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  • Ramiro Minasso: de Berisso a Suiza, a puro “juego” con el contrabajo

    » El dia La Plata

    Fecha: 03/07/2024 10:24

    Ramiro Minasso (22) se formó durante ocho años en la Orquesta Escuela de Berisso, una institución en la que se sintió contenido desde el inicio y en la que se instruyó a la par de otros compañeros con profesores que no le impusieron distancia sino más bien el apoyo, el juego y el abrazo. Así, este joven contrabajista platense aprendió a tocar con el corazón y por eso, ahora, que desde el año pasado se especializa en una destacada escuela en Ginebra, Suiza, le llama la atención cuando otros alumnos tocan a la perfección “pero en su sonido les falta algo” que no se enseña en todos lados, según dice en diálogo con EL DIA. Y fue precisamente ese “algo” lo que a él, aún a pesar de las exigencias técnicas que le faltaban pulir, le permitió avanzar en el examen de ingreso a la institución en la que se forma y a la que llegó tras una estancia en Francia, país al que llegó sin hablar una gota de aquel idioma que ahora entiende y habla con naturalidad. Siempre le agradecerá estas oportunidades a la Orquesta Escuela de Berisso, que este año cumple 19 años de la mano de un proyecto social, colectivo y musical que sigue “en construcción”, como le gusta decir a su coordinador, Juan Carlos Herrero. Ramiro acaba de volver a La Plata después de un año y medio. Está emocionado con este regreso que lo trajo justo para la fecha de su cumpleaños y en pleno furor de la Copa América. Pasará en la Ciudad un mes y medio, lo que dure el receso de vacaciones suizo, y volverá a Europa. Aquí aprovechará para ser parte de una serie de conciertos (ver aparte) que lo tendrán como invitado especial. Para la Orquesta Escuela de Berisso es un ejemplo a seguir para el resto de los cientos de alumnos que toman clases en los barrios más vulnerables de Berisso donde funcionan los núcleos de formación en donde los profesores dictan sus clases. Clases a las que, como Ramiro, muchos niños llegan sin tener una idea clara sobre qué esperar, pero en las que terminan encontrando herramientas (humanas y profesionales) para poder desenvolverse en el futuro. De niño, Ramiro soñaba con jugar a la pelota y, más adelante, con ser periodista deportivo. Aunque le gustaba la música, nunca había tomado clases de manera formal, solo de flauta dulce en la primaria. En su familia tampoco hay artistas, y ninguno de sus tres hermanos se ha inclinado por algún instrumento. Ramiro conoció a la OEB en 2014, gracias a un amigo de su familia que lo impulsó, Matías Oliver, que era profe de la institución y que lo invitó a presenciar una clase en El Carmen en donde descubrió que el contrabajo era contrabajo y no violonchelo como creía. Todavía recuerda su primera reacción: susto. El contrabajo, su porte, le impuso respeto. “Yo era muy chiquito, y el instrumento era gigante”, recuerda, entre risas, sobre cómo fue su primer encuentro con el instrumento. En aquel entonces, Ramiro tenía 12 años y le entusiasmó tanto la metodología de enseñanza (destaca el sentido de pertenencia, los vínculos de amistad que se forman, la formación colectiva y, sobre todo, el aspecto lúdico de la enseñanza) que “me terminé enganchando”. Ni siquiera frenó su impulso los viajes que, tres veces por semana, realizaba desde La Plata hasta Berisso para ir a estudiar a contraturno de su formación secundaria. A medida que fue creciendo en años y experiencia con el contrabajo, fue pasando por diferentes formaciones de la OEB (inicial, juvenil, filarmónica, etc). Aunque él marca como una bisagra en su preparación su paso por la Camerata Académica que dirige el maestro José Bondar, que lo formó entre 2018 y 2022. “Ahí notás que hay un cambio muy grande entre lo que uno viene tocando y lo que es la vida profesional. Entonces decís, ‘apa, es otra cosa, hay que tomárselo con otra cabeza, hay que empezar a estudiar un poquito más, hay que ver la música de otro modo’. Y ahí me entusiasmé más porque, además, nos daba la posibilidad de tocar como solistas con tus compañeros. Se empezó a poner difícil, pero me encantaba”. Y cuando estaba en pleno ascenso, llegó la pandemia. Ramiro, que terminó el secundario en 2019, se había anotado en el Conservatorio pero no llegó a arrancar. Era 2020. Con la OEB, siguió estudiando de manera virtual pero se desmotivó, como muchos. “Dentro de la formación es tan importante el hecho de compartir con otros, que es básicamente lo único en lo que uno piensa en el momento de ensayar, y el hecho de estar solo en mi casa, hizo que me costara bastante”, relata sobre el momento en el que creyó estar “tocando fondo” con la música, y en el que hasta pensó en abandonar y dedicarse a otra cosa. Estaba frustrado. Pero de a poco volvió la presencialidad y un concierto en la Catedral, con barbijo y distancia mediante, le dio el nuevo envión que necesitaba. Y en ese envión, Ramiro, que ya había viajado a otros países en el marco de diferentes proyectos musicales, empezó a buscar propuestas de estudio internacionales. Así llegó a la convocatoria de músicos para un festival de contrabajos que se iba a desarrollar en Perpignan, al sur de Francia y al que, gracias al aporte solidario de muchas personas (incluso de la OEB, que realizó con algunas de sus formaciones conciertos benéficos), y una ayuda estatal, logró viajar. En ese viaje, que fue en 2022, aprovechó para tomar clases en Italia y Portugal. “Conocí gente increíble. La verdad es que fue un viaje que cambió todo, porque cuando volví a Argentina, el profesor que organiza el festival me llamó para que fuera a estudiar allá”, cuenta. Según Ramiro, una chica francesa -ahora su amiga, Emma- le dijo al profesor que él tenía muchas ganas de ir a estudiar a Europa, y el profesor, viendo que tenía un don que pulir, lo ayudó. Los franceses hicieron una colecta y le pagaron el pasaje. También le consiguieron alojamiento en una casa de familia en la que, a modo de retribución, le dio clases de contrabajo al pequeño hijo. Él, que llegó a Francia dos días antes de la final del Mundial en diciembre de 2022, todavía no puede creer los gestos de solidaridad y cariño que tuvieron con él. En Francia, una pequeña localidad llamada Pau lo recibió y allí el profesor lo formó para dar un examen súper exigente para entrar en alguna academia respetada. Las primeras semanas no fueron buenas, confiesa: “El francés me explotaba la cabeza y lloraba de vez en cuando diciendo ‘¿por qué estoy acá? No entiendo nada’, hasta que en un momento hacés un clic en el que, por supervivencia, empezás a entender un poco, y te empezás a comunicar”. Hasta ese entonces, todo pasaba por intermedio del traductor del teléfono. Aunque había tres opciones de academias para estudiar (Lyon en Francia, San Sebastián en España y Ginebra en Suiza), terminó siendo aceptado en la Haute École de Musique de Genève, a la que ingresó en septiembre del año pasado. Allí comparte un departamento con otro joven contrabajista argentino y, en sus ratos libres, alimenta el Luce Tango, el sexteto de cuerdas que creó y con el que interpreta tangos como una forma de sentirse más cerca de casa. En Ginebra, le quedan dos años de formación y después, verá. “Pero sinceramente no lo sé, aunque me gustaría poder estar acá, siento que es a donde pertenezco”, confiesa el joven que nunca soñó con este presente aunque sí soñó con llegar a la Sala Ginastera del Argentino, algo que muy pronto concretará. “Pero este presente nunca me lo imaginé porque uno lo toma como un juego, como un momento de compartir, de salir un poco de la casa, de la escuela, de todas esas obligaciones: es ir a jugar. A mí me gusta mucho el hecho de, como se dice en inglés y en francés también, jugar con el contrabajo. No se dice tocar el contrabajo, se dice ‘play’, se dice ‘jouer’, se dice jugar porque es literalmente eso: estás jugando, no estás tocando, porque si tocás, se pierde la magia”, define Ramiro, feliz con este regreso.

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