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  • Francia (y no solo Francia) entre los preferible y lo detestable

    » Clarin

    Fecha: 28/06/2024 06:09

    Una reflexión de Raymond Aron sobrevuela la controversia que intenta definir Francia en las elecciones de este domingo y en general sobre las derivas europeas y las de EE.UU. El polémico filósofo y sociólogo sostenía primero que todas las luchas políticas son moralmente dudosas y segundo que “no se trata de una lucha entre el bien y el mal, sino entre lo preferible y lo detestable”. Las elecciones en Francia de este domingo contraponen a dos fuerzas de derecha. Una clásica, de centro, liberal y extraordinariamente esquemática que es el legado de Emmanuel Macron, posiblemente en su último recorrido político tras la arriesgada maniobra de adelantar las elecciones sin medir el tamaño del abismo adelante. Y otra, emergente, aunque venga de lejos, con Marine Le Pen en los controles y que combina cuotas de nacionalismo extremista y populismo económico con promesas de soluciones a los vastos problemas sociales del país sin indicar, de momento, los cómo. El candidato de esta fuerza que pretende cohabitar como premier de modo combativo con Macron, es un licenciado en geografía, Jordan Bardella, de 28 años, que es la última reencarnación del partido de origen fascista y furiosamente anti judío y xenófobo que fundó Jean Marine Le Pen en 1972 con el nombre de Frente Nacional. Su hija Marine, quien alimentó su carrera política con financiamiento fluido de la Rusia de Vladimir Putin, se ocupó de pasteurizar el movimiento, cambiándole el nombre a Rassemblement National (Reagrupación Nacional), esterilizando las referencias anti semitas y racistas de sus cimientos y últimamente corriéndose de la disputa personal por los asientos del poder. El capítulo de marcar una necesaria distancia con Moscú le tocó al flamante discípulo, quien, a diferencia de su jefa, ha multiplicado las declaraciones que subrayan el rol central de Francia respecto a la OTAN y Ucrania, añadiendo apenas la objeción de no permitir a Kiev usar libremente las armas occidentales, un compromiso bañado de formalidad. Como en la Italia de Meloni Existe una evidente sonoridad en el mensaje con la gestión de la italiana Giorgia Meloni del neofascista Fratelli de Italia, cuyos discursos frente a la andaluza y franquista Vox en plena campaña hubieran hecho palidecer a los epitomes de la alt-right actual, pero que ya en el cargo aterrizó de modo vertical en la moderación. Emmanuel Macron con la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Foto AP Quizás ellos leyeron antes el pensamiento educador de Aron sobre lo detestable. Pero ciertamente estos giros no aplacan contenidos del discurso que alarman desde visiones que podemos llamar sin maldad, como puristas. Robert Zaretsky, docente de Historia francesa en la Universidad de Houston, citaba hace años en Foreign Affairs a Raphaël Glucksmann, hijo del famoso André, quien posiblemente con las nostalgias de su padre, remarcaba una observación central sobre cómo están las cosas. Denunciaba la decadencia de las instituciones, pero en especial de los ideales que alguna vez unieron a la sociedad francesa y, por lo tanto, la frustración y el miedo entre aquellos que no pueden encontrar su lugar en el torbellino de la globalización. Aludía también a una inmigración que no se reconoce o no la dejan reconocerse francesa. Como ejemplo relata una conversación con un trabajador siderúrgico jubilado. El hombre se mostraba perplejo “porque sus dos hijos habían votado por Le Pen. Durante la mayor parte de su vida, explicó el trabajador, fue pobre, pero, decía, tuvo el sindicato, la fábrica y el partido. Estas instituciones habían colapsado. Por eso según este obrero, aunque sus hijos estaban mejor que él, consideraba que estaban solos y no tenían nada". Para Glucksmann, la desintegración de las estructuras sociales, políticas y profesionales que formaron las vidas e informaron los valores de las generaciones anteriores, dejaron aislados a los jóvenes de hoy. Mientras sus padres vivían en un mundo “saturado de significado y mitos, ya fueran de izquierda o de derecha”, la experiencia de los nuevos ha sido todo lo contrario. “Nacimos en un mundo donde el problema no es demasiada ideología, pero su antítesis: el vacío. La tarea ya no es romper las cadenas que nos atan sino retejer los lazos que nos mantienen unidos”, sostenía el joven Glucksmann . La realidad es hereje y disputa ese idealismo. En Francia, como en casi todo el mundo hoy no hay una izquierda real, que es el lugar que pretende ocupar Jean Luc Mélenchon, el extravagante líder de la Francia Insumisa. Nadie que se considere genuinamente de izquierda se identificaría con la tiranía de Nicolás Maduro, el kirchnerismo personalista o la experiencia totalitaria nicaragüense, como profesa este ex ministro socialista. En la alianza de “izquierdas” formada para la ocasión, aparece el ex presidente François Hollande, un socialdemócrata al estilo de Mitterrand, quien le ha reclamado a Mélenchon que calle porque espanta a los votantes. Esa riña es un patético reflejo de la decadencia terminal de esa vereda que otrora fue determinante. Promesas de campaña Francia confronta un problema de insatisfacción social, que es en cierto modo epidémico en este presente de alta concentración del ingreso, lo que explica el brote antisistema y estas formas de derecha. Vigorosas especialmente por aquello de los ideales en crisis y la partidocracia ausente, que convierte al voto menos en alternativa que en protesta contra lo que hay. En este punto son interesantes las formulaciones con las que el lepenismo busca atraer a los votantes plantándose en esa herida social. Bardella ha prometido desde el sillón de premier endurecer las normas de inmigración para facilitar la expulsión de los “extranjeros islamistas” -siempre demonizados- y acabar con el derecho a la nacionalidad francesa para los nacidos en el país. Dato a pie de página, Bardella es hijo de un matrimonio italiano mudado a Francia. También Donald Trump, que comparte con mayores dosis estas cuotas de xenofobia, es nieto de inmigrantes. Veamos lo más importante. El programa incluye la baja del IVA del 20% al 5,5% en las facturas de electricidad y gas, muy caras en Francia, así como en el combustible, también costoso. Del lado de los salarios canjearía aumentos de hasta 10% a cambio de exenciones en los aportes patronales. Jordan Bardella, el candidato de ultraderecha. Foto Reuters En cuanto a las jubilaciones, si bien camina en puntas de pie sobre el tema debido a la crisis que hunde al sistema, ha prometido revocar ciertos capítulos de las reformas de Macron, que, en medio de protestas callejeras, había elevado la edad mínima de jubilación de 62 años a 64. En cambio, promete que quienes cuenten con 40 años de aportes y hayan comenzado a trabajar a los 20 se jubilen a los 60. Los demás, 62. Es fácil preguntarse cómo se financiará ese atractivo. El Institut Montaigne, un grupo de expertos liberal, estima que, con la base del manifiesto de Le Pen en las presidenciales de 2022, el RN en el gobierno costaría 100.000 millones de euros adicionales netos cada año, equivalente a 3,5% del PIB. Esto se sumaría a un déficit presupuestario ya elevado, que el gobierno espera que supere el 5% del producto este año. La deuda francesa hoy alcanza al 110,6% del PBI, muy alto aunque un poco menor que el 137% en Italia o 123% de EE.UU. Será verdad lo que dice Bardella, o serán mitos electorales, como alguna vez The Economist perdonó al alemán socialdemócrata Gerhard Schröder que mintió en 1998 “porque estaba en campaña”, según explicó benevolente el semanario. Más pedestre y risueño, el historiador Zaretsky recuerda que De Gaulle se preguntaba cómo se puede gobernar un país que tiene 246 clases de quesos diferentes. Más difícil, posiblemente, que detectar entre lo preferible y lo detestable.

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