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  • El dilema de la "Grieta"

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    Fecha: 04/07/2024 08:06

    La noción de que sería útil para el país superar la grieta depende, en gran medida, de lo que se entienda por “superar la grieta”. Si esto implica establecer un “gobierno de técnicos” desideologizados, el intento probablemente se vea frustrado. Los técnicos, aunque no lo parezca, deben tomar decisiones difíciles que inevitablemente se apoyan en juicios morales. Por ende, sus decisiones serán percibidas como más o menos liberales, progresistas o conservadoras, según el punto de vista de cada uno. Encomendar a técnicos la tarea de realizar un ajuste en el gasto público, por ejemplo, implica previamente aceptar la idea misma del ajuste, lo cual ya es una posición ideológica en sí misma. Por otro lado, si superar la grieta supone implementar políticas de distinto tipo ideológico, los resultados difícilmente serán satisfactorios y probablemente resulten inestables. Las políticas mixtas siempre dejarán a algún sector disconforme. Por ejemplo, si una de las posiciones considera que el “motor del desarrollo” nacional es el aumento y la creación de impuestos, es difícil imaginar un acuerdo que funcione en la práctica y contente a todos, especialmente cuando la otra mitad busca reducirlos o eliminarlos. Si, más fundamentalmente, un lado de la grieta no cree en la inviolabilidad de la propiedad privada mientras que el otro sí, el rompecabezas parece insoluble. El verdadero desafío radica en encontrar un camino que permita construir un consenso genuino sin sacrificar los principios éticos y morales fundamentales de cada lado. Esto no significa abandonar las diferencias ideológicas, sino aprender a manejarlas de manera que se puedan alcanzar acuerdos mínimos y avanzar en temas cruciales para el desarrollo del país. La historia ha demostrado que los pactos políticos, como el de la Moncloa en España, pueden ser exitosos, pero requieren de una voluntad política real y un compromiso profundo de todas las partes involucradas. Estos problemas consecuencialistas, al final, nos conducen al terreno deontológico. Y es que, en realidad, la “grieta” no se refiere tanto a los resultados que se busca conseguir con las políticas públicas sino que tiene que ver con los principios ideológicos que están detrás de cada postura. Retomando el ejemplo anterior: si uno no cree que aumentar la carga impositiva es bueno para el país, aún así puede apoyar la creación de impuestos por ideales de “justicia social”, aunque estos sean debatibles. En el caso de la propiedad privada, está claro que más allá del argumento consecuencialista puede también pensarse en si está bien o no en sí mismo poder ser dueño de algo. Y aquí está el núcleo de esta breve reflexión: la grieta en Argentina es ideológica y es extraordinariamente ancha. No se discute solamente sobre medios para llegar a un mismo fin, como puede ocurrir en otros países, sino también sobre esos mismos fines; y lo grave es que uno de los dos lados de la grieta se muestra persistente y dispuesto a avanzar sobre el otro para conseguir los suyos. Impuestos, expropiaciones, órdenes, prohibiciones, autorizaciones, remociones o creaciones de cargos con el fin de someter: prácticamente todas las decisiones y políticas públicas del gobierno invariablemente llevan, desde el Estado, a la destrucción del otro lado de la grieta. Este enfoque, más que promover un diálogo constructivo, fomenta una lucha de poder donde el objetivo no es tanto llegar a un acuerdo como eliminar la oposición. En este contexto, las políticas públicas se convierten en herramientas para consolidar un poder que se percibe como legítimo solo si es absoluto. La visión de una sociedad donde las diferencias se resuelven mediante el consenso y el respeto mutuo queda relegada a un segundo plano, y lo que emerge es un escenario de confrontación constante. Es crucial entender que, para superar esta grieta, no basta con proponer soluciones técnicas o acuerdos de corto plazo. Se requiere una transformación profunda de la cultura política del país, donde el respeto por las diferencias ideológicas y el reconocimiento de la legitimidad del otro sean pilares fundamentales. Esto implica, por supuesto, un compromiso real y sincero de todas las partes para trabajar en conjunto, no desde la imposición sino desde la cooperación. Es cierto que, en el otro lado de la grieta, se observa indecisión o, en el mejor de los casos, una mezcla de buenas y malas ideas de peligrosa similitud a las que tanto se critican. Sin embargo, en líneas generales, la grieta no separa a dos ovejas que no saben hacia dónde ir sino más bien a una oveja de un lobo. Buscar la superación de la grieta sin más conduce a que el gobierno, en el mejor de los casos, solo se quede a mitad de camino en destruir lo que tiene enfrente, pero sin detener esa destrucción. Por este motivo, no hay que caer en la “neutralidad” o en la idea de una “Corea del Centro” superadora. Esta analogía en particular es increíble, porque quienes la usan anteponen una democracia rica a una dictadura pobre y, aun así, son incapaces de distinguir no solo lo útil de lo inútil, sino lo que está bien de lo que está mal. Definirse como “coreacentrista” debería ser inadmisible: que no lo sea muestra hasta qué punto lo que queda del país se encuentra en peligro. La “neutralidad” o el “centro” no son soluciones viables cuando uno de los lados busca sistemáticamente la destrucción del otro. El kirchnerismo ha demostrado en numerosas ocasiones su disposición a someter a diversos sectores de la sociedad a sus designios, utilizando el poder del Estado para imponer su visión de país. Esta dinámica no solo erosiona la confianza en las instituciones democráticas, sino que también perpetúa un ciclo de confrontación y conflicto que dificulta cualquier intento de progreso sostenible. En este contexto, buscar un término medio no solo es ingenuo, sino peligroso. La idea de una “Corea del Centro” implica un equívoco fundamental sobre la naturaleza del conflicto en Argentina. No se trata simplemente de encontrar un punto intermedio entre dos extremos, sino de reconocer que hay principios fundamentales en juego que no pueden ser comprometidos sin consecuencias graves para la libertad y la justicia en el país. Mantener una clara diferenciación entre las posturas es esencial para preservar lo que queda de la democracia y el estado de derecho en Argentina. Ceder ante la tentación de la neutralidad equivale a permitir que los principios y valores que sostienen una sociedad libre sean erosionados paulatinamente. Es necesario, por tanto, que los ciudadanos y los líderes políticos se mantengan firmes en la defensa de estos principios, rechazando cualquier forma de acuerdo que implique una renuncia a los mismos.

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