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    » Diario Cordoba

    Fecha: 04/08/2024 04:13

    Así tituló uno de sus poemas Antonio Garrigues Walker, en el que daba un repaso, entre brisas de versos libres, a la situación de nuestra sociedad post-moderna. En sus estrofas finales nos decía: «Tenemos que ser vírgenes de nuevo, / aprender la ignorancia verdadera, / la ignorancia que sabe lo que nunca sabremos / y lo poco que importa el no saberlo / y el enorme placer de la impotencia». En los versos finales, Garrigues nos hacía reflexionar a fondo: «Y luego, cualquier día, amanecer despacio / y salir con el sol y un traje limpio / a ver la luz cuidando de sus sombras, / al ruido y al silencio entremezclándose, / al bien y al mal tejiendo sus inercias / y dejarse morir tranquilamente, cuando llegue el momento. / O vivir con decencia y con sentido». El poema es toda una «meditación de verano», para reflexionarla entre silencios de mar o de montaña. Brevemente, parodiando la sugerencia de Antonio Garrigues, me atrevería también a decir para mis adentros «lo que hay que hacer en esta hora». Lo primero, encender la mirada para contemplar el mundo desde el balcón del asombro y del misterio; y descubrir, poco a poco, paso a paso, sus secretos a la luz de la fe, y sus claves, a la luz del amor. Lo segundo, maravillarnos extasiados ante el don de la vida, un don que nos ha sido dado, como decía Tagore, y que «sólo se merece dándolo», y apostar siempre por la «cultura de la vida», transmitiéndola, respetándola, enriqueciéndola. Lo tercero, abrir de par en par los ventanales del alma, para que penetre la fuerza del Espiritu, el mundo invisible de las maravillas inexplicables, el firmamento de las virtudes sublimes, la inmensa fuerza del amor fraterno. Lo cuarto, descubrir la felicidad, y antes, mucho antes, las ansias de plenitud que nos definen, las ganas de vivir y de existir que, como olas ardientes, abrasan nuestros costados. Lo quinto, buscar en nuestro interior la razón de nuestros pasos, el sentido de nuestra existencia, la meta luminosa de nuestro peregrinar continuado, siempre anhelantes por los senderos de la historia. Lo sexto, «ajustar» ideas y palabras, «conectar» palabras y conductas, «desarrollar» vidas y argumentos: ser coherentes. La coherencia es el timón más seguro para evitar naufragios, decir lo que pensamos y pensar lo que decimos, para hacer después lo que hemos decidido. Lo séptimo, encender nuestra humilde cerilla, sostenida en las débiles manos, como hicieron aquellos espectadores del magnifico estadio a oscuras por completo; aportar nuestro trozo de pan y nuestro pez, para que se produzca así la multiplicación de los panes y los peces. Lo octavo, vivir el momento presente, llenándolo de amor; desterrar la palabra «mañana» de los labios del alma, porque «mañana puede ser tarde», sustituyéndola por ese «hoy» urgente y apretado. Lo noveno, soñar, soñar siempre, y seguir soñando aunque sea despiertos, soñar con el corazón y la mirada, como soñara aquel cardenal Carlo Maria Martini: «La Biblia, como libro de Europa»; la sociedad, como «templo de testimonio», y el mundo como «escenario de los más bellos encuentros». Lo décimo, perseverar, no tirar la toalla, estar en nuestro sitio, porque si cada uno acepta ser quien es, se atreve a ser y se resiste a la manipulación, reaccionará, no con violencia pero sí con energía, a la falsificación general, que se está llevando a cabo en la sociedad de esta hora. Junto a este «abanico» de sugerencias, los versos de Alberti, como olas de un mar en calma: «Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza, / que los años en mí, no son hojas, son flores, / que nunca soy pasado, sino siempre futuro». Al fin, como proclama el papa Francisco, «la fe y la vida crecen por testimonio, no por proselitismo». *Sacerdote y periodista Suscríbete para seguir leyendo

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