Como sostiene Boudreaux, vos no hiciste nada de eso. De hecho, ninguna persona hizo más que una pequeña parte de ese proceso. Y aun así, ahí está, en tu cuerpo: una hermosa remera. Nunca pensaste que cientos de personas movilizaron capital, talento, mano de obra y servicios para que hoy la luzcas. Además, en todo ese proceso que describí, las provincias, los municipios y la Nación te cobraron impuestos, por casi el 45% del valor de esa remera. “¿En serio vamos a creer que el Estado resolverá los desafíos de la microeconomía, que es solo cuestión de devaluar o de poner control de precios” ¿Cuánto pagaste por tu remera? Teniendo en cuenta el salario promedio en nuestro país, aproximadamente el equivalente a 7 horas de trabajo. Y a todos los que participaron en el proceso de producir esa remera seguramente les llevó muchas más horas de trabajo. La complejidad de las cadenas de suministro y los procesos de mercado hacen que las remeras sean algo común para la mayoría de nosotros. Pero cuando hablamos de remeras, hablamos de “la industria textil”, de “la industria minorista” y de “la demanda de los consumidores”. Estos términos pueden llevarnos a creer erróneamente que entendemos lo suficiente sobre los fenómenos que describen. No es así, y eso nos hace peligrosamente arrogantes. Exigimos que el gobierno intervenga en los mercados: que imponga un arancel a ciertos productos, que establezca un salario mínimo en un país, que controle los precios de algunos bienes. Quienes abogan por soluciones gubernamentales simples a los problemas económicos, ya sean reales o imaginarios, ignoran la inmensa complejidad de los procesos de mercado en los que desean intervenir con la pesada mano del Estado. Señores, sería bueno que cada uno de nosotros nos dediquemos a hacer lo que sabemos hacer, y que el Estado legisle para hacer viable la convivencia entre todos, que la justicia garantice la seguridad jurídica y que seamos iguales ante la ley, y que el Poder Ejecutivo administre las cuentas públicas, es decir, el dinero de los contribuyentes, de forma austera, para evitar de esa manera que haya procesos inflacionarios. En la vida ninguno de nosotros hace lo que debe, ni lo que quiere. Hace lo que puede con lo que tiene. Existen las restricciones exógenas. No hay cosa más satisfactoria que repartir plata, pero de otros.

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