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  • Un GPS para no perderse a Borges

    » Clarin

    Fecha: 28/06/2024 06:09

    El primer contacto que tuve con Jorge Luis Borges fue a través de la imitación de Mario Sapag, que en un exitoso programa humorístico de los ‘80 lo mostraba como un anciano que pedía disculpas por su ignorancia, gracioso en el balbuceo y en la mirada perdida. Para mí, Borges era solo un nombre y el eco de una fama, como puede serlo hoy el Duki, que viene de llenar el Bernabeu pero al que nunca escuché cantar. Sí: sabía que Borges era un gran escritor, que se le negaba el Nobel, que cada tanto le hacían entrevistas reverenciales en los medios, pero mi desordenado camino de lector de mesa de saldos nunca me había llevado hacia él. Mi Borges, pues, era Sapag. Rome,1981. Jorge Luis Borges posa en el Hotel Westin Excelsior, Hay autores que se vuelven sacramentos. Evitarlos es pecar. Por eso me forcé a leerlo y por eso tropecé mal. Leer a Borges me resultaba como nadar en un engrudo. Hasta que un día, ya en los noventa, le confesé mi debilidad a Alberto, un corrector que era borgeano de ley. Entonces me prestó un tomo de las Obras Completas en cuento y me señaló con papelitos una hoja de ruta. Funcionó. Borges dejó de ser sólo un nombre y un eco para convertirse en un mundo exótico y atractivo donde habitaban cuchilleros, una mujer que planea una venganza sofisticada, pandilleros de Nueva York y una “pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”. Acorté distancias con él, le perdí el miedo y disfruté de muchas de sus creaciones. Borges, la gran bestia pop de la literatura argentina. Libro de Daniel Mecca, publicado por AZ. Hoy, el poeta Daniel Mecca hace lo que Alberto, el corrector, hizo por mí: en su reciente libro “Borges, la gran bestia pop de la literatura argentina” (AZ) ofrece una guía eficaz para recorrer los textos del gran tótem sin morir en el intento. Su propuesta es lúdica: un bálsamo para no amilanarse ante el bronce. De arranque mete referencias a Spiderman, Jagger y al Álbum Blanco de los Beatles, y enseguidita nomás sugiere un “scrolleo” borgeano sobre las diez obras clave que hay que leer. Se pregunta luego si “El Aleph”, la pequeña esfera tornasolada que yo descubrí gracias a Alberto, puede ser un vaticinio del hoy omnipresente Google y lo relaciona con otros relatos de Georgie, como, por ejemplo, “Las ruinas circulares” o “Funes el memorioso”. Mecca arma un GPS que, tratándose de Borges, sirve para entrar al laberinto y no para salir. A partir de “El jardín de los senderos que se bifurcan” nos lleva hacia la teoría de los multiversos y de allí hacia los dibujitos de “Rick and Morty”, a la serie “Dark”, a Stephen Hawking y a la idea inquietante del Borges lector como un agujero negro.

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