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  • Gobierno de Milei: etapas provisorias en un mundo inestable

    » La voz

    Fecha: 01/07/2024 00:19

    Pánico. La palabra usada por los principales medios de Estados Unidos no fue elegida al azar, sino por lo extremo e intenso de su significado. La incluyeron, entre otros, el título principal del diario The Washington Post; la tapa en rojo de la revista Time; la síntesis en portada que hizo The New York Times. El espanto fue la principal lectura del fracaso del presidente Joe Biden en su primer debate con Donald Trump. En el caso del diario neoyorquino, la reacción fue más a fondo. Publicó ayer una nota de su consejo editorial cuyo título lo dice todo: “Para servir a su país, el presidente Biden debe abandonar la carrera”. El argumento de la nota es que Biden tiene razón al decir que en noviembre se juega el futuro de la democracia norteamericana, porque Trump ha demostrado ser “una figura errática e interesada, indigna de la confianza pública”, que ha prometido gobernar esta vez sin las restricciones que imponen las instituciones políticas de los Estados Unidos. En el mismo debate que protagonizó esta semana, Trump se negó a prometer que aceptaría una derrota y volvió a utilizar la misma retórica que incitó el ataque de sus seguidores al Capitolio. Pero precisamente porque ese riesgo es real, Biden debe admitir que ya no está en condiciones de enfrentarlo. No se puede esperar que los votantes ignoren lo que en ese debate fue evidente: Biden no es el hombre que era hace cuatro años. Seguir eludiendo esa realidad es una apuesta temeraria. “El mayor servicio público que Biden puede brindar ahora es anunciar que no seguirá en la contienda en busca de la reelección”, publicó en su tapa The New York Times. El sismo político de primera magnitud que se está produciendo en la potencia más destacada de Occidente tiene un impacto global. Todos los bloques regionales observan y se posicionan ante la nueva escena, con la anticipación que la incertidumbre permite. Una escena que ya cambió, porque la percepción generalizada de un Biden senil para ejercer su cargo complica no sólo su candidatura, sino su presidencia actual. En este contexto de alta inestabilidad, el Gobierno argentino asumió que comenzó una segunda etapa de su administración. No tanto porque después de un semestre consiguió superar el bloqueo parlamentario y obtener la sanción de la Ley Bases, sino porque el Fondo Monetario Internacional le notificó que no habrá nueva asistencia financiera sin una revisión integral de los límites que tocó el programa económico. La secuencia prometida Como señal política, al triunfo parlamentario lo obtuvo el gobierno de Javier Milei el día que la oposición intentó sin éxito voltear la sesión del Senado por medio de la coacción callejera. Desde ese momento, restaba saldar la letra chica, y ese trámite, que no era menor, lo terminó esta semana la Cámara de Diputados. Pero esa señal fue descontada por la economía el día que sucedieron los hechos violentos contra el Senado. Lo que queda pendiente es cuál será la reacción de Milei ante el pedido de revisión del programa económico y de mejora integral en la calidad de gestión administrativa del Estado. En ese sentido, hubo algunas definiciones clave: la que enunció el propio Milei sobre el rumbo económico en lo inmediato y las que anunciaron el ministro Luis Caputo y el presidente del Banco Central, Santiago Bausili. Caputo salió a descartar otra vez una devaluación, pero sobre todo a diferir hasta la reglamentación de la Ley Bases una reducción del impuesto Pais. Y a alejar para una tercera etapa, sin fecha definida, una salida del cepo cambiario. Bausili explicó la segunda etapa que comienza: sincerar los pasivos remunerados del Central mediante la transferencia de esa deuda, alimentada con emisión inflacionaria, al Tesoro. Es decir: al lugar donde puede licuarse si el Gobierno mantiene el superávit fiscal. Acaso sea esta novedad la que Milei quiso enunciar al decir que lo que viene es un nuevo “régimen monetario”. La expresión que usó fue lo bastante ambigua como para mantener las dudas que tiene el FMI sobre la intención de Milei de avanzar hacia una dolarización endógena. Mientras, por la paralela pide dólares frescos para evitar una nueva devaluación; la misma que están esperando los exportadores para liquidar la cosecha. La tensión con el FMI es una circunstancia nueva que se inscribe en aquella escena global altamente inestable, porque, por encima de los informes del staff técnico, pueden primar las decisiones políticas de los gobiernos que lo dirigen. Milei ha realizado una apuesta a pleno al triunfo de Donald Trump. Esa decisión tiene componentes inciertos: el tránsito del programa económico hasta noviembre y que los demócratas fracasen contra Trump. En términos políticos, la segunda etapa anunciada por el Gobierno tiene al menos dos condicionantes. El más favorable es la crisis ostensible en el espacio opositor. La coacción callejera desplegada para impedir la sanción de la Ley Bases ha introducido un debate: ¿la izquierda violenta sigue siendo un recurso funcional al peronismo? ¿O es al revés: el peronismo ha quedado prisionero de la narrativa que legitima esos métodos? El segundo vector en desarrollo debería preocupar al Gobierno, porque aquello que es su principal logro se puede transformar en desafío. La inflación baja a un ritmo mayor que el esperado. La demanda central que impulsó a Milei hasta el poder puede mutar paulatinamente hacia otros espacios de la vida material: la creación de empleo y la recuperación de la actividad económica. Ese cambio puede fortalecer a Milei si da en la tecla con las etapas que anuncia para la gestión económica. Son demandas que requieren de una narrativa distinta. El error de la oposición ha sido hasta el momento apostar a la impaciencia. El que debe evitar Milei es el de defraudar la esperanza.

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