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  • La serie de Milei frente al Dogma de Von Trier

    » La Política

    Fecha: 30/08/2024 19:53

    Santiago Oría, en las antípodas de Von Trier, es afecto a los efectos especiales. Ya lo demostró con Pandemonics, en donde disfrazó a Karina como un ángel. "Dicen que es la última canción. No nos conocen. Verás, sólo será la última canción si permitimos que lo sea". Selma junta dólar sobre dólar, en una lata de galletitas tipo dinamarquesas, de esas circulares que eran furor en los ‘90, en pleno auge del menemismo. Ella, una inmigrante checa, es obrera fabril y lucha contra la ceguera. Es una batalla perdida. Y acumula ahorros con la intención de afrontar una operación oftalmológica clave para su hijo, de modo de impedir que también pierda la visión. "Así podrá ver a sus nietos", se conforta, en el pequeño trailer en el que se aloja. Selma es un personaje protagonizado por la islandesa Björk, en el musical Bailando en la Oscuridad, del danés Lars Von Trier, filmada a fines del siglo XX y galardonada en el festival de Cannes en el 2000. En su momento, tuvo críticas dispares, algunas feroces, otras elogiosas. Pero verla en la Argentina actual, a casi un cuarto de siglo de su estreno, coloca a la obra en una sintonía más fina y compatible con este gélido invierno recesivo en las pampas. Esos dólares son todos cara chica, dado que la historia que relata el filme está ambientada a mediados de los años´60 del siglo pasado. Y transcurre en un frío pueblo del estado estadounidense de Washington. Vaya casualidad. Esos papeles con el rostro de Washington, Lincoln, Hamilton, Jackson y otros ex próceres norte-americanos, de cara chica (no solo los de cien, con Franklin), tan rechazados hasta ayer nomás en la Argentina, ahora son cantados en jingles de Diarco, el mayorista que los recibe sin chistar y sin que haya peligro de que un inspector de la AFIP trame nada, escondido en la caja registradora. Es más. Compite a brazo partido con otras empresas del rubro porque la recesión tiene cara de hereje y se apela a cualquier método para equilibrar las cuentas del negocio. No vamos a spoilear mucho más sobre esa película. Aunque no habría mayor problema, en estos tiempos en los que no se mira mucho más cine que el de los personajes de Marvel. A Selma esos dólares le son robados por la autoridad del lugar. Al menos un tipo de autoridad, digamos, o sea. Todo se acelera, y Selma, tan confiada en sus ahorros -que, a su modo, estaban en "el colchón", a lo argentino- de golpe debe entrar en un frenesí que la llevará a cantar una última canción. En el final, aparece la frase que encabeza esta columna. Von Trier, discutido cineasta, fue uno de los impulsores del Dogma 95, un modo de filmar muy espartano, limitado a honrar la cinematografía tradicional, en las antípodas de la profusión de efectos especiales que comenzaba a ser norma en esa industria. Bajo otro dogma, menos pretencioso, está Santiago Oría, el argentino que considera al presidente actual como un fenómeno mundial. Tan es así que está a punto de estrenar la serie "Javier Milei, de cero a presidente, el fenómeno que cautiva al mundo". Se verá en X, la niña de los ojos del amigo sudafricano Elon Musk. Oría, en las antípodas de Von Trier, sí es afecto a los efectos especiales, tal como se puede observar en su cortometraje Pandenomics. Allí actúa el hoy presidente, ensayando sus ya habituales monsergas, plagadas de insultos, y las típicas estadísticas adobadas al estilo Curly, o sea poniendo cualquier cosa en la olla de lo que está cocinando. El corto, de 2020, es delicioso, como adjetivaría el viejo crítico Carlos Morelli. En él se puede observar a la actual secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, con un par de alas adosadas a su espalda, en seguramente involuntario homenaje a Las alas del deseo, del alemán Wim Wenders. También a la cosplayer -y actual competidora de Yanina Latorre- Lilia Lemoine, super heroína que le pide a su líder en la ficción -y en la realidad- que destruya el Banco Central, porque "está haciendo de las suyas". Efectivamente, el luego diputado nacional rompe a golpes de maza una maqueta del edificio monetario. ¿Le habrá dado miedito al hierático Miguel Pesce? Incomprobable. El guion -por así denominarlo- transcurre en la más profunda y oscura de las noches. Los complotados, enfervorizados, terminan bailando en la oscuridad. En otro rendez vous a Von Trier. Como en una última canción, activando un pogo desenfrenado. Como todo tiene que ver con todo, uno piensa en la infausta jornada en la que a Axel Kicillof se le ocurrió pedir una "nueva canción", porque, digamos, o sea, la que ya sabemos todos está agotada. En vez de ponerse a componer, Máximo Kirchner y sus Mayras le saltaron a la yugular. Desgano por el arte, pongámosle. Pero lo cierto es que, objetivamente, Zamba de mi esperanza, ya no daba para más. Hasta Los Chalchaleros dejaron de cantarla. Mucho bombo. El problema es qué cancionero ponerle a estos tiempos de oscuridad libertaria. Un remixe de Canción para mi América, de Daniel Viglietti, no da. "Dale tu mano al indio, dale que te hará bien..." y estrofas de ese tipo, serían incorrectas hoy día. Primero, no rimaría glosar "dale tu mano al originario..." y luego que podría sonar a mapuche, que se sabe que son separatistas como los de la vieja ETA -un plan Andinia a la aborigen-. . Larguemos, que vamos a preocupar a Patricia Bullrich, además. Pensándolo bien, vaya a saber por qué Máximo -y Cristina- Kirchner se molestaron por el asunto ese. Después de todo, el movimiento de la nueva canción fue una movida muy fuerte de los años ‘60, que revolucionó enormemente el repertorio musical popular en América latina y en España. De izquierdas, obviamente, en su origen. ¿En dónde quedó ese sesentayochismo del que se acusó tantas veces a la ex Presidenta? Después de todo, a Axel se lo cataloga de "comunista" en los pasillos del actual oficialismo, y en la verba del propio Milei. Más coherencia, imposible -de paso, digamos que Selma, la de la película, termina siendo acusada de comunista, en el marco de la guerra fría en la que transcurre la historia-. O bien podrá echarse mano a alguna idea procedente de la Nova Cançó, que en pleno franquismo batalló para que los cantantes catalanes pudieran hacerlo en su idioma de procedencia, y no en castellano. Lo que no le gustaba nada a los franquistas, claro está. Pero una nueva canción habrá que encontrar. Me gustan los estudiantes, no, porque arman mucho bardo en defensa de las universidades públicas; una de Lito Nebbia, adaptada al siglo XXI, tampoco, porque por ahí te la entona Alberto Fernández con su guitarra. Y ahí sí que se termina el peronismo para siempre. "Dicen que es la última canción. No nos conocen. Verás, sólo será la última canción si permitimos que lo sea".

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